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Columna
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Un visionario

Vicente Molina Foix

La personalidad política de Pere Portabella puede oscurecer al artista Pere Portabella, y pasarle a él lo que a otros, tapados para una parte del público por el árbol de la ideología. Yo tuve un amigo que detestaba a Saint-John Perse, sin duda unos de los mayores poetas del siglo XX, no por sus versos, que ni siquiera se molestaba en leer, sino por un rechazo hacia Aléxis Saint-Léger, verdadero nombre de pila del escritor y sibilino diplomático, responsable -según mi republicano amigo- de la iniciativa franco-británica de no intervenir contra el recién instaurado régimen fascista de Franco. La palabra política la escribo en cursiva porque Portabella fue destacado militante antifranquista, por un lado, senador de la democracia inicial, por otro, miembro de la vanguardia catalana agrupada en torno a Dau al Set, productor legendario de los primeros Saura y Ferreri, de Viridiana, pero también, y se me agolpan los lados, de cineastas anti-sistema o radicales (Maenza, José Luis Guerín), mientras aún le quedaba tiempo para hacer, desordenada y continuamente desde 1967, sus propias películas largas y cortas. El hombre político se funde en algunas de ellas, las más documentales, con el director, y eso no obsta para que la obra fílmica de Portabella, que he vuelto a ver, se mantenga como una de las páginas más osadas, rigurosas, vivas, futuras, de la historia (o antihistoria) del cine español.

Aunque su última película, Puente de Varsovia, data de 1989, Portabella sigue ahí, y tras la retrospectiva en toda (y original) regla que le dedicó hace meses el Macba de Barcelona, ahora ha estado en el Museo Reina Sofía, donde se mostró la versión íntegra (170 minutos) de Informe general sobre algunas cuestiones de interés para una proyección pública (doy también su engañoso título íntegro), que más que un filme me parece un acontecimiento (televisiones de España: qué hacéis que no programáis destacadamente tal joya). Nada he visto que dé una imagen tan rica y veraz, tan provocadora, de la transición política como la da ese Informe general, en apariencia una serie de entrevistas y debates con los agentes del cambio democrático y bajo cuerda una obra que usa intempestivamente la ficción para señalarnos la parte suprimida de nuestra memoria civil (hay secuencias estremecedoras, como la búsqueda con la cámara de la tumba de Franco en el Valle de los Caídos, y otras de un sarcasmo devastador, como la visita comentada al museo de horrores que el dictador dejó al morir en el Palacio del Pardo). En los tiempos de la Escuela de Barcelona, de la que fue aledaño, Portabella dijo en una entrevista: 'Intento un cine no narrativo, destruyo a propósito la anécdota para que el tema, el sentido, se evidencie con más fuerza'. Antinarración, destrucción; palabras fuertes y de otro tiempo. Sin embargo, y esto le distingue como cineasta, ha sido siempre,en sus películas argumentales escritas con Joan Brossa y sonorizadas (hay más que música) por Carles Santos, un artista de la más refinada, estilizada belleza convulsiva.

Quizá ese alto nivel de acabado formal en un francotirador de la vanguardia explique lo que ocurrió una tarde del pasado febrero en el Macba (lo sé por un amigo común, y Portabella es reticente a divulgarlo). Jonathan Demme, el oscarizado autor, entre otras, de El silencio de los corderos y Filadelfia, visitaba la ciudad y fue a dar casualmente con la retrospectiva de Portabella, quedándose a las proyecciones de Vampir-Cuadecuc (1970) y Puente de Varsovia. Fascinado por el misterio de esas radicales y alusivas propuestas cinematográficas (Vampir vampiriza y deconstruye un Conde Drácula con Christopher Lee, Herbert Lom y Soledad Miranda que Jesús Franco rodaba en el Barrio Gótico), Demme movió Roma con Santiago hasta conseguir toda la filmografía de Portabella, que quería mostrar antes del rodaje al equipo de su siguiente película. Ahora Demme tiene el empeño de introducir en Estados Unidos la obra de quien, tras elogiar su pasión, su valor, su imaginación rampante y su inteligencia, ha llamado 'cineasta auténticamente visionario'. Si algo no sobra en el campo en barbecho de la cinematografía española son visionarios. Que no nos tenga Demme ni ningún otro benévolo padre colonizador que descubrir a los descarriados hijos de nuestra patria del cine.

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