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La orquesta europea

Timothy Garton Ash

El gato llamado Europa está de nuevo entre las palomas. Los socialdemócratas alemanes abogan por una Europa federal, al estilo alemán. El ministro francés de Asuntos Europeos condesciende irritado, pues está en desacuerdo. Los conservadores ingleses intentaron animar una mortecina campaña electoral denunciando al canciller Schröder como imperialista alemán. Silvio Berlusconi, el nuevo primer ministro de Italia, despierta dudas en todas partes.

A un nivel más profundo, este gran debate europeo está provocado por el estimulante hecho de que la UE se va a ampliar de 15 a 27 Estados al menos, y por el deprimente de que muchos ciudadanos de los actuales países miembros se sienten desconcertados y apartados por lo que ha devenido la UE. La forma normal de entrar en el debate es proponer una serie de cambios en la 'arquitectura' de la UE, ese castillo laberíntico, y coronar el nuevo diseño con un lema. En lugar de eso yo haré diez observaciones en busca de un razonamiento.

1. El idioma es el tema más técnico y más fundamental. La UE tiene hoy 11 idiomas oficiales. El Parlamento Europeo se parece a Babel. Un día de intérpretes cuesta a la UE más de 650.000 euros. Suponiendo, con optimismo, que la República Checa y Eslovaquia aceptaran que no hay necesidad de traducir del checo al eslovaco, una UE de 27 Estados miembros tendría 22 idiomas, lo que nos da 462 combinaciones de interpretación. Con 35 idiomas habría 1.090 permutaciones.

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La solución evidente es hacer que el inglés, hablado en este momento por casi el 55% de los ciudadanos de la UE, fuera el idioma de trabajo, como lo fue el latín en la Europa medieval. La primera dificultad para esto reside en la casualidad de que los ingleses (con una gran falta de consideración) hablan inglés. Mientras que el latín medieval era el idioma de nadie y de todo el mundo, la UE estaría confiriendo un privilegio especial al idioma vivo y materno de uno de sus Estados miembros más grandes y más propensos a llevar la contraria.

La segunda dificultad es que los franceses dirían 'non ' en cualquier caso y que otras naciones europeas también protegen sus idiomas. Más fundamental aún es la cuestión de si se puede conducir una democracia de participación con un idioma extranjero y/o 22 idiomas distintos. Si la UE fuera simplemente una organización internacional, se podrían poner de acuerdo en, digamos, seis idiomas de trabajo, como en Naciones Unidas. Contamos con que los diplomáticos trabajen en idiomas extranjeros, pero ¿y los políticos electos? ¿Y los ciudadanos de a pie? La política democrática no es como los negocios o la diplomacia. Necesita palabras con las que la gente se sienta a gusto.

2. Mientras tanto, ¿qué es este 'debate europeo'? Una discusión entre un pequeño grupo elegido entre las élites nacionales. No hay un demos europeo o un 'Nosotros el pueblo'. Algunos tienen la esperanza de que la introducción en enero de los billetes y monedas euro en toda la zona euro estimulará la conciencia paneuropea. Veremos. Pero por ahora se trata de si podemos conseguir siquiera un debate de élites transeuropeo.

3. Bruselas, sinónimo de la UE y autoproclamada capital de Europa, ilustra perfectamente la distancia entre las élites y la vida 'de abajo, donde está la gente', como dijo una vez Juan Pablo II.Es un lugar en el que hombres y mujeres enormemente sutiles y políglotas, y procedentes de los orígenes más diversos - un tecnócrata francés, un ex gobernador de Hong Kong, un antiguo estudiante antifranquista-, intentan reconciliar intereses y modos nacionales de pensar con la búsqueda de un interés común más grande. También es la capital de un país que casi se ha deshecho por el conflicto entre su zona de habla francesa y la de habla flamenca.

El presidente de la UE, Romano Prodi, al lanzar en marzo el 'gran debate' sobre el futuro de la UE dijo que Bélgica 'se podría considerar un modelo en miniatura de Europa'. Y así es.

4. Sean cuales fueren los elementos transeuropeos de este debate, la naturaleza del tratado 'constitucional' que emerja de la conferencia intergubernamental de 2004 dependerá del equilibrio de fuerzas entre los gobiernos nacionales en ese momento.

