De acciones militares y poblaciones civiles
Se dio la coincidencia de que estaba en EE UU a finales de abril cuando miles de mis compatriotas debatían una acción en la guerra de Vietnam en la que más de una docena de civiles desarmados de ambos sexos y diversas edades fueron asesinados a tiros en Thanh Phong, una aldea en el delta del Mekong, por una patrulla de la Armada de EE UU. El líder de esa patrulla era el joven teniente de navío Bob Kerrey, quien, más adelante, en la guerra, fue condecorado con el más alto honor militar por otra acción. Muchos años después de la guerra, Kerrey llegó a ser un senador muy respetado de Nebraska y no hace mucho abandonó la política para presidir The New School University, una institución cuyas altas cualidades se deben en gran parte a una generación de catedráticos fundadores que eran distinguidos intelectuales refugiados de la Alemania nazi. Hace algunos meses, Kerrey decidió hablar públicamente de las dudas que llevaban acosándole 30 años. The New York Times Magazine del 29 de abril y la edición del 1 de mayo del prestigioso programa de televisión 60 minutes fueron los medios de comunicación más importantes que comentaron el suceso y el papel de Kerrey y su equipo.
El incidente tuvo lugar la noche del 25 de febrero de 1969, oscura como boca de lobo. El delta del Mekong era una zona de densa jungla salpicada de pequeñas aldeas de menos de una docena de chozas familiares cada una, con campos cultivados y altos prados de hierba. El área estaba dominada por el Vietcong. Las autoridades militares estadounidenses habían trasladado a otras zonas a los campesinos que estaban dispuestos a ser evacuados. Los que se negaron a abandonar las aldeas fueron considerados oficialmente como simpatizantes del Vietcong. La misión encomendada a la patrulla de Kerrey era encontrar, y a ser posible capturar vivo, al secretario local del partido del Vietcong, que supuestamente estaba escondido en Thanh Phong o en los alrededores.
El 13 de febrero, la patrulla de Kerrey había interrogado a varios civiles de la zona, sin obtener ninguna información sobre el paradero del secretario local. En aquella ocasión se habían retirado sin disparar ni ser disparados. Tras recibir nueva información de que el secretario estaría presente en un mitin en la aldea el 25 de febrero, regresaron esa noche con la intención de capturarle. En lo que Kerrey y muchos otros han descrito como 'procedimiento habitual', su patrulla asesinó a varios hombres que descubrieron en un par de chozas de la aldea. Emplearon cuchillos para no revelar su presencia con disparos y mataron a los cautivos debido a que 'el limitarse a atar y amordazar a la gente no funciona, porque se escapan'. Poco después, en otra choza, según recuerda Kerrey, fueron atacados por el enemigo y entonces ellos también abrieron fuego. Kerrey dijo que esperaba encontrarse con soldados armados del Vietcong, pero cuando entraron en la choza los muertos eran todos mujeres y niños, y el recuerdo de esa escena ha estado persiguiéndole desde entonces.
Otro miembro del equipo de Kerrey, Gerhard Klann, que en aquel entonces era un soldado con mucha más experiencia, recuerda el suceso de forma diferente. Según Klann, en la primera choza en su camino hallaron a un hombre y una mujer mayores y a tres niños. Kerrey ordenó que asesinaran al hombre, y como Klann tenía problemas para someterle, Kerrey le ayudó a derribarle y le puso las rodillas en el pecho mientras Klann le pasaba una navaja por el cuello. Otros miembros de la patrulla, ni Kerrey ni Klann están seguros de quiénes, mataron a continuación a la mujer y a los niños. Kerrey no tiene un recuerdo claro de este incidente, pero acepta la responsabilidad como líder de la patrulla por lo que pasara de hecho. Unos quince minutos más tarde, la patrulla se topó con un grupo de chozas. Según recuerda Kerrey, 'fueron atacados y devolvieron los disparos desde una distancia de unos noventa metros o más'. Pero, según Klann, rodearon a las mujeres y a los niños (no había hombres presentes) y les interrogaron durante un tiempo sobre el paradero del secretario del partido a quien debían capturar. No consiguieron ninguna información, después discutieron qué iban a hacer con ellos y al final decidieron que tenían que matarles por temor a que informaran sobre la presencia estadounidense a los vietcong escondidos. Según la versión de Klann, la patrulla, siguiendo las órdenes de Kerrey, abrió fuego a continuación con armas automáticas contra 15 civiles a una distancia de sólo dos o tres metros. Debido a la falta de luz y a otras fuentes de incertidumbre, no todos fueron asesinados inmediatamente, y el último en morir fue un bebé.
