Acabó a almohadillazos
La función rejonera acabó como el rosario de la aurora: a almohadillazo limpio. Porque el presidente, José Manuel Sánchez, no le concedió una oreja al rejoneador Andy Cartagena, se produjo en el tendido una masiva, descomunal, furibunda lluvia de almohadillas.
Qué bochorno, papi.
Caían las almohadillas armando el ruido propio de un bombardeo y el público se desgañitaba como si estuviera defendiendo el país de la invasión de las tropas napoleónicas. Pum, purrupúm, las almohadillas; su padre, su madre, el oficio de su padre y el de su madre, el público.
Parecía mentira en gente tan educada. A lo mejor no era tan educada como aparentaba pues si por una simple oreja armaban semejante escándalo, a saber qué podrían llegar a hacer si les roban la cartera.
Bohórquez / Hernández, Bohórquez, Cartagena
Toros desmochados para rejoneo de Fermín Bohórquez, que dieron juego, principalmente 2º y 5º; 6º, inválido absoluto, se desplomaba continuamente. Leonardo Hernández: rejón bajo y rueda de peones (aplausos y salida al tercio); rejón bajo, rejón arriba, rueda insistente de peones y, pie a tierra, descabello (vuelta por su cuenta). Fermín Bohórquez: rejón trasero caído, otro caído y rueda de peones (silencio); tres pinchazos e infamante metisaca contrario bajísimo (algunos pitos). Andy Cartagena: rejón contrario, rueda de peones y rejón ladeado (oreja); rejón atravesado que asoma y rápida rueda de peones en la que uno saca el acero (petición y vuelta). Hubo masivo lanzamiento de almohadillas y bronca descomunal al presidente, José Manuel Sánchez, por no conceder la última oreja. Plaza de Las Ventas, 26 de mayo. 18ª corrida de feria. Lleno.
Suele ocurrir con el público triunfalista: que va de amable y benevolente, mas si se le lleva la contraria o algo le cae mal, ¡ojo!
¿Los aficionados exigentes, los del 7, los custodios del arca y el toro de cinco, el torero de veinticinco, los delatores del pico? Esos, unas hermanitas de la Caridad, unos angelitos de Dios, al lado del público triunfalista habitual en las mal llamadas corridas de rejones.
Una reparación y una explicación merecen el presidente José Manuel Sánchez, su padre y su madre, injustamente vituperados por una masa vociferante que no se atenía a razones.
La masa había pedido la oreja del sexto toro para Andy Cartagena y exigía que se concediera, principalmente porque sumada a otra obtenida en su toro anterior, le valdría al rejoneador para salir por la puerta grande. Lo señala, además, el reglamento: si la petición es mayoritaria, el presidente debe conceder la oreja. Ahora bien, el mismo reglamento concede al presidente atribuciones de excepcionalidad para actuar según su criterio, si entran en juego el buen orden de la fiesta y el sentido común.
Y en esas estábamos -y se supone que estaba el presidente José Manuel Sánchez-, pues conceder aquella oreja habría supuesto la consagración de la burla, el atropello y la miseria.
En efecto, lo que había motivado la petición de oreja fue la vergüenza nacional. Sucedió que saltó a la arena un toro aquejado de invalidez absoluta. Nada más clavarle Cartagena uno de los rejones de castigo cayó como fulminado. Se levantó penosamente, pero volvió a caer, lo menos media docena de veces, a lo largo de la alborotada correría rejoneadora. No se crea que se caía de morro, de lado o de culo: se desplomaba despanzurrado, exangüe, y una vez en el suelo lo dábamos por muerto. Luego venían peones, lo tiraban del rabo y el animal se volvía a incorporar.
Ese era el lamentable panorama del ruedo de Las Ventas. Y, sin embargo, entre el público no se oía ni una protesta; en el rejoneador no se apreciaba ni el más remoto síntoma de piedad. Por el contrario, el rejoneador seguía perpetrando bravatas, pegando galopadas, caballazos, rejonazos alevosos, y adornaba la indignidad con saludos y braceos triunfalistas, que el público aclamaba hasta el delirio. Para remate, el rejonazo de muerte atravesó al toro, se abalanzaron los peones para marear al toro y disimular la desastrosa trayectoria del acero; y cuando rodó definitivamente la res, se produjo la desbocada manifestación de un triunfalismo aberrante que acabaría desembocando en los insultos, los almohadillazos y el escándalo.
Efectivamente, qué bochorno.
Lo demás de la corrida dio igual. Leonardo Hernández y Fermín Bohórquez rejonearon con aseo e incluso ensayaron templanzas toreras y les hicieron poco caso. El público de la mal llamada corrida de rejones prefería las cabalgadas espectaculares y las banderillas al violín de Andy Cartagena, que le ponían a cien, allá penas si los toros salían del chiquero salvajemente desmochados y hasta inválidos. Hablando en plata: a los toros ya les pueden ir dando.
Babelia
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