La discusión la han llevado tradicionalmente Francia y Alemania, que actuaban de mutuo acuerdo. Ahora el eje franco-alemán se ha debilitado, hecho confirmado por la frecuencia con que los líderes alemanes y franceses insisten en que no es así. Alemania es claramente primus inter pares.

El hecho político aislado más importante de la UE de hoy es que el canciller socialdemócrata y el ministro verde de Asuntos Exteriores de la República Federal de Alemania abogan por una Europa federal. Del mismo modo que otros piensan en Europa de una forma característicamente holandesa, o española, o italiana, los alemanes tienden, como observó Giuliano Amato, el ex primer ministro italiano, 'a ver el futuro de Europa como una especie de Bundesrepublik grande'.

Francia no sabe qué pensar y, en cualquier caso, está paralizada por la 'cohabitación' de Chirac, el presidente gaullista, con Jospin, el primer ministro socialista, que probablemente se enfrente a Chirac en las elecciones presidenciales de 2002. Sólo entonces la posición francesa se aclarará. Quizá.

Pero no tiene mucho sentido intentar adivinar en 2001 cómo será este complejo equilibrio en 2004. Lo más que se puede hacer es esbozar unos cuantos resultados posibles y probables.

5. 'Paz imposible, guerra improbable' es el famoso resumen que hizo Raymond Aron de la guerra fría. De la Unión Europea a principios del siglo XXI yo diría: 'Unidad imposible, derrumbamiento improbable'.

Prácticamente nadie está hablando de unos Estados Unidos de Europa como se hacía hace 10 años. Y el aumento del número y diversidad de los Estados hace ese acuerdo aún más improbable. Normalmente, la unidad es consecuencia de una amenaza externa. El recuerdo de Hitler y la amenaza de Stalin se erguían ante los 'padres fundadores' de la Comunidad Europea en los años cincuenta. Ahora se ha desvanecido el recuerdo de la guerra, y la amenaza de los Estados conflictivos, del terrorismo internacional o (supuestamente) del 'mundo islámico' no se puede comparar con la de la antigua Unión Soviética.

'Derrumbamiento improbable' es una afirmación más arriesgada. Después de todo, todas las alianzas, coaliciones, ententes, imperios, comunidades o uniones monetarias de los Estados europeos han caído antes o después. La UE es distinta debido a su íntimo engranaje de cooperación habitual y a sus muchos mecanismos para resolver conflictos. Ya no existe el concierto de Europa, que se reunía ocasionalmente en Viena o en Berlín. Ahora está la orquesta de Europa, que toca al unísono de continuo.

Más aún: la mayor parte de los acuerdos anteriores se fueron al traste porque un Estado intentó dominar a los otros. La UE, en cambio, es un orden sistemáticamente no hegemónico de Estados. Alemania es la mayor potencia, pero no es hegemónica.

6. Entre la unidad imposible y el derrumbamiento improbable se extiende la banda de lo probable en los próximos 5 o 10 años. La UE no conseguirá nada parecido a la Constitución de EE UU. En función de la constelación de 2004, podría llegar a un documento cuasi constitucional que definiera quién hace qué y por qué. La alternativa es una continuación del pragmatismo evolutivo, con el que se irán añadiendo cada vez más piezas al laberíntico castillo.

Probablemente, todos los Estados miembros, los nuevos y los viejos, se comprometerán a unas cuantas actividades esenciales, básicamente las que tenía lo que antes era la Comunidad Económica Europea: el mercado único, la política de competencia, las negociaciones comerciales en nombre de Estados miembros... Sin embargo, los distintos círculos de 'cooperación reforzada' se superpondrán en parte al círculo central.

La cuestión más difícil es si a largo plazo el círculo de la moneda única puede ser distinto del económico esencial. Si no puede serlo, hay que empezar a planificar una unión monetaria de más de 20 Estados distintos. Pero ¿cómo podría funcionar esto?

7. Sospecho que la clave para que la UE siga funcionando con tantos miembros es hacer menos, pero hacerlo mejor. Desgraciadamente, no hay ninguna institución en la Unión con claro interés en hacer menos. Toda la historia de las instituciones europeas ha sido la de ir añadiendo cometidos, comités, puestos de supervisión, áreas de compromiso, todo ello acordado por los Estados miembros sobre la base de 'tú aceptas mi añadido y yo acepto el tuyo'.

