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LITERATURA POPULAR
Columna
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Florido mayo, gaseosas y pasteles

RAÍCES

En este mes de mayo se juntan tantas fiestas, que separarlas y distinguirlas siempre fue asunto de mayor cuantía etnográfica. Pero es que ahora, los impulsos igualadores de las grandes (Semana Santa y romerías marianas, principalmente) hacen que se mezclen las formas en un revoltijo de préstamos, por un lado, y de nuevas tendencias, por otro. En Sevilla, por ejemplo, las procesiones de niños, asociadas de antiguo a las Cruces de Mayo, tienen cada día más el aspecto de una Semana Santa en miniatura. Y ya hace tiempo que desaparecieron las cruces de los corrales de vecinos -de ahí las sevillanas corraleras-, que daban cohesión social al barrio, además de alegría a los cuerpos y alivio a las penalidades de los pobres. En el bajo Guadalquivir, comarca de mediación entre Sevilla, Cádiz y Huelva, estas sevillanas de toda la vida incorporan cada día más asuntos rocieros. Qué se le va a hacer. Antes eran simplemente estupendas, por desvergonzadas: 'Ese moso que baila / tiene una farta. / Que se le sale el aire / por la culata. / ¿Y qué te apuestas / que deja sólo el baile / con lo que apesta?' En Huelva, el imperio rociero ha contaminado también estas mismas celebraciones en muchos sitios, con su inequívoco sabor, a base de coros, cohetes, desfiles y más sevillanas de temática marismeña, a las que se suelen unir bandas de música. Así, el torbellino de los tiempos, y la imparable inclinación de algunas autoridades a producir fuertes impactos visuales y auditivos (¿dónde estará escrito que democracia es igual a ruido?), hacen que donde antes las muchachas bailaban y cantaban coplillas de pique con su pura voz, hoy pace el decibelio y atruena el estampido.

Por suerte, quedan algunos reductos, como la Sierra de Aracena, en Huelva, o la comarca de los Pedroches, en Córdoba, donde no es difícil rastrear los antiguos modos de la pradera, el romero y el amor. En un excelente artículo de Manuel Moreno Valero sobre la última zona citada, encontramos joyas como éstas: 'Oh Cruz Santa, dame un novio/ para alivio de mis penas/. Lo mismo da boticario, / médico o maestro escuela.' 'Una cruz para ser linda / ha de tener muchas flores, / y muchas niñas bonitas, / y un coro de cigarrones'. El vínculo con las cosechas abunda también en estas letras: 'A esta santísima Cruz / le venimos a cantar, que nos dé un montón de trigo / y otro tanto de cebá' (Observen, de paso, que sólo en andaluz cabe por octosílabo agudo el último verso).

En Galaroza -una vez más- se van recuperando las simpáticas cruces infantiles, con previa salida al campo a buscar el romerito, y regreso al pueblo, las niñas vestidas de flamenca sobre unos mansos burrillos, los niños tirando del ronzal. (Y no fue un invento de Juan Ramón Jiménez). De antiguos piques entre cruces -comunes antaño en toda Andalucía- rescatamos estas otras preciosidades: 'La cruz de arriba no sirve / ni la de abajo tampoco. / ¿Y eso qué quiere decir? / ¡Que viva la de nosotros!/ Tun-tún, que viva la cruz, / que viva la mayordoma, / Dios le dé mucha salú'. La mayordoma es la niña elegida cada año para regir los destinos de la cruz, a la que acompaña otra niña, llamada la bandera. Juntas van recogiendo en una bandeja los donativos de los vecinos, con los que sufragar los gastos del exorno y comprarse gaseosas y pasteles. 'A los amos de esta casa / Dios les dé salú y dinero. / Y trigo para to el año, / y salú para comerlo.' (Tampoco el tercer verso cabe más que en andaluz). 'Señorita del balcón, / aventárme una peseta / para estos angelitos / que llevan la cruz a cuestas'. (Aventar es en esa zona arrojar. De ahí pasó directamente al español de América). Qué cosas, ¿no?

A. R. ALMODÓVAR

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