Soso seudocine de suspense
Ed Thomas es un conocido guionista británico (House of America, A silent village) que en El sabor de la traición abandona la confortable oscuridad del escritorio y se mete hasta el cuello, con cierto descaro, casi temerariamente -pues carece de olfato, de oficio, de preparación, y no sabe cubrirse las espaldas con sucedáneos- en el fregado de dirigir un aparatoso y complicado largometraje de escuela negra, un retorcido thriller londinense con ramificaciones en remotos y siniestros tugurios gobernados por la mafia rusa. Y, obviamente, le sale un churro, pero agravado por las huecas interpretaciones de gente tan popular como Joseph Fieness (Shakespeare enamorado), Rhys Ifans (Nothing Hill) y Tara Fitzgerald (Tocando el viento).
No sabe Ed Thomas proporcionar al espectador un punto de vista que le oriente en el sentido (si es que lo tiene, que lo dudo) del cuento que le quiere contar, ni sabe tampoco darle pistas sobre si lo que ve en la pantalla está elaborado en clave de comedia o de drama o de ambas cosas o de ninguna, que es lo más probable, dado lo impreciso e informe del tinglado. Porque hay en este tinglado repentinos brotes de violencia cínica que de repente dan media vuelta y salpican los ojos con boba moralina. Y hay también evidentes ganas de meter en el mismo saco la intriga y la sociología, el suspense clásico y la denuncia de lo mal que les va últimamente el negocio a las pequeñas empresas británicas, lo que equivale a querer fundir y confundir en una pantalla a la velocidad con el tocino, tarea inútil y misión imposible que da lugar a una ensalada de cine-gazpacho soso, embarullado y completamente prescindible.
Babelia
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