Un ex comunista al frente de la capital
Desgarbado, con escaso atractivo físico, representante de una bonhomía que no conoce límites, Walter Veltroni, nuevo alcalde de Roma, encaja perfectamente en el estereotipo del chico bueno de izquierdas. Veltroni nació en Roma en 1955, en una familia acomodada. Su padre, Vittorio, era un alto cargo de la RAI (la radiotelevisión pública italiana) y el joven Walter tuvo acceso a las mejores escuelas, lo que le permitió coincidir, siquiera de refilón, con su adversario en la carrera a la alcaldía, Antonio Tajani, alumno del mismo selecto colegio.
Veltroni es lo más parecido que existe en la política italiana a un líder demócrata americano. Es cierto que comenzó a militar en las filas de la izquierda (en la Federación Joven Comunista) cuando apenas tenía 15 años y que fue escalando cargos en un partido notablemente radical en sus orígenes como el Partido Comunista Italiano (PCI), pero Veltroni ha sido uno de los más ardientes defensores de la reconversión del partido en lo que hoy es una formación vagamente socialdemócrata, cuyo último congreso eligió el lema de los demócratas norteamericanos, I care (Me importa), para desconsuelo de amplios sectores de las bases.
Por debajo de su aspecto apacible de devorador de libros y ávido espectador de películas, Veltroni esconde la tenacidad y la avidez del verdadero político. No es casual que en 1976 fuera ya concejal en el Ayuntamiento de Roma, que fuera elegido diputado en 1987 y que haya sido vicepresidente, además de ministro de Cultura, del primer Gobierno de El Olivo, presidido por Romano Prodi entre 1996 y 1998. La caída de Prodi le obligó a salir del Ejecutivo y a refugiarse en el partido, del que ha sido, por un breve periodo, secretario general.
Además de la política, Veltroni, casado y padre de dos niñas, tiene o ha tenido otra pasión: el periodismo, seguramente una herencia de su padre, alto cargo de la RAI. Antes de embarcarse en la aventura de El Olivo fue director de L'Unità, el antiguo órgano oficial del PCI que fundara Antonio Gramsci. Al frente del diario, que acaba de reeditarse después de interminables crisis y una etapa de silencio, Veltroni conquistó una fama de líder accesible y tolerante, en contraposición a Massimo d'Alema, por entonces secretario general del partido, acusado de dirigirlo con mano excesivamente firme.
La rivalidad entre Veltroni y D'Alema ha sido durante años un elemento de debate casi público en la izquierda italiana. Eran una pareja condenada a entenderse, en la que D'Alema hacía el papel del malo, y Veltroni, el del bueno. Pero, como todos los estereotipos, éste también resultaba poco convincente. En todo caso, la percepción por parte de los medios de comunicación ha sido siempre ésa.
Veltroni alcanzó, además, un éxito notable durante su breve etapa como ministro de Cultura. Hace poco declaró que el motivo de máximo orgullo en toda su carrera política era haber conseguido la reapertura de la galería Borghese, en 1997. Amigo de cineastas, actores, escritores y artistas variados, Veltroni obtuvo en mayo de 2000 un galardón sumamente apreciado, sobre todo en Italia: la Legión de Honor francesa. Desde su nuevo despacho, en Campidoglio, sobre las ruinas majestuosas de la ciudad imperial, podrá dedicarse ahora al que ha sido siempre su verdadero interés: Roma.
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