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Columna
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Abejas

Cada vez hay más indicios de la coherencia vital de las abejas. Según un experimento científico cuyos resultados se han publicado en la revista Nature, las abejas confunden a sus congéneres, de forma involuntaria, cuando han sido previamente engañadas.

Las abejas gozan de un sistema social de supervivencia en el que existe una función muy parecida a la de los servicios de inteligencia de una comunidad humana, pero, si uno de sus miembros con función exploradora encuentra comida, despliega un código de información de tal precisión que ya la quisieran para sí la policía o el periodismo; en última instancia, una información que ya la quisiera para sí (como la abeja obrera y hambrienta que ha de dirigirse al lugar indicado) el ciudadano objeto de protección o de comunicación. Las abejas exploradoras, que miden las distancias con la vista (de lo que se deduce que no comunican lo que no ven y viceversa), encuentran el alimento y transmiten a sus compañeras de especie (a no ser que estén siendo víctimas de un experimento científico, en cuyo caso serán engañadas visualmente y equivocarán, a su vez y de forma involuntaria, a otras) la distancia justa del lugar exacto al que deben dirigirse. Su lenguaje está dotado de asombrosos signos tales como el baile, lo que viene a demostrar, naturalmente, los prodigiosos y pragmáticos mecanismos de la belleza.

En principio, y a rasgos generales, el sistema de supervivencia de los seres humanos, incluyendo los aspectos prácticos del baile, tiene muchas coincidencias con el sistema de las abejas. Excepto en la cuestión de la confusión. El Ministerio del Interior (abejas exploradoras) lanza una serie de advertencias a la población (abejas obreras) a través de los medios de comunicación (extraño jardín de nadie en el que, sin embargo, conviven no sin tensión abejas exploradoras y abejas obreras). El Ministerio del Interior avisa al ciudadano de que tiene constancia de ciertos gravísimos peligros que le acechan y aporta muchos datos; a saber (de su buena tinta...): los terroristas tienen previsto cometer atentados en los próximos días en Madrid y Barcelona; el sistema de terror que los terroristas tienen previsto emplear no será el coche bomba, sino que consistirá en pequeños objetos, tales como teléfonos móviles, llaveros, agendas, mochilitas, diseminados al albur de la suerte de quien (cualquiera, un niño quizá) pueda tomarlos en sus manos, entre las que estallarán.

Las abejas obreras agradecemos mucho y ciertamente la información brindada por las abejas exploradoras. Pero yo, para ser abeja, estoy bastante mosca. Voy a intentar explicarme, que no es fácil, a pesar de que las abejas obreras estamos bastante acostumbradas a los asuntos espinosos; quisiera, simplemente, que se me aclararan algunas cuestiones básicas. A saber (al dedillo...): ¿cómo es posible que el Ministerio del Interior conozca al detalle, como si de sus presupuestos se tratara, las previsiones, supuestamente clandestinas e imprevisibles, de los terroristas? Disponen (abejas exploradoras) de la ayuda de topos (curiosa combinación biológica). Vale. Pero, ¿cómo es posible que el Ministerio del Interior conozca a través de sus topos dónde, cuándo y cómo van a estar los terroristas y no sepa, supuestamente, dónde, cuándo y cómo están? Para detenerlos antes de que vayan a estar, digo.

Ah... que la cosa no es exactamente así... ya me parecía a mí... Vale, vale, entonces, ¿me podrían decir (abeja ingenua y confundida que soy) cómo es, exactamente, la cosa? Porque si nuestro servicio de información funciona, pero no funcionan los efectos de dicha información, tiene que haber un punto del proceso en el que falla algo. ¿Experimentos científicos de naturaleza política (que podrían ser publicados, dado su alto grado de sofisticación, en alguna revista especializada y del prestigio de Nature)? ¿Terribles consecuencias genéticas del turbio híbrido entre la avispada abeja y el ciego topo? ¿Que me faltan datos? Vale, ¿cuáles?

Todas estas oscuras preguntas (humana impenitente) insisto en repetirme al calor madrileño mientras contemplo (fieramente humana) el lilo que en un día preciso regalará a mi vista el color de su flor y admiro el baile coherente de una abeja que entre sus hojas recaba información.

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