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El respeto en el ámbito vasco

Decía Fernando de los Ríos que en España ha faltado el respeto, y que hace falta, casi como el aire para respirar, ese respeto. Los vascos, que llevan mucho tiempo participando de los avatares de esa patria grande, desde sus hechos diferenciales, pero también desde sus grandes coincidencias, participan también en sus debates y en sus querellas de ese vicio común. Probablemente, la falta de respeto está en la raíz de muchos de los problemas que les afectan, y que por eso también nos afectan a todos.

La primera y frontal falta de respeto es la que atenta contra el derecho a la vida y a la integridad física, imputable a los terroristas de ETA, y cuyo remedio no está en la convicción racional, porque son insensibles a los argumentos. Nunca llegarán al consenso basado en que el derecho a la vida es sagrado y es la base de cualquier construcción humana. Por eso, ante ellos sólo queda el ejercicio de la coacción y la aplicación de las sanciones institucionalizadas del aparato coactivo del Estado. No les interesa el razonamiento y sólo se preocupan de cómo reaccionan ante ellos la policía y los jueces. Cualquier titubeo, cualquier debilidad, la interpretan como un triunfo. Por eso necesitan cómplices que les justifiquen, que les expliquen y que intenten comprenderlos. Pero los que practican esa comprensión sí utilizan la argumentación y el razonamiento, y por eso son tanto o más reprochables que los asesinos, sobre todo si intentan justificar los crímenes u obtener de ellos beneficios políticos sobre la base de una interpretación histórica autista y basada en agravios, muchos de ellos ficticios, desde una dialéctica amigo-enemigo, y de demonización de España y de los españoles.

Lord Acton se oponía a 'la canonización del pretérito histórico', porque cuando se justifican los crímenes se perpetúan a lo largo de la historia. Era tajante el historiador y filósofo político católico: '... cometer un crimen es algo que sucede en un momento, es algo excepcional. Defenderlo como una explicación histórica es algo perenne y revela una conciencia más pervertida que la del criminal...'. En este sentido, Herri Batasuna o Euskal Herritarrok sí se mueven en el mundo de lo racional y pueden ser tentados con argumentos racionales, igual que sus votantes, que pueden reaccionar ante el clamor por el respeto a la vida que surge de toda la sociedad vasca. Ya han perdido medio electorado, y si persisten en su rechazo de la condena están abocados a desaparecer perdiendo el apoyo de la sociedad vasca. Por eso hay que insistir en el uso de la razón frente a la falta de respeto a la vida y a su justificación, para que rectifiquen o para que desaparezcan.

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También, entre los que no quieren que se mate a nadie, nacionalistas demócratas -a los que debemos creer en sus incesantes condenas-, comunistas, socialistas y populares, hay mucha incomunicación, con la influencia nefasta de la dialéctica amigo-enemigo y con la tentación de pretender eliminar al adversario, convertido en enemigo. Ha habido mucho de eso en los meses previos a las elecciones del 13 de mayo, por lo que se debe restablecer el respeto, abrir la comunicación y favorecer los contactos cordiales. Las palabras del lehendakari van en ese sentido, y son ya reiteradas varias veces, y deben ser interpretadas como signos de mano tendida para recuperar la confianza, que es la base de un diálogo leal. Por eso producen horror los comentarios de Anasagasti imputando apoyos económicos para los colectivos sociales que luchan contra el terrorismo. Sólo contribuyen a crear malestar y dan una imagen poco apreciable de quien los pronuncia. Ni son respetuosas ni contribuyen al respeto.

Ese clima y ese talante de respeto es imprescindible para no apoyar a los que maldicen, y para no dejarse manipular por quienes quieren que afloren rencores políticos. Desde él se puede entender el respeto a las ideas y a las reglas de juego, que coexisten en una tensión constructiva. La victoria de los nacionalistas, clara e indiscutible, es consecuencia del juego del principio de las mayorías, que está inserto y es relevante en un sistema que es el de la Constitución y el del Estatuto. Debe ser respetado, pero no se puede sacar de contexto ni considerar, como algunos han hecho, que es una patente de corso para defender el soberanismo. Es un error creer en eso, que puede hacer descarrilar a quienes intentan impulsarlo. Si se pudiera seguir ese camino y romper las reglas del juego, se estaría al tiempo haciendo factible que otros también las rompieran desde otras perspectivas, y en sentido contrario. Entonces habríamos abandonado el escenario de la razón, y estaríamos entrando en el claro y presente peligro del uso de la fuerza como única solución. Cuando socialistas y republicanos favorecieron la revolución de octubre de 1934, contra la mayoría de centro-derecha que ganó las elecciones de 1933, y cuando los nacionalistas catalanes proclamaron el Estat Catalá, contra la Constitución de 1931, se quedaron sin argumentos para defenderse racionalmente frente al levantamiento militar del 18 de julio de 1936. Sólo quedó la fuerza, y la prueba la perdió la legalidad republicana.

