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Columna
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Pesca devastadora

No hemos oído, estas pasadas semanas, las voces de los ecologistas protestando por la captura masiva de atunes frente a nuestras costas. Tampoco han dicho una palabra nuestras autoridades. Ni siquiera se han molestado esta vez los pescadores, cansados como están de que nadie haga caso de sus reclamaciones. Y hubiera sido necesario que todas estas voces se escucharan para frenar de alguna manera la hecatombe que se viene produciendo. La impunidad con la que se realiza esta pesca y sus efectos devastadores, amenazan acabar con el atún en unas cuantas temporadas. Al menos, así lo afirman los biólogos y las personas que entienden de estos asuntos.

Como todos los años, entrada la primavera, decenas de barcos de diversas nacionalidades -franceses, japoneses, italianos- se concentran frente a nuestra costa para pescar el atún. Utilizando una tecnología muy desarrollada, estas naves esperan a los peces en su remontada por el Mediterráneo y los capturan en cantidades extraordinarias. Para su trabajo, emplean unas redes de gran longitud que no sólo cierran el camino a los bancos de atunes, sino que arrastran sin distinción a otras especies, provocando enormes daños en los caladeros. Para que la extracción resulte más productiva, estas embarcaciones se auxilian de avionetas que sobrevuelan el mar indicando la posición de los atunes. Si tenemos en cuenta que toda esta actividad se realiza antes de que el atún haya desovado, nos haremos una idea de sus graves consecuencias.

Aseguran quienes conocen los secretos de este comercio, que las capturas resultan muy rentables para los pesqueros, lo que les lleva a desafiar todas las prohibiciones. El precio que obtiene el atún en los mercados, especialmente en los orientales, es muy elevado. Los japoneses, que son grandes consumidores de este pescado, pagan por él verdaderas fortunas. Es habitual -al menos, lo ha sido en otras temporadas- ver como decenas de estos ejemplares son cargados en aviones que desde los aeropuertos de San Javier o de El Altet, vuelan a Tokio y otras ciudades de aquel lejano país, a cuyos mercados llegan en unas condiciones de frescura extraordinarias.

No deja de resultar paradójico que mientras nuestros pescadores se someten a unos paros biológicos muy precisos, con una vigilancia severa para regenerar los caladeros, la pesca del atún se realice de una manera tan permisiva. Por lo visto hasta ahora, ni el ministerio, ni la Consejería de Agricultura piensan complicarse la vida en este asunto. Anuncian, sí, unas u otras medidas, prometen llevar a Bruselas tal o cual proposición, pero pasa el tiempo, acaba la temporada de pesca, regresan los atuneros a sus países y aquí no pasa nada, absolutamente nada. Los pescadores que son pocos y andan desunidos -algunos de ellos sacan unas pesetas como intermediarios de estos barcos- tampoco se ponen de acuerdo para que les escuchen. Así, entre la desidia de unos y la incapacidad de otros, los caladeros se arruinan y el atún desaparece. De tanto en tanto, algún biólogo escribe en la prensa y denuncia la situación. Pero, ¿quién hace caso a un científico en un asunto que no interesa? En fin, siempre nos quedará Europa y la política de subvenciones.

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