Genes en las carreras
El dinero que mueven los purasangres impulsa el estudio molecular del caballo
La imagen del caballo de carreras lanzado hacia la meta con el yockey ligeramente incorporado sobre el estribo, su cuerpo pegado al lomo del animal y la cabeza hundida en sus crines, resulta sugerente por la fuerza y la tensión que transmite. Los caballos arrastran durante una carrera una masa de unos 500 kilos en total, al galopar durante un par de minutos a unos 60 kilómetros por hora. Esta velocidad media se eleva ligeramente en el caso del ganador, y a veces no tan ligeramente, cuando surge un auténtico campeón. La historia de la hípica está llena de caballos legendarios, cuyas hazañas intentan emular los criadores. La cuestión es determinar qué elementos explican las diferencias entre un buen caballo y un fuera de serie. ¿La frecuencia cardiaca, la forma estilizada, la longitud de las extremidades, la fuerza muscular, la capacidad respiratoria, la ligereza, el instinto, el coraje...?
El genoma humano está ayudando a los especialistas en caballos a identificar objetivos
En la era de la biología molecular y la genómica la pregunta se expresa de otra forma: ¿qué genes están implicados en estas características, qué papel cumple cada uno de ellos y cómo se expresan? La respuesta tiene un enorme interés por el extraordinario negocio que se mueve en torno al mundo hípico. De ahí la puesta en marcha, en 1995, del Proyecto Genoma del Caballo, versión equina del proyecto Genoma Humano, que ha avanzado lentamente.
Unos años antes, en 1990, el Departamento de Agricultura estadounidense invitó a los científicos del campo veterinario a estudiar los genomas de las especies animales domésticas. 'Las vacas, las ovejas, los cerdos y los pollos dijeron que sí', ha recordado en The New York Times Ernest Bailey, genetista de la Universidad de Kentucky y actual coordinador del proyecto, 'pero nosotros no disponíamos de los recursos, los investigadores ni los fondos para este tipo de proyecto'. Hubo que esperar a que se pusiera en marcha una colaboración entre diversos grupos de investigación. Hoy trabajan en el proyecto 25 laboratorios de 15 países (entre los que no está España), que recientemente aprovechan la similitud del completado genoma humano con el del caballo para avanzar.
Aunque el horizonte de esta investigación permitiría pensar en la creación de caballos genéticamente modificados para mejorar su rendimiento, no parece ser ese el objetivo de los científicos. Según Manuel Rodríguez, decano de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense, 'las limitaciones impuestas por las normas que rigen las carreras son muy estrictas. Ni siquiera se permite que se utilice la inseminación artificial. Si un caballo no es fruto de un relación sexual natural no se le permite la inscripción en el registro de caballos de carreras y no podrá participar en ellas'. La cuestión no tiene más fundamento que preservar el negocio, impedir que los precios de los animales se venga abajo por el incremento de la oferta que supondría la venta del semen de los mejores caballos.
Según Rodríguez, 'el caballo de carreras, el purasangre inglés, es una raza creada artificialmente, desarrollada durante varios siglos mediante selección de ejemplares y su cruzamiento. Desde su origen, hacia el siglo XVII, el objetivo de los criadores era la competición, y esencialmente se utilizaron tres caballos bien conocidos, el Bierley turco, el Darley Arabian y el Godolphin Arabian'. Su característica diferencial está en la longitud de sus extremidades, que es lo que le permite alcanzar gran velocidad, aunque también facilita que se lesionen con mayor facilidad, lo que puede suponer mantenerse varios meses fuera de competición.
Otra peculiaridad es su precocidad. 'Empiezan a correr a los dos años, una edad a la cual los caballos de otras razas no han terminado el desarrollo de sus huesos. Alcanzan su cénit a los tres años y a lo cuatro se suelen retirar', dice Rodríguez. Entonces, los mejores ejemplares se quedan de sementales, mientras que los demás se venden a los picaderos, donde pasarán el resto de su vida, unos 20 años más. 'Pero su precio baja drásticamente, no como un coche de segunda mano sino como uno de cuarta, ya que un animal que podía costar un par de años antes un millón de pesetas se vende a unas 100.000' explica. Estos son precios de caballos normales, porque cuando se habla de los auténticos campeones las cifras se disparan. Los cruces de los mejores sementales estadounidenses pueden costar cientos de miles de dólares y en este mismo mercado hay potros muy prometedores, pero aún sin probar, que alcanzan hasta seis millones de dólares (cerca de 1.200 millones de pesetas) en las subastas.
El genoma del caballo tiene un objetivo más modesto que el emprendido en otras especies. De momento, en lugar de analizar con detalle las bases que componen el ADN, como en el caso humano, se intenta trazar un mapa general e identificar genes y marcadores en los 32 pares de cromosomas. La principal y más cercana aplicación se encuentra en la localización del origen de ciertas enfermedades, lo que permitirá su diagnóstico precoz y, quizás, su tratamiento. A medio plazo, la determinación de los genes característicos de los grandes campeones permitirá seleccionar desde su nacimiento a los ejemplares más prometedores y esmerarse en su desarrollo y entrenamiento. Pero no todo parece estar escrito en los genes. La opinión de los científicos varía desde los que atribuyen tan sólo un 9% de responsabilidad al factor genético y los que llegan hasta el 49%. El resto depende de factores ambientales, como la alimentación y el entrenamiento. Además, aunque lo que se busca es la máxima velocidad en el hipódromo, ésta no es en realidad un rasgo único, sino una compleja mezcla de muchos factores biológicos. Y no hay una fórmula mágica, ya que diversas combinaciones pueden dar resultados semejantes. 'Es posible que la nueva tecnología genética nos permita determinar con más precisión qué caballos tienen un potencial excepcional', explica Patrick Cunningham, profesor de genética animal en el Trinity College de Dublín, en The New York Times, pero decir que eso nos va a proporcionar un instrumento mágico que dé a un caballo ventaja sobre otro es improbable a corto plazo'.
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