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FERIA DE SAN ISIDRO | LA LIDIA
Columna
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Robles, en el recuerdo

Una suave manta fina y pertinaz de agua caía sobre Las Ventas. Noche cerrada, frío de primavera revuelta en el ambiente, las luces de la plaza iluminaban un ruedo humedecido y sus tenues declives encharcados. 'Jú', volaba en el aire, un eco ronco de fragua, y el toro se arranca, en terrenos del ocho y del nueve, por fuera de la segunda raya del tercio. Y la muleta, empapada de agua y relojería, recibe por delante los cuernos y el miedo, se reúne en la suerte y remata hacia atrás. Los tres tiempos se oyen, el ritmo se percibe. Julio Robles está diciendo unas bulerías al golpe. Por derecho.

Al tener que evocar al diestro, nacido en Fontiveros, la primera imagen que surge nítida de emoción es la de aquella tarde anochecida en la que compartió cartel con Roberto Domínguez, quien por terrenos del tres alrededores de chiqueros, se entretuvo en muletear, al modo artístico, un toro al que luego pinchó. Y la lluvia, que no cejaba en su procesión de paso minucioso. Y es esa tarde anochecida y lluviosa en Las Ventas que elijo para encontrar el camino que me lleva hasta el artista Julio Robles torero. Sé que nunca dejaré de rastrear en esas imágenes y sus sensaciones. Se han quedado grabadas en mi memoria como arte puro. Ésa es la cuestión, y el misterio.

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Después llevo conmigo las tres veces que salió por la puerta grande en Madrid. Los naturales interminables y profundos al toro del Puerto en 1984; el faenón, arrebato de temple y enjundia, en 1985 a un toro de Aldeanueva, y la sinfonía de capote y muleta; en septiembre de 1989, ante los de Joaquín Buendía, de sangre santacolomeña.

Ese mismo año de 1989, el Giraldillo miró de reojo, mes de abril, dos faenas completas de capote y muleta. Era en Sevilla, donde un castellano hondo y puro hacía el toreo en su esencia, sin mácula ni espejo. Nunca es tarde cuando el arte se manifiesta, y mientras sucede es eterno, que dicen los maestros del templo universal cuyo nombre no es necesario mentar.

¿La ambición? Un temple infinito y demorado en las palmas de las manos. El programa más requerido, una noche de amistad y candela, de vino y cante, de amasar deseos y dudas. Es sentir el fluir del tiempo. Tal vez en Lumbrales, en lo profundo del campo charro, en sus fiestas de agosto. Como hace años te viera este que no hace falta que confiese es de tu cofradía, la de tu hacer sobre la arena.

Mira de ver si este año durante la feria logramos contemplar ese toreo de capote, esculpido en bronce, que tan generosamente prodigaste en tus dos plazas, ésas de las que por derecho propio eres hijo predilecto. La Glorieta en la capital del río Tormes, o en aquesta Ventas del Espíritu Santo. Préstale tu compás de viento y plata, aunque sea unos instantes, a la torería andante. Es favor que te pide este tu cofrade.

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