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Tribuna
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Historiador de la medicina

En la dolorosa hora en que la certidumbre de la ausencia definitiva, irreparable, de Pedro Laín estremece nuestros espíritus y cuerpos -de manera algo más especial, tal vez, a aquellos que tuvimos la fortuna de conocerle y quererle-, brota, como si fuese un manantial herido, la añoranza no sólo por el amigo que se ha ido, sino también por el maestro perdido. Sin embargo, inmediatamente surge el consuelo -si eso es ahora posible- de que nos queda, como dijo el poeta, su palabra, sus escritos, las numerosísimas obras que nos ha dejado. Numerosas y en muy variados campos. Historia, filosofía, ciencia, antropología filosófica, literatura o ensayo son algunos de esos campos, aunque tratándose de Laín uno siente una cierta sensación de incomodidad cuando utiliza denominaciones, parcelaciones disciplinares: su grandeza residía precisamente en su universalidad, en no reconocer las fronteras que otros consideran consustanciales.

No fue el primero de los historiadores españoles de la medicina, pero sí seguramente el mejor, el que con más garra persiguió la comprensión profunda de la actividad y sentido de la medicina
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En estos días será recordado de muy diversas maneras; por encima de todo, como homo humanus, como el hombre al que nada de lo humano era ajeno, y también por sus aportaciones a todas esas disciplinas. En este sentido, yo quiero hoy recordar su obra como historiador de la medicina; en 1942, no lo olvidemos, la cátedra de Historia de la Medicina de la Universidad de Madrid. No fue, es cierto, el primero de los historiadores españoles de la medicina, pero sí seguramente el mejor, el más ambicioso sin duda, el más internacional, el que con más garra persiguió la comprensión profunda de la actividad y sentido de la medicina. Nunca estuvo obsesionado por el dato, como fin supremo, ni frecuentó los archivos, pero dio sentido como pocos (en el mundo), histórico y filósofico, a esa empresa milenaria que es la historia de la medicina universal, sobre la que nos dejó obras como La historia clínica. Historia y teoría del relato patográfico (1950), el libro suyo del que, como me confesó un día, más satisfecho estaba. En la 'Nota preliminar' que añadió a la reedición de este libro, Laín explicaba su idea del valor y sentido de la historia: 'Cuando no es rutina escolar ni erudición inane, el conocimiento del pasado puede y debe servir para entender mejor el presente y para mejor planear el futuro. Si el estudio de la concepción galénica de la enfermedad no ayuda al médico actual en la empresa de saber o que es y lo que no es la patología para él vigente, y así por añadidura no le incita a mejorarla poco o mucho, hará bien dejando que la historia siga durmiendo en el limbo polvoriento de las bibliotecas'. Una vez más el homo humanus. Saber sí, pero también saber para algo, para mejorar la condición de nuestros semejantes.

Pretendió completar La historia clínica con otros volúmenes, para componer un Corpus Medicinalium Scientiarum Historicum, esto es,un estudio histórico de las disciplinas que componen la integridad del saber médico -la morfología, la fisiología, las varias en que se diversifica la patología, la terapéutica y profiláctica y la médico-social-, pero cuando en 1951 se disponía a comenzar la redacción del segundo tomo, dedicado a la historia del saber anatómico, su acceso al rectorado de la Universidad de Madrid trastornó sus planes de mi trabajo. 'La prosecución del Corpus quedó aplazada sine die', escribiría. Nunca lo retomó, de hecho: 'No me atreví', me confesó hace dos años, 'a continuar el plan de la historia clínica, que era la historia de la anatomía, y ahí quedó, ahí quedó'. De hecho, su vida, profesional e intelectualmente hablando, cambió sustancialmente a partir de aquel momento.

Aunque no completase aquel Corpus, compuso muchos otros estudios históricos, estudios que hacen que los historiadores de la medicina y de la ciencia españoles no podamos evitar un punto de amargura al contemplar los intereses que terminaron llevándole lejos de la historia de la medicina, y a que tantos compatriotas nuestros ignoren su obra en este campo. Entre esos estudios se deben mencionar Bichat (1946), Claude Bernard y la experimentación fisiológica (1947), Vida y obra de Guillermo Harvey (1948), La anatomía de Vesalio (1951), Historia de la medicina. Medicina moderna y contemporánea (1954), la dirección de los siete volúmenes de la Historia universal de la medicina (1972-1975), La medicina hipocrática (1976) o Cajal por sus cuatro costados (1978).

Aunque Laín fue sobre todo historiador de la medicina, no lo fue únicamente de ella, iluminando también con su obra múltiples aspectos de la historia de la ciencia, española e internacional. De hecho, se esforzó por mostrar la profunda unidad que existe entre lo que muchos han querido y quieren separar: las ciencias físico-químicas y naturales, por un lado, y la medicina, por otro. En el 'Prólogo' de uno de sus libros, significativamente titulado Ciencia, técnica y medicina (1986), leemos: 'Bajo la diversidad temática de los textos aquí reunidos, no será difícil percibir el pensamiento que los unifica y articula: una idea de la ciencia, la técnica y la medicina sistemáticamente conexas entre sí... La medicina es a la vez una técnica y un conjunto de saberes científicos'.

A pesar de que como historiador de la medicina y la ciencia, su aliento e intereses fueron más universalistas que nacionalistas, Laín no ha faltado a la obligada cita que para todo historiador de esta tierra nuestra impone la ciencia española. Frente a la visión amarga de otros -como Echegaray, que en 1866 manifestó en la Academia de Ciencias: 'Bien comprendéis que no es ésta, ni puede ser ésta en verdad, la historia de la ciencia en España, porque mal puede tener historia científica, pueblo que no ha tenido ciencia'-, la visión de Laín de la ciencia española fue comprensiva y positiva, aunque también crítica. En pocos lugares se muestra con mayor claridad esta faceta de los trabajos históricos de Laín como en los estudios que dedicó a Santiago Ramón y Cajal. 'Cómo el sabio Cajal', señaló en uno de esos trabajos (Hacia la recta final), 'el sabio incluido dentro del español Cajal, entendió esa compensadora grandeza del alma, con total claridad lo declaran sus propias palabras: la regeneración de España, la inédita vida nueva que la patria puede iniciar tras el Desastre, debe conquistarse ante todo por la vía del trabajo intelectual, científico y técnico'. Y eso fue también su vida: trabajo intelectual y ansia por contribuir a mejorar, a regenerar a su país, al que tanto quiso y dio.

José Manuel Sánchez Ron es catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid.

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