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Tribuna:EL ENTORNO DE SEVILLA
Tribuna
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La ética y la estética de la ciudad

'Las calles serán nuestros pinceles, y las plazas, nuestros lienzos', proclamaba el poeta Maiakovski. Las urbes pueden ser vistas como obras de arte en perpetua transformación. Es, en el fondo, lo que Ángel Ganivet denominaba el espíritu de la ciudad. Cuando Joaquín Romero Murube recibió en Sevilla a Marinetti, el artífice del movimiento futurista, no dejaba de sorprenderse del concepto estético del italiano, que proponía, entre otras cosas no menos jocundas, convertir todas las plazas de Florencia en aparcamientos. Para los futuristas, la técnica ('un motor rugiendo', afirmaba el mismo Marinetti) constituía un estadio supremo de belleza. Era muy difícil entonces, aun paseando por los jardines del palacio del Justiciero, contravenir los iconos de lo que se consideraba el signo del progreso.

El imperante Constantino escribió que no se debía perseguir a los cristianos porque tales actos no estaban 'a la altura de los tiempos'. Es decir, cada época tiene una razón ética y estética que configura nuestro entorno y aquello que no conjugue con sus postulados no merece, por su desarraigo conceptual, ser tenido en consideración. Y la ciudad es, como correlato, nada más, y nada menos, que eso: el pincel y el lienzo donde una sociedad traza sus perfiles más determinantes.

Cuando se diseccionan todos los componentes que configuran la pulpa vital de una urbe, la movilidad se nos presenta como un elemento primordial en la configuración de los escenarios urbanos y donde con más reiteración nos vamos a encontrar con la vertebración del espíritu de la ciudad, volviendo al concepto de Ganivet. La Sevilla del siglo XXI, la conurbación ya materializada, demanda un equilibrio conceptual que no es sino la cristalización de esa ética y estética que ideológicamente hoy está en su orto: neutralidad medioambiental, espacios bien definidos para el peatón y otros modos de desplazamiento (bicicletas), adecuado posicionamiento del transporte colectivo como oferente de una movilidad eficaz y confortable, ganar escenarios, singularmente el casco histórico, a la recreación estética de los ciudadanos y a la protección del patrimonio monumental, y todo ello sin menoscabo de un flujo motorizado dinámico que coadyuve a la vitalidad de la vida económica de la urbe.

Bajo estos patrones, Sevilla y su área metropolitana, dotándose de una vertebración humanista, pueden afrontar el futuro configurando unos entornos amables para el ciudadano cualesquiera que sea la vertiente que como usuario adopte en un momento determinado: peatón, automovilista, cliente del transporte colectivo, etcétera. O bien en el contexto de su actividad social: laboral, lúdica, etcétera. En definitiva, configurar una ciudad que todos podamos compartir como adecuado paisaje para la convivencia.

El éxito de una ciudad radica en el grado de identificación que sus moradores puedan sentir con respecto a su entidad material u organizativa. María Antonieta, la desafortunada reina francesa, no soportaba la pesada realidad de Versalles y se mandó construir en sus aledaños una fantasmagórica recreación escenográfica de un pequeño pueblo donde jugaba a ser pastora, lugar, por cierto, que jamás pisó su Serenísimo esposo. En un sentido conductista, necesitamos que nuestra ciudad funcione como un templo, una fábrica, un comercio, un complejo deportivo, según el rol que ejerzamos en el ámbito de nuestra vida material o espiritual. Una movilidad adaptada a estas premisas, una movilidad humanista, es el sistema nervioso de una ciudad más habitable.

Blas Ballesteros es delegado de Tráfico y Transportes del Ayuntamiento de Sevilla.

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