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Columna
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Las 'foires à tout'

Victoria Combalia

Llueve, pero no hace frío, y en algo como la foire à tout las condiciones climáticas son fundamentales. Sólo si llueve a mares no hay foire à tout; de lo contrario, se instalan cuatro plásticos y se espera que el tiempo, de por sí variable en Normandía, mejore con un poco de suerte. El rito comienza vistiéndose uno apropiadamente: siempre con un chubasquero y sombrero o capucha y siempre con zapato viejo o cómodo. Con guantes en invierno y una enorme bolsa para ir poniendo las adquisiciones.

Las foires à tout, o ferias de todo un poco, surgieron en la década de 1970 en Francia a causa de la crisis económica. Desde entonces han proliferado, especialmente en Normandía y en el sur, instalándose en los prados a la salida de los pueblos o en la calle principal, junto a la iglesia. A diferencia de las foires à la brocante, no se especializan en las pequeñas antiguëdades, sino en todo, como su propio nombre indica. Y la gente se vende desde sus vaqueros -que siempre han de estar impecablemente lavados- hasta el sofá de la abuela.

Fenómeno muy francés: las 'foires à tout', ferias en las que es posible encontrar desde un mueble 'art déco' hasta un vestido que a la señora ya no le cabía...

Lo atractivo de las foires à tout es que uno puede encontrar pequeñas maravillas. En Francia, un país mucho más rico que el nuestro, la gente posee objetos de ciertos estilos del siglo XX que no se ven en España. Para tirar o vender hay que haber tenido antes y los objetos art déco, impensables en nuestros parajes si no es en tiendas especializadas, son aquí muy comunes. Hay vajillas, deliciosas bandejas con vistas de Trouville, Deauville o el Mont Saint-Michel (por unos 50 francos), ceniceros de baquelita y enormes potes de cristal con cierres también de baquelita de color siena (de 50 a 150 francos) y sofisticadas lámparas de cristal opaco con motivos florales (de l50 a 200 francos). Uno puede encontrar aún cubiertos de servir antiguos, de plata o plateados, muchos vasos de agua plateados con iniciales diversas y encantadores fruteros art nouveau. Y también los espejos más comunes de las casas de clase media de la década de 1930, hechos con listoncillos de madera puestos sencillamente en paralelo.

Otra especialidad de las foires à tout son los objetos de los años sesenta del siglo XX, ahora tan en boga. La cerámica de Vallauris y toda suerte de ceniceros, fuentes y platos con colores irisados y estridentes, a medio camino entre la psicodelia y el kitsch hacen las delicias, de un tiempo a esta parte, de los amateurs de la decoración. A primera hora llegan los visitantes profesionales, que madrugan y pasan frío, pero que saben que más tarde venderán aquella mercancía, cada vez más rara de encontrar, confortablemente sentados en su anticuario parisiense.

Ahora andan muy buscados los muebles de plástico y apilables, así como los silloncillos de forma arriñonada y las lámparas naranjas, que la exposición Les années pop, en el Centro Pompidou, ha contribuido a poner de moda. Si uno llega a las 8.30, encuentra todo esto, así como las fotos antiguas que tanto fascinaron a los surrealistas (y en nuestro país, a Joaquín Gomis y a Joan Brossa, que realizó una de sus poesías visuales con una de estas postales románticas en l948), y libros y láminas en grandes cajas por el suelo, en las que tendrá que revolver, muchas veces llenándose de polvo. Hay expositores profesionales, que recorren toda Francia y a los cuales uno va saludando de año en año, y están los del lugar: los niños que venden sus juguetes, la mujer que se desprende de aquella ropa cuya talla ya no la acepta, el señor que vende su anticuado ordenador. Hay neveras, tocadiscos, muchos discos y hasta tarjetas de teléfono que la gente colecciona.

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La belleza del objeto antiguo no sólo está en el objeto mismo, sino en descubrir para qué sirvió: cucharillas que espolvoreaban de azúcar los fresones, conos de madera perforada que resultan ser expositores de caramelos de palo, husos de madera tallada con bellas formas, obuses decorados por los soldados en las trincheras de la Gran Guerra, uniformes enteros e impecables procedentes de la II Guerra Mundial.

El clima es distendido, de feria de domingo, y las familias van a pasear y vuelven siempre con algo, aunque a veces tan sólo sea un pote de mermelada casera. El arte del regateo, también en la austera y racional Francia, se impone todavía. El pequeño comentario sobre el tiempo, o un sencillo y primitivo galanteo, se agradecen por ambas partes, y es muy útil si se quiere pagar menos. Aunque a veces uno paga lo que piden, pues detrás de aquella vendedora hay una mujer que se ha quedado sola con los hijos y de cuya vida cotidiana presiente la dureza.

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