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Tribuna
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Ahora que debe ser tiempo de paz

El coordinador general de Izquierda Unida llama a todos los partidos vascos a aprovechar el resultado electoral para iniciar una nueva etapa dominada por el diálogo y la unidad contra el terrorismo.

En Asesinato en febrero, el reciente documental de Elías Querejeta, un fondo de música de cine mudo recuerda el silencio que produce la fábrica de muerte de ETA. Una maquinaria desalmada de ruedas dentadas apaga la voz de la vida, mientras las razones para la alegría se desbaratan con el absurdo del asesinato. Los pasos cobardes que acercan la desolación suenan de manera inaguantable en Euskadi y en el resto de España. Y con una regularidad que recuerda una estrategia de terror incomprensible, de nuevo vidas segadas, familias quebradas por un dolor inabarcable, una profunda tristeza para todos los que no somos inmunes ante la muerte. Con un sarcasmo insultante algunos llaman a esto 'socializar el sufrimiento'. Se empeñan en ignorar la decisión expresa del pueblo vasco. No quieren saber que después de cada acción de ETA, el País Vasco da un paso atrás.

Resulta indignante que los portavoces de la ira digan que el resultado constata la indiferencia frente al sufrimiento

ETA no es la garante de los derechos históricos del pueblo vasco; tampoco es la que conoce los ocultos designios de su presente o los elevados intereses de su futuro. ETA no representa al conjunto de la ciudadanía vasca y su actividad sólo puede entenderse como la práctica de una organización fascista y totalitaria. ETA y quienes les apoyan son los enemigos de la libertad y del pueblo vasco y es el problema al que debemos enfrentarnos desde un convencimiento afirmado también con rotundidad en estos días: la unidad de las organizaciones democráticas en la lucha contra el terror es, además de deseable, posible. No debería costarnos tanto esfuerzo encontrar los puntos de acuerdo sobre los que construir un espacio de colaboración.

La altísima participación en las pasadas elecciones ha situado la responsabilidad en el ámbito de las organizaciones políticas. La ciudadanía ha mostrado con sabiduría y madurez su compromiso con el diálogo y su rechazo a la violencia y a quienes la alientan y sostienen. Ahora nos corresponde a nosotros facilitar con inteligencia, pero con rapidez, el acuerdo de mínimos que reconstruya los puentes que estrategias irresponsables se esforzaron en dinamitar.

Ya sabemos que el arte de interpretar las elecciones goza de reconocidos demiurgos y alquimistas. Reconocemos que la realidad es tan poliédrica que todo el mundo puede encontrar el lado justo en el que el cristal le ofrece el rostro con el que desea verse a sí mismo. Pero en pocas ocasiones como en ésta un resultado permite observaciones con un riesgo menor de equivocarse.

Ya hemos hablado del rechazo de la violencia y de sus apoyos políticos. Es ese rechazo el primer paso que estamos exigiendo. Condenar la violencia es una buena manera de empezar a construir la paz. El mapa político que los vascos y vascas han hecho suyo indica una vez más la existencia de una sociedad plural y diversa, donde conviven diferentes modos de entender y abordar la identidad nacional y su relación con la ciudadanía. No hay ninguna razón para suponer que esta realidad implique la ingobernabilidad en el País Vasco o que se trate de un escenario indeseable salvo en el caso de que una parte se imponga sobre la otra. Y si ésta es la realidad, ¿qué sentido tiene la estrategia de la confrontación, de la criminalización del adversario, de la utilización del sufrimiento con fines políticos?

El PP y el PSE no han sido ajenos a esta estrategia y han sufrido las consecuencias. Resulta indignante que, posteriormente, algunos de los portavoces de la ira hayan argumentado que el resultado constata la indiferencia de la sociedad vasca frente al sufrimiento. Lo que ha merecido un singular rechazo es el uso del dolor para confrontar a unos vascos contra otros, y lo que no se comparte es la intención de hacer del sufrimiento una trinchera donde colocar de un lado a los nacionalistas y del otro a los no nacionalistas. En las sociedades complejas, simplificar es cercenar parcelas de verdad. Los portavoces de la intolerancia han recibido una severa advertencia: no se puede jugar políticamente con el miedo ni se le puede instrumentalizar contra la mitad de la sociedad.

Tampoco se puede usar el clima de inseguridad y la legítima ansiedad de una parte de la población para justificar la criminalización de las opciones y objetivos políticos. Se ha pretendido que las propuestas nacionalistas o federalistas fueran consideradas como ilegítimas o impropias de nuestro sistema democrático. Desde IU venimos defendiendo que uno de los gravísimos problemas del mantenimiento del terror de ETA es la contaminación que produce en algunos fines políticos. ETA aleja los escenarios de la izquierda. Pero esto mismo ha sido denunciado por el nacionalismo democrático, que tiene el amparo político e institucional para defender sus opciones máximas mediante métodos democráticos en la forma que consideren más oportuna.

