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Columna
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¿Insolidaridad con las victimas?

Algunas personas que han sufrido y sufren el acoso de la violencia se han quejado amargamente del resultado electoral, por entender que el mismo supone que la sociedad vasca es insolidaria con ellas y les ha dado la espalda. Se trata, en la mayor parte de los casos, de gentes sencillas que han dado y están dando lo mejor de sus vidas en la defensa de sus convicciones más profundas, defendiendo de paso la libertad de todos. Gentes que han tenido que oír a veces el reproche de sus familias, la incomprensión de sus allegados, además de tener que aguantar el insulto y la amenaza de los violentos.

Según relatan los medios, algunas de estas personas dicen que se van. Les habían asegurado que el 13 de mayo todo cambiaría. Que a partir de esa fecha mágica su seguridad se vería reforzada. Algunos incluso han llegado a decir que se había frustrado su ilusión de dejar de llevar escolta desde el día 14. Les habían convencido de que su indefensión era el producto de la complicidad del PNV con los violentos y quién sabe si ahora, tras la lectura de los resultados electorales, muchas de estas personas no interiorizarán que los cómplices de los violentos, lejos de ser menos, han aumentado considerablemente, por lo que su seguridad está también más amenazada que nunca.

Todo esto es un disparate que, a mi modo de ver, tiene una triple explicación. En primer lugar está la intencionada manipulación que ha pretendido identificar a todo el nacionalismo con la violencia, vinculando inexorablemente la defensa de la vida con el proyecto político de los partidos llamados constitucionalistas y la estrategia de la plataforma ¡Basta Ya!, y calumniando a quienes desde otras opciones políticas, o desde colectivos como Gesto por la Paz, han estado una y otra vez en la calle defendiendo a las víctimas. Pretender que un eventual triunfo de Mayor Oreja iba a permitir a algunas personas dejar de llevar escolta al día siguiente puede entenderse desde el mundo de las emociones pero, desde luego, no desde la razón. Y, desgraciadamente, en este asunto ha habido personas que, tal vez abrumadas por el criminal acoso de los violentos, han dejado a un lado su compromiso con la razón para dejarse llevar por las pasiones, utilizando instrumentos más propios de la política convencional, como la caricatura y la renuncia a los matices. Unos intelectuales cuyo discurso deja ahora en la incertidumbre y el desconcierto a la mayoría de los amenazados, incapaces de analizar lo sucedido.

En segundo lugar, es necesario apelar a la incomunicación, a la enorme brecha que se ha abierto entre diversos sectores de la sociedad vasca. Para percibir la cercanía, la compasión, la solidaridad, o el afecto, es preciso convivir, compartir las preocupaciones y las ilusiones, conversar y tomar una taza de café. De manera lamentable, una parte del mundo de las víctimas del terror ha sido prisionera de la ausencia de diálogo entre los partidos, de la estrategia de la incomunicación. No pocas personas amenazadas reconocen vivir en guetos en donde siempre se habla de lo mismo y entre los mismos, sin contraste de pareceres, y en la sospecha de que el resto del mundo es ajena a su drama cotidiano.

Por último, las víctimas de la violencia se han sentido poco queridas y apoyadas por las instituciones vascas gobernadas por el nacionalismo. No han