Virtualidad real
El pasado lunes, en el capítulo de Periodistas, Ana, que se había hecho famosa por denunciar a unos jueces corruptos en el diario Crónica, era entrevistada, por Javier Sardá, en Crónicas marcianas. Entrevistada no en el espacio Crónicas marcianas que se emitía a continuación y en la misma Tele 5, sino en un Crónicas marcianas 'ficticio'. ¿Por qué era ficticio? Porque aparecía dentro de una serie de ficción. Sin embargo, después se emitió el Crónicas marcianas 'real' y quienes habíamos visto a Sardá mezclado con la trama de Periodistas no podíamos evitar la sensación de igualarlo a un personaje. Más todavía: mientras más tarde, poco a poco, en el transcurso de Crónicas, el personaje Javier Sardá iba despojándose de su impregnación ficticia, Ana iba ganando, en la memoria, una densidad real.
Ocurría con este calambur de vasos comunicantes algo semejante al fenómeno que refiere Manuel Castells en la última edición de su obra La era de la información (vol. 1. La sociedad red. Alianza Editorial, 2001). Cuenta Castells el caso de un conflicto, en 1992, entre el entonces vicepresidente norteamericano Dan Quayle y el personaje Murphy Brown. En plena campaña presidencial de aquel año, Murphy Brown (interpretada en la televisión por Candice Bergen) decide a lo largo de un capítulo tener un hijo sin casarse. Nadie le había presentado este caso particularmente a Dan Quayle, pero este hombre necio censuró la conducta de la protagonista y provocó un bucle entre lo real y la ficción de interés para nuestras vidas mediáticas. Dan Quayle se indignó públicamente contra 'la licenciosa' Murphy Brown pero Candice Bergen, tanto como actriz como en su condición de mujer independiente y trabajadora, reaccionó muñendo en la serie una venganza contra Dan Quayle que aparecía ridulizado en el momento de emitir sus declaraciones a la televisión, dentro de la serie de televisión. Como consecuencia, el programa experimentó un ascenso y el vicepresidente, una derrota. ¿Dónde se había producido el enfrentamiento? ¿Fuera o dentro de la pantalla? ¿En la realidad o en la ficción? Probablemente en un nuevo espacio, recién inaugurado, que se sitúa en la banda, cada vez más ancha, entre los medios de comunicación de masas y la masa real de su comunicación.
Castells llama a este espacio virtualidad real. Aclara, para determinarlo, que siempre hubo en el mundo una realidad virtual, una realidad que no valía sólo por su valor sino por nuestro modo de apreciarla. En este sentido, una realidad virtual afectada de imaginarios, imagos, diferencias culturales y sistemas simbólicos ha existido siempre, pero ahora se ha generado otra realidad (una hiperrealidad dice Baudrillard, una virtualidad real dice Castells) en la que flotamos progresivamente y desde la mañana a la noche.
Hace 150 años no existía la fotografía, ni la radio ni el teléfono. No existía, por supuesto, la televisión, el vídeo, el ordenador, el móvil o la cosmología de Internet. El despliegue de estos medios interpuestos entre nuestra vida y la vida de lo real, entre nuestras sensaciones y su emisión, entre su seducción y nuestra captación, segrega un producto vacilante del que cada vez somos menos dueños. Un mundo blando que comunica la impresión de estar viviendo sobre referencias traslúcidas, efectos especiales y trampantojos que hacen dudar sobre la pertinencia de nuestros sentidos y también sobre nuestros conocimientos, nuestros juicios y quién sabe si también sobre nuestro albedrío. Sería demasiado simple pensar que se ha producido alguna deliberada conspiración capitalista en vistas a la 'manipulación de las conciencias', pero ¿qué duda cabe que con el omnipresente impacto de los medios no estamos en lo que estábamos y no somos lo que éramos? ¿Cómo negar que el poder, donde quiera que se encuentre, nos ha hecho a todos más frágiles, menos reales, peor orientados, más ficticios?
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