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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Perú posible

Con su victoria relativamente estrecha sobre el ex presidente Alan García, Alejandro Toledo ha llegado por fin a la presidencia de Perú con la promesa de gobernar para todos los habitantes de uno de los países latinoamericanos de más deprimente historia reciente. En quince años, los peruanos han pasado de tener un país asolado por las deudas y el terrorismo, tal como lo dejó el populista García -rehabilitado a los ojos de una buena parte de sus conciudadanos a juzgar por los comicios del domingo-, a otro políticamente desarbolado y corrompido medularmente en sus instituciones, y donde la pobreza de la mayoría sigue siendo una de las más acusadas del continente.

A cambio de la erradicación del terrorismo, la terapia de choque del fugitivo Alberto Fujimori ha destruido el tejido parlamentario, dado la puntilla a un sistema de partidos ya precario y hecho de Perú un lugar donde la clase política es vista por la ciudadanía con la más rotunda de las sospechas. Hasta el punto de que su representante más valorado es el anciano presidente en funciones, Valentín Paniagua, que con mucha dignidad ha llenado durante seis meses el vacío en la primera magistratura de la nación.

Una campaña electoral agresiva y marrullera donde las haya ha dejado heridas que tardarán en curar.En su transcurso, la imagen pública de Toledo ha bajado muchos puntos respecto del arquetipo de intachabilidad que el economista formado en EE UU pretendía presentar. Toledo ha sido tocado por las alegaciones no desmentidas sobre su vida personal, y previsiblemente tendrá que dedicar una parte de su tiempo político, cinco años que se inauguran a finales del mes próximo, a intentar convencer a los peruanos de que merece el cargo para el que ha sido elegido con el 52% de los votos en la segunda vuelta. Los resultados de los comicios indican que el presidente electo, que llega al frente de un movimiento -Perú Posible- heterogéneo e improvisado durante la agonía del régimen bicéfalo Fujimori-Montesinos, tendrá que pactar con otras fuerzas la viabilidad de un Parlamento que consiga poner en marcha el gripado motor de la nación andina.

Porque el Perú que recibe Toledo es un país que lleva dos años políticamente paralizado, en el que las instituciones están desguazadas y cuya situación económica, al viento de estas circunstancias, se hace progresivamente insoportable. Es muy difícil hacer democracia cuando, según las frías estadísticas, más de la mitad de los peruanos no tienen satisfechas sus necesidades básicas, su gasto en salud es la cuarta parte del promedio de América Latina o sólo siete de cada cien hogares tienen teléfono. Estos datos son siempre mucho peores referidos a la población indígena de las montañas y la selva, víctimas por excelencia de la violencia y la miseria y aquellos con quienes el centrista Toledo, que gusta de explotar sus orígenes indios, dice identificarse por antonomasia.

No será fácil levantar a un Perú económicamente de rodillas y moralmente llagado por el escarnio durante muchos años de valores tan elementales como el respeto por los derechos humanos o la moralidad de la vida pública. Recuperar la credibilidad política y la dignidad de las personas e instaurar una disciplina económica que permita atraer inversiones y a los peruanos volver a levantar la cabeza, son los retos más formidables que tiene el nuevo presidente electo. La ocasión exige de Toledo y del conjunto de los responsables políticos -estén en el APRA, Perú Posible o Unidad Nacional- dejar de lado el caudillismo de campanario y hacer del Parlamento de Lima la dinamo de la regeneración democrática de un país que lleva demasiado tiempo en tinieblas.

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