Las grandes ideas, incluso las que se enfrentan más con los contenidos y con los valores constitucionales, pueden ser defendidas y se puede pretender su incorporación al sistema, pero siempre desde las reglas del juego. Se puede defender la independencia y el soberanismo, pero no se puede defender el ámbito vasco de decisión, porque rompe los procedimientos, y si esto se produce ya nadie puede estar seguro.

Falta respeto por las ideas, incluso por las más discrepantes, desde una tolerancia positiva capaz de comprender al otro, y falta también respeto para los cauces y los procedimientos necesarios, para la toma de decisiones. Los nacionalistas demócratas tienen una gran oportunidad, quizás la última, para hacer lo que deben, que es luchar por la paz y acabar con el terrorismo a cambio de nada, o mejor dicho, a cambio, nada más y nada menos, que de extinguir la violencia. Si no responden a este clamor, y algunos juguetean con amagar y no dar en el tema del ámbito vasco de decisión, pueden encontrarse en el futuro con los resultados que muchos, incluso ellos mismos, esperaban el 13 de mayo. Porque se debe confiar en su inteligencia y en su capacidad para entender lo que les conviene, y es por lo que el optimismo constructivo que refleja este artículo es un optimismo de la razón y no de la voluntad.

Y acabamos por donde empezamos, por el respeto a las personas, que se plasma en la defensa de la vida como hemos visto, pero también en la garantía de la libertad ideológica, de la de expresión y del pensamiento.

Muchas personas se han comprometido grandemente en el debate electoral y han defendido las tesis de la Constitución y del Estatuto. Otros han defendido la legitimidad de las posiciones de los nacionalistas demócratas. Unos han perdido las elecciones y otros las han ganado, pero ese hecho políticamente tan relevante no añade un ápice a los contenidos de verdad o de justicia de las tesis de unos o de otros. Los artículos de Fernando Savater en este periódico y de Edurne Uriarte en la tercera de Abc son expresión de este punto de vista, que me parece muy acertado. Las tesis perdedoras no son sinónimo de falsas.

Pero tampoco se puede desconocer ese resultado electoral y no hacer nada para entenderlo, e intentar aplicar las ideas, que no tienen por qué cambiar, al nuevo contexto. Demonizar esfuerzos como los de Rodríguez Zapatero no es tampoco, a mi juicio, una buena idea, y pecan de exceso quienes los descalifican. En este tema del respeto a las personas y a sus ideas tiene un papel la tolerancia positiva, que no solamente debe evitar la descalificación, sino también intentar situarse en la posición del adversario, y valorar desde la buena fe sus tesis.

También en este campo la moderación es la regla, y los excesos, el talante a evitar. Hasta la virtud debe tener sus límites, decía Montesquieu. En esta nueva etapa todos los hablantes, todos los interlocutores, deben ser muy cuidadosos en el respeto, deben potenciar el juego limpio y la buena fe y deben huir de juicios de intenciones y de descalificaciones como las hechas por Anasagasti, con argumentos estúpidos y con afirmaciones maliciosas. Si las ideas de muchos intelectuales no se han visto reflejadas en el resultado electoral, eso no quiere decir que no puedan encarnarse en la realidad del futuro. Los vencedores tendrán que examinarlas muy atentamente y con respeto. Estos profesores e intelectuales, como han hecho el PSE y el PP, deben entender, o al menos intentarlo, el sentido del voto popular. Respeto a las ideas, respeto a las mayorías, respeto a las reglas del juego, respeto a las personas. Si saben administrar esas verdades parciales con juicio, habrá esperanza en el País Vasco: una esperanza de la razón que debe enterrar agravios y alumbrar coincidencias.

Gregorio Peces-Barba Martínez es catedrático de Filosofía del Derecho y rector de la Universidad Carlos III.

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