La Europa de taifas
El Gobierno español practica el nacionalismo económico por medio de dos políticas: a) organizar y promover fusiones entre empresas españolas y b) impedir o dificultar la fusión de empresas españolas con otras europeas. Los ejemplos son numerosos. En 1996 había en España ocho empresas en el sector eléctrico y ninguna controlaba más del 30% del mercado. Después de una concentración organizada desde el Gobierno, hay cuatro y las dos mayores controlan el 80% del mercado. Otro ejemplo es el sector del azúcar. En cuanto a impedir la constitución de empresas europeas, el caso más grave fue el del aborto de la fusión de Telefónica con la holandesa KPN, y el más reciente, el de Hidrocantábrico. Pero el Gobierno español no es el único de la UE que practica esta doble política de engordar las empresas nacionales e impedir la constitución de empresas de dimensión europea. Portugal con su Champalimaud o Italia con su Montedison son otros ejemplos. Francia mantiene intactos sus monopolios, y otros países como Alemania, aunque fracasaron en su intento, hicieron lo posible por impedir la absorción de la alemana Manesmann por la británica Vodafone.
El daño de estas políticas para los ciudadanos europeos es evidente, pues, al aumentar el poder de mercado de las empresas en los mercados nacionales, disminuye la competencia y el consumidor obtiene menos calidad, peor trato y mayores precios. Pero esta política no afecta sólo negativamente a la competencia, sino también al tamaño de las empresas. Estas políticas, al reducir la actuación de las empresas a los mercados nacionales, limitan el tamaño de las empresas e impiden que adquieran una dimensión europea. Al limitar el tamaño de las empresas, estas políticas perjudican la eficiencia y la introducción de tecnologías más avanzadas, con lo que también se perjudica a los accionistas de las empresas y al crecimiento de Europa.
Los gobiernos venden estas políticas como favorecedoras del tamaño, pero es mentira. El ciudadano europeo debe darse cuenta de que el aumento de las cuotas en los mercados nacionales hace esas empresas más importantes en sus países, pero impide el desarrollo de grandes empresas europeas. Favoreciendo las concentraciones nacionales e impidiendo las fusiones europeas, las empresas no crecen, sino que engordan. Ganan la grasa del monopolio pero no adquieren el músculo de la dimensión. Frente a las grandes y ágiles multinacionales norteamericanas, aquí las tendremos gordas pero enanas.
La Comisión Europea debe cortar de raíz este nacionalismo económico, destructivo de la economía de mercado, por muy popular que sea en cada uno de los países. Si la Comisión no actúa pronto, nos encontraremos en Europa con un mosaico de mercados sin competencia y con empresas sin dimensión suficiente. Para ello, la Comisión debe revisar el Reglamento de concentraciones que deja a Bruselas fuera de juego en las fusiones más importantes que se producen en Europa. Debe modificar también, entre otras, el proyecto de Directiva que está preparando la comisaria De Palacio y que, por lo que conocemos, favorece a las empresas nacionales, pues no introduce ningún requerimiento de separación de propiedad entre negocios monopolísticos y competitivos ni establece cuotas máximas de generación en mercados nacionales cerrados a la importación.
No es fácil que la Comisión pueda conseguir estas modificaciones en un corto plazo, pues los gobiernos que han de aprobarlas son los mismos que protegen sus empresas. Pero hay algo que la Comisión debe hacer inmediatamente: aplicar el Tratado de la Unión, que declara que ella es la única competente para impedir concentraciones a nivel europeo. Su obligación es detener las actuaciones de los gobiernos nacionales que impiden las fusiones europeas que no les gustan utilizando criterios y procedimientos no autorizados por el Tratado. La Comisión debe declarar ilegal la ley española, el decreto italiano, los blindajes, las golden shares y toda la selva de mecanismos que los gobiernos nacionales han inventado en contra del mercado común europeo. No puede dejar pasar más tiempo sin atajar esas actuaciones nacionales, porque, por muy populares que sean en sus países, nos llevan a una Europa de taifas.
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