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Columna
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¿Globalización?, más mejor que menos

El Banco Mundial iba a reunirse a finales de junio en Barcelona, reunión que se ha suspendido ante la inminencia de otra movilización antiglobalización. Tras las primeras reacciones a la suspensión, es útil dirigir alguna reflexión al fondo del asunto: la globalización, sus efectos, problemas y alternativas.

Primero, es bueno precisar qué se entiende por globalización. Ulrick Beck nos ofrece una distinción muy útil entre tres términos que, a veces, se confunden: globalización, globalidad y globalismo. La noción de globalización identifica el carácter de proceso que tiene lo transnacional, la superación de las fronteras del Estado-Nación para la realización de relaciones económicas, culturales, sociales. Es un proceso antiguo, cuya intensidad ha sido mayor en otros momentos históricos recientes; así, el peso del comercio internacional un siglo atrás nada tiene que envidiar a su relevancia actual. Ahora, como entonces, el aumento de la eficacia y la disminución de costes de los transportes y comunicaciones han impulsado de nuevo el proceso de transnacionalización.

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El concepto de globalidad representa una descripción dura de la realidad: la sociedad mundial es un fenómeno irreversible. Y conviene distinguir ambos conceptos, globalización y globalidad, del de globalismo, esto es, la ideología neoliberal de dominio del mercado mundial. Éste es, en sí, un postulado político-ideológico: la idea de que el mercado mundial debe ser el único regulador de la globalización. Por eso sólo los neoliberales superan los movimientos antiglobalización en la crítica a organismos como el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio (OMC). Sencillamente, postulan su desaparición, para eliminar cualquier rasgo o germen de organización de gobierno mundial. Es algo muy similar a la posición de los neoliberales británicos cuando se oponen a cualquier forma de institucionalización de la Unión Europea que vaya más allá de su carácter de estricto mercado regional.

Como casi todo, la globalización comporta oportunidades y riesgos. Lo idóneo es impulsar los elementos que generan oportunidades (por ejemplo, la validez global de los derechos fundamentales, o la mejora de las capacidades humanas que permiten las tecnologías de la información), y paliar o atenuar los factores que introducen mayores riesgos para la seguridad individual y colectiva, o para la cohesión del tejido social de nuestras sociedades nacionales-regionales y de la sociedad mundial.

Se pueden señalar algunas prioridades en los riesgos que abordar, y algunas vías de reforma que conviene impulsar. Entre los riesgos más serios están las convulsiones que crea el movimiento compulsivo de capitales, por su potencial desestabilizador de las economías nacionales. Ante él, una buena orientación es la regulación de tales movimientos de capital, por ejemplo, a través de algún tipo de imposición estabilizadora o (y esto es muy importante) la exclusión de los paraísos fiscales de los circuitos de la sociedad económica mundial.

La globalización ha abierto espacios de competencia en el mercado, lo que ha generado una fuerte tendencia a la concentración del poder económico, que en muchas ocasiones intenta eliminar la competencia. Frente a esta tendencia a las concentraciones deben mejorarse las políticas de igualdad en los mercados, para prevenir los desequilibrios de poder en ellos.

Otra de las consecuencias de la globalización ha sido el desbordamiento de los esquemas tradicionales de mejora de la cohesión social, a la vez que subsisten grandes desigualdades internacionales en las capacidades para aprovechar las nuevas oportunidades. Esto hace necesarias políticas masivas a escala mundial de impulso del capital humano y del capital físico y tecnológico. En adelante, éste debería ser el contenido más importante de la cooperación internacional.

Asimismo, es necesaria una mayor apertura del comercio mundial, que permita el crecimiento económico de los países pobres. Reforzar la OMC, órgano en el que los países se relacionan multilateralmente, es una buena idea. Su desaparición o debilitación en muchos casos significaría volver al viejo esquema de relaciones comerciales bilaterales. Y la relación bilateral es el paraíso del más fuerte, que puede abusar mucho mejor del débil.

Las movilizaciones antiglobalización han hecho algunas contribuciones positivas. En particular, han expresado rotundamente dos preocupaciones muy compartidas: la necesidad de mayor seguridad colectiva y de un desarrollo económico y social internacional más equilibrado. Los grupos de orientación medioambientalista y los impulsores de la solidaridad internacional -a diferencia de los componentes de tipo más proteccionista- pueden realizar más contribuciones. Claro que existe un requisito importante: no confundirse de enemigo. Rechazar la globalización es equivocar el adversario, y propugnar el proteccionismo es una vía para acentuar los males que se pretenden combatir. Las políticas progresistas deben estrechar la brecha entre las preocupaciones expresadas y las características del desarrollo de la globalización. Progresar en las reformas sugeridas exige más y mejores instituciones de gobierno a escala global. El corsé del Estado-Nación ha sido desbordado, y lo que precisamos es más y mejor globalización.

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