En una versión europea de la ley de Parkinson, la Comisión, el Consejo y el Parlamento van creándose trabajo a sí mismos. Pero los Estados miembros son malos, pasan los temas difíciles a 'Europa' para que actúe y luego echan la culpa del resultado a 'Bruselas'.

Una de las soluciones que se sugieren es un Senado o una segunda cámara en el Parlamento Europeo, que se reuniría unas cuantas semanas al año y estaría compuesta o bien por senadores elegidos directamente o por representantes de los países. Esto confirmaría el tan cacareado principio de la 'subsidiaridad': que las decisiones deben tomarse al nivel más bajo posible compatible con una acción eficaz. Al estudiar atentamente lo que hiciera la UE podrían decir, por ejemplo: 'La UE no se debe involucrar en este tema de educación, pero debería hacer más en esa cuestión medioambiental'.

A diferencia de un Tribunal Supremo Europeo, esta segunda cámara tendría legitimidad democrática directa. Pero la creación de otra institución más no deja de ser una forma curiosa de empezar a reducirlas: sumar para poder restar. ¿No acabaría siendo también presa del euro-parkinsonismo?

8. La UE no tiene dramatismo cara al público. Lo más cercano a un teatro político son las cumbres importantes, como la de Niza del pasado mes de diciembre, pero se informa sobre ellas como si fueran torneos internacionales de esgrima diplomático. Aunque unos cuantos europeos lleven la bandera de la UE en las matrículas de sus vehículos, hay muy poco más que inspire simbolismo, mística o de lo que Walter Bagehot, al escribir sobre la Constitución británica, denominaba simplemente 'magia'. Para la mayor parte de los europeos, Europa es aburrida. Este enorme tedio es un auténtico peligro para todo el proyecto y un límite para lo que pueda llegar a ser.

9. Algunos europeos tienen la esperanza, y algunos estadounidenses el temor, de que la UE se convierta en una superpotencia. Un punto de vista, todavía dominante en Francia, es que Europa debe ser una superpotencia rival de EE UU. Otro, más extendido en Alemania y Reino Unido, es que debe ser un socio fuerte de EE UU. Sobre el papel, una UE ampliada sería aún más grande y más fuerte. Pero es bastante improbable que Europa sea alguna vez una superpotencia.

En el comercio y en las negociaciones, la UE sí puede ser tan importante como EE UU. Pero cuando se trata de política exterior y de defensa, la respuesta a la pregunta que Henry Kissinger pudo o no pudo plantear: 'Ustedes dicen Europa, pero ¿pueden decirme a qué número debo llamar?', es sencilla. Llamar a Europa sigue siendo una conferencia.

10. La Europa que tiene la esperanza de convertirse en una superpotencia unitaria es como la sirenita que quería ser una chica en el cuento de Hans Andersen: le dolerían los pies todo el tiempo porque en realidad deberían ser aletas. Pero no tiene por qué ser tan desdichada, sólo tiene que saber quién es.

La UE es una comunidad económica formidable. Es, cada vez más, una comunidad de leyes europeas compartidas. Puede que a la UE no se le dé bien proyectar poder o seguridad, pero es en sí misma una comunidad de seguridad, un grupo de Estados para los que se ha hecho impensable resolver sus diferencias por otros medios que no sean los pacíficos. Y la mayoría de los restantes Estados del continente europeo quieren unirse a ella. Aunque esté muy lejos de ser, o de llegar a ser, una democracia directa, es una comunidad de democracias. Si la comparamos con la Europa del pasado, y con los Balcanes del presente, hay un montón de razones para estar contento.

Si buscan una estructura coherente, racional y transparente se sentirán decepcionados con la Europa de los 15 y probablemente más aún con la de los 27. Sin embargo, si piensan en ella como proceso en vez de como estructura, como método en vez de como obra de arquitectura, no tienen motivo para sentirse decepcionados. Para adaptar la famosa frase de Churchill sobre la democracia: ésta es la peor Europa posible, si exceptuamos todas las demás Europas que en ocasiones se han intentado.

Timothy Garton Ash es periodista e historiador británico, autor de Historia del presente. © NYREV, Inc. 2001. Publicado con la autorización de The New York Review of Books

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