Es importante tener en cuenta las 'normas de combate' bajo las que se produjeron estos sucesos. Por un lado, los soldados tenían prohibido asesinar a civiles desarmados, en especial mujeres y niños, y en el tristemente famoso incidente de My Lai, varios oficiales fueron condenados precisamente por haber matado a docenas de civiles. Pero, por otro lado, la primera obligación de un comandante (en este caso, la de Kerrey) es proteger las vidas de sus hombres. Además, el Ejército había declarado oficialmente que el delta del Mekong estaba dominado por el Vietcong. Habían trasladado a los campesinos de las aldeas a campamentos militares y dieron por supuesto que los que se negaron a ser trasladados eran simpatizantes del Vietcong. En estas circunstancias, las aldeas del delta eran zonas de 'fuego libre'; es decir, el Ejército tenía derecho a dar por supuesto que todas las personas vistas en esa área eran enemigos en potencia, y podían ser asesinados si, en opinión de los oficiales, constituían un peligro para las unidades estadounidenses. En las entrevistas, Kerrey justifica sus actos insistiendo tanto en las simpatías de la mayoría de los campesinos hacia el Vietcong como en el poder del Vietcong para obligar a todos y cada uno de los habitantes a colaborar.
Es imposible esclarecer los detalles precisos de lo que aconteció a partir del contenido de The New York Times Magazine y las entrevistas de 60 minutes. Han transcurrido más de treinta años, la documentación es incompleta, las emociones fuertes nublan los recuerdos, todo el mundo se movía y disparaba en la oscuridad, etcétera. Personalmente, me interesan más las actitudes y reacciones de los participantes que el intentar resolver el rompecabezas de quién hizo qué la noche del 25 de febrero de 1969. Sometido a un intenso interrogatorio por Dan Rather, Kerrey, a pesar de su angustia moral, defendió sus decisiones conforme las iba recordando y constantemente se refirió a la naturaleza pérfida del Vietcong y a la imposibilidad de fiarse de ningún residente de la localidad. Explicó su disposición a someterse a las entrevistas 'no porque el rendir cuentas en público vaya a ayudarme, sino porque podría ayudar a otro', una vaga declaración de buena voluntad general hacia los interrogadores. En otro momento afirmó que 'el único miedo que me mueve es que algún día me enfrentaré a mi Creador. La opinión de otros seres humanos es importante, pero cuanto menos me motive, mejor'.
Gerhard Klann se mostró menos reflexivo filosóficamente, pero habló muy claramente de sus recuerdos, y, a pesar de ser un hombre hecho y derecho, se le saltaron las lágrimas cuando describió los últimos gritos y la muerte del bebé. Dan Rather se comportó como un acusador comedido, pero asqueado moralmente. Daba la impresión de que le sonaba extraño y le sorprendía el oír a hombres inteligentes y cultos hablar de eliminar a seres humanos contra los cuales no existía ninguna evidencia tangible de que actuaran de forma hostil. Las cartas, columnas y tertulias de radio del día siguiente estuvieron llenas de afirmaciones por parte de excombatientes de Vietnam de que incidentes así habían sido muy comunes, que, habiendo razones para sospechar que gran parte de la población ayudaba al Vietcong, con comandantes entusiastas que exigían que aumentaran los 'recuentos de cadáveres', y con la obligación primaria de proteger a las fuerzas, es natural que en las zonas de 'fuego libre' muriera gente que no debería haber muerto.
En lo que a mí respecta, no dejaba de preguntarme dónde habían estado esas docenas de editorialistas durante los últimos mil años y qué saben acerca de la historia humana. La guerra siempre ha sido un infierno. Desde la masacre de civiles en la isla de Mitilene descrita por Tucídides, pasando por el largo etcétera de matanzas romanas, bizantinas, medievales y europeas modernas justificadas por la religión o la lealtad dinástica, o el simple saqueo, hasta ese dicho del Oeste americano de que 'el único indio bueno es un indio muerto'; el asesinato de soldados y campesinos eslavos por parte de los alemanes en la II Guerra Mundial; las atrocidades de los japoneses contra los coreanos y los chinos; las crueldades cometidas por los oficiales latinoamericanos entrenados en la Escuela de Infantería de Estados Unidos en Fort Benning, Georgia... ¿Cómo puede esta gente reaccionar con dolorida sorpresa cuando ex combatientes norteamericanos cultos y decentes hablan de las monstruosidades que cometieron en Vietnam?
La experiencia de los Kerreys y los Klanns, y de miles de estadounidenses, alemanes, japoneses y otros en épocas recientes, ha sido efectivamente trágica, hasta el límite de lo humanamente soportable. Pero esas cosas volverán a pasar una y otra vez si los seres humanos no somos capaces de eliminar la guerra como medio de resolver los conflictos políticos. Tal vez lo más importante para mis a menudo ingenuos compatriotas sea darse cuenta de que sí, que los buenos chicos norteamericanos pueden cometer la misma clase de atrocidades que cometieron nuestros enemigos en la II Guerra Mundial, y que, al igual que Kerrey, pueden atormentarse pensando si Dios les considerará responsables, pero no necesariamente los hombres.
Gabriel Jackson es historiador.
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