Ni el PP ni el PSOE tienen el patrimonio interpretativo de la Constitución, y ésta y los estatutos de autonomía son marcos e instrumentos para el desarrollo del autogobierno y no límites infranqueables de legítimas aspiraciones democráticas. La articulación de nuestro Estado es un debate abierto en el que pueden defenderse las propuestas federales que proponemos en IU, así como opciones más confederales, abiertamente independentistas o más centralizadoras. Todas son alternativas legítimas que ponen de manifiesto que se trata de una cuestión no resuelta que no se puede pretender solventar administrativa y autoritariamente.

El PP no parece haber entendido esta singularidad de nuestra situación política e histórica. El resultado es una lectura reductora y simplificadora de nuestra comunidad política que ha generado una propuesta excluyente. En Euskadi, el electorado se ha pronunciado masivamente contra este empeño.

Por otra parte, la victoria del PNV deposita en este partido una importantísima responsabilidad. La gestión de estos resultados debe servir para recomponer el diálogo entre las fuerzas democráticas, así como la convivencia entre todos los vascos y vascas. Hay también una demanda expresada en los resultados a favor de que desde la Lehendakaritza se garanticen los derechos y libertades democráticos de todos los vascos y vascas.

Una parte importante de la responsabilidad por nuestro futuro le corresponde ahora a la sociedad civil en Euskadi. Desde IU creemos imprescindible realizar un esfuerzo para que en el empeño por reconstruir la convivencia participen todos los movimientos cívicos y ciudadanos. Restañar las heridas, recuperar la confianza y el diálogo necesitará de muchos artífices y protagonistas. Confiamos en que las organizaciones sociales y ciudadanas que en este periodo se han significado desde diferentes opciones y puntos de vista contribuyan ahora a crear las condiciones para un diálogo constructivo e integrador. Pensamos que Elkarri, Gesto por la Paz o cualesquiera otros ámbitos de la sociedad civil, que ponen su coraje cívico al servicio de la paz y el diálogo, pueden ayudar notablemente en este objetivo. En particular, contemplamos con simpatía la propuesta de celebración de una Conferencia de Paz nacida desde el seno de la sociedad civil, y desde Izquierda Unida colaboraremos para que llegue a buen puerto. Hay que permitir oportunidades para el acuerdo y hay que ofrecer ese espacio a los que se han señalado, incluso en las peores circunstancias, como artesanos del diálogo y del entendimiento.

Es cierto que el PNV cuenta con una 'mayoría minoritaria' que le permite gobernar. Pero también es cierto que ese modelo de gobierno es un modelo de gobierno precario en una comunidad autónoma con más problemas políticos que los habituales, y aún más precario en una comunidad autónoma que tiene que abordar el reto del diálogo, de la negociación y de la paz.

Por tanto, la propuesta de EB, de IU, de un Gobierno plural de nacionalistas y no nacionalistas, de un Gobierno progresista, basado en la justicia social, y de un Gobierno que abra una perspectiva a la paz, es ahora más actual de lo que fue durante la campaña electoral. Nuestro trabajo y propuestas nos han dotado de una gran autoridad política para promover este modelo de gobierno, independientemente de cuáles pueden ser las posiciones de las demás fuerzas. Llamamos a la generosidad y a la altura de miras del PNV para abrir esta nueva etapa.

Creemos que si el PSE quiere desempeñar un papel destacado en el futuro de la paz en el País Vasco, y si, como parece, pretende desarrollar también un papel político en la oposición al PP, debe reflexionar sobre las consecuencias de su estrategia no sólo para su partido, sino también para la sociedad vasca y española. Nuestra opinión es que nada bueno saldrá de una práctica de subordinación a la política del Gobierno de Aznar. Hay que abrir la mano con generosidad para que el PSE se incorpore a ese Gobierno plural que nosotros propugnamos.

Las elecciones vascas nos ofrecen una oportunidad para crear una nueva situación política en Euskadi, para inaugurar una nueva etapa política presidida por el diálogo y la colaboración. Hemos defendido que este escenario debe estar precedido por el fin de la violencia, por un diálogo sin exclusiones entre los partidos democráticos y por el respeto a la decisión autónoma del pueblo vasco. Este escenario requiere ahora el acuerdo de las organizaciones democráticas y la creación de un clima de confianza propicio para el diálogo. Desde IU pensamos que sería de gran ayuda la articulación en el ámbito estatal de aquellas iniciativas que coinciden en defender el diálogo como el instrumento para la consecución de la paz y la normalización de la convivencia.

Como decía el Manifiesto que Saramago, Vázquez-Montalbán y Atxaga firmaron a favor de las candidaturas de Ezker Batua-Izquierda Unida en las pasadas elecciones, 'desearíamos ver una Euskadi en la que quepan cuantos y cuantas quieran. En la que los vascos y vascas puedan encarar pacíficamente sus diferencias sabiéndose diferentes. Y respetándose, conscientes de que las diferencias que les separan también les enriquecen: son parte de su patrimonio colectivo. Quisiéramos también una Euskadi en la que las monotemáticas diferencias nacionales no ahoguen los gritos nacidos de las demás opresiones'. Por este escenario y por nuestro futuro merece que abramos las puertas del diálogo y el acuerdo.

Gaspar Llamazares Trigo es coordinador general de Izquierda Unida.

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