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LA HORMA DE MI SOMBRERO
Columna
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'Canta Napoli!'

A mediados de los años cincuenta pasé tres veranos en Blanes. Entre los chicos y chicas de la colla había una italiana, cuyo nombre no recuerdo, sobrina de un abogado amigo de mis padres. La chica no era ningún bombón, pero era simpática, y además de su simpatía poseía un pequeño tesoro que la hacía imprescindible, que le aseguraba un lugar de honor en los guateques que improvisábamos en casa de unos u otros: la chica era poseedora de media docena de álbumes de discos de 78 revoluciones de la Fonit italiana, comprados en Milán.

Fue en uno de aquellos guateques veraniegos donde escuché por primera vez un disco de Renato Carosone. No recuerdo si fue Tu vuo' fa' l'americano o E la barca tornò sola, pero me inclino por el segundo. Al parecer, esta canción de Ruccione y Fiorelli, interpretada por el cuarteto de Carosone y cantada por Bernardini, era una coña de ese cinema strappacore, de las películas que interpretaba la pareja Amedeo Nazzari / Yvonne Sanson bajo la dirección de Raffaello Matarazzo (Catene, de 1950, es la más famosa). Una coña de ese cinema -y de esas canciones- en las que se escuchaban frases como éstas: 'Carlo, guardati intorno. Nulla è cambiato. Ti amo come prima e piú di prima', 'chi ama veramente non è capace di ingannare, anche se è figlia di nessuno'. O bien: 'Non hai capito che qualche volta l'odio è il modo piú disperato di amare?'. No me las invento: pertenecen a Vortice, Pietà per chi cade y Ti ho sempre amato.

La de Renato Carosone, muerto el pasado domingo, fue una carrera brevísima, centrada en los cincuenta

Si me inclino por E la barca tornò sola es porque, mientras Bernardini cantaba el dramón, los tres restantes miembros del cuarteto -Gegè di Giacomo, el batería; Peter van Wood, el guitarra, y el propio Carosone, al piano- soltaban después de cada lamento: 'E a me che me ne importa, e a me che me ne importa...', a modo de estribillo. Y a mi ese estribillo, ese 'e a me che me ne importa', me suena como de haberlo introducido en el lenguaje de la colla en aquellos años de vacaciones en la Costa Brava, en los que el estío duraba tres meses y en los que junto a los discos de Renato Carosone conocimos a las primeras suecas.

A decir verdad, comparados con los Platters ( Only youuu...), incluso con Perfidia o el Mr. Sandman de los Four Aces -que también encontramos en los álbumes de la chica italiana-, los discos de Carosone nos hacían gracia, bastante, mucha gracia, pero poca cosa más. Eran divertidos, como los rocks de Vian, cantados por Salvador o por Magali Noël, pero no enganchaban como nos enganchaban los Platters, los primeros discos de Presley o de Belafonte. Y desde un punto de vista técnico, en función del agarrao, que es a lo que íbamos por razones de edad y por el clima reinante -y no sólo el meteorológico: la mayoría de los chicos y chicas éramos producto de la educación religiosa, del nacionalcatolicismo-, Carosone, como producto italoamericano, no nos facilitaba el apoyo logístico que encontrábamos en un urlatore clásico como Tony Dallara (Strada'nfosa) o un urlatore sui generis como el Modugno de Resta cu'mme.

Los discos de Renato Carosone -que aquí editó la Compañía del Gramófono Odeón, en 33 revoluciones y al precio de 175 pesetas-, discos memorables, con canciones que se hicieron famosísimas, como La pansè, Ehi, cumpari!, Guaglione, Torero..., por no citar esa Piccolissima serenata, duraron poco. Escasamente cinco o seis años. El 7 de junio de 1960, en un programa de la RAI, Renato Carosone anunció que se retiraba. Se retiraba 'per non fare l'americano'. Para no tener que competir con los peludos, con los blousons noirs, con los urlatori, con el rock puro y duro..., y con la canción política, con los chicos de Cantacronache, y con la scuola di Genova, es decir, Mina, Paoli, Mogol, Gaber..., que empezaban a asomar el pico. ¡Y qué pico! Renato Carosone falleció el pasado domingo en su casa de Roma. Tenía 81 años. Murió plácidamente, mientras dormía la siesta. Una muerte mucho más romana, mucho más placentera que las dramáticas y más aún melodramáticas muertes de las canciones que inundaban el Nápoles de su infancia (aquel Vico dei Tornieri, junto a Piazza Mercato).

Tuvo, sí, una muerte romana, pero vivió, como Totó, en napolitano hasta el día de su muerte. El Carosone que se murió el domingo no es ya, para mí, aquel tipo divertido que se reía del cine strappacore en sus divertidísimas canciones, canciones que bailábamos, también para divertirnos, en los estíos interminables de la Costa Brava. De aquellas diversiones han pasado más de cuarenta años. Y en ese tiempo he conocido Nápoles, su historia y sus gentes. Desgraciadamente, ya no queda ni rastro de Shaker Club, en Via Caracciolo, en el lungomare, donde el 28 de octubre de 1949 debutaba Renato Carosone, el trío Carosone, con Gegè di Giacomo y Peter van Wood. Pero las canciones siguen ahí. Las he oído cantar en los restaurantes y en la calle. Hay quienes creen que son populares -como la celebérrima Maruzzella, Maruzzè..., ¡qué bien la cantaba la Magnani!-, como aquí aquel 'verde como el trigo verde...', y no lo son. Son las canciones del maestro Carosone. Un maestro sin el que probablemente no existirían ni Fred Buscaglione ni Paolo Conte, amén de Peppino di Capri y Pino Daniele.

El próximo 6 de julio, en Nápoles, en el estadio San Paolo, dentro del Neapolis Festival, está anunciado un gran concierto en homenaje a Renato Carosone. Conozco estos festivales: el día en que cantaba Pino Daniele, hará tres o cuatro años, no había nadie por las calles. Aquella noche, alguien, no sé quién, gritará: 'Canta Napoli!', como gritaba Gegè di Giacomo antes que Renato iniciase con el piano su Piccolissima serenata. Y Nápoles cantará. Como cantábamos el domingo en casa, mientras brindábamos a la memoria, eterna memoria, del maestro Renato Carosone.

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