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Columna
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Europa sagrada

Voy en el autobús oyendo hablar del euro en los estudios de Canal Sur Radio. Llama la gente a la radio para hablar del euro, cosa confusa, tan confusa que ahora leo que en París unos falsificadores fabricaban billetes de 1.000 euros, billetes imposibles porque no se emitirán billetes de 1.000 euros. ¿Se puede acusar de falsificadores a individuos que fabrican billetes irreales, inexistentes? En el autobús la radio sonaba a toda voz, entre Nerja y Málaga, y era imposible no oír, adormilarse, leer, mirar por la ventana: había que oír y, más, escuchar la discusión instructiva sobre el euro, el autobús convertido en academia.

Una radioyente apunta que los andaluces hemos salido al extranjero y nos hemos entendido con las monedas de países remotos. ¿No nos vamos a entender con el euro? Un radioyente repartidor plantea un problema más peliagudo, casi existencial: ¿cuántos bolsillos tiene que tener un repartidor que paga y cobra en pesetas y recibe euros de sus clientes? ¿Cómo debe organizar los bolsillos para clasificar las monedas? En Inglaterra, hace muchos años, cuando cambiaron el sistema monetario, una suicida escribió en un papel con números, junto a un puñado de libras y chelines: 'No puedo entenderlo'.

Nosotros no tendremos que hacer ninguna cuenta: nos las darán todas hechas, y sólo tendremos que cobrar y gastar, aunque ahora nos sintamos extranjeros con el euro, o, mejor, turistas, como sugería ayer Vicente Verdú. Los sabios que construyen la Unión quieren que Europa sea una ciudad perfecta, platónica: por ahora parece un laboratorio donde resultan peligrosos los intrusos, inexpertos, perturbadores, agentes que pueden dañar los cultivos artificiales del tubo de ensayo. Los intrusos somos nosotros, en el autobús Nerja-Málaga, adoctrinándonos mientras parece que damos nuestra opinión, enterándonos de que el euro no será ningún problema, sino todo lo contrario: nos multiplicará los bolsillos, nos convertirá cómodamente en extranjeros sin movernos del sitio.

Es estupendo. Pero, cuando los ciudadanos votan, sea en Dinamarca o en Irlanda, rechazan los acuerdos de los sabios que construyen la Unión Europea. En Irlanda los votantes han paralizado la ampliación de la Unión hacia el Este: han dicho No. ¿Temían perder las ayudas económicas? Irlanda es un gran receptor de fondos europeos, como Andalucía, pero la mayoría de los irlandeses ni fue a votar en su referéndum sobre Europa. Para evitar estos sobresaltos, en España, como en casi todos los Estados de la Unión, los asuntos de Europa se votan en el Parlamento, que actúa como prolongación de los órganos de gobierno europeos: los grupos que ya habían decidido en Bruselas vuelven a decidir en los parlamentos nacionales.

La Unión Europea se ha transfigurado en una divinidad de oro y papel: un dios que te da o te quita arbitrariamente. Es la visión que se tiene aquí: una Unión de la que nadie habla cuando distribuye los misteriosos fondos (es de mala educación hablar de dinero) y a la que todos maldicen si deja de repartir bendiciones. Están inventando la Europa sagrada, y, mientras la inmensa mayoría se abstiene, otros votan, y gana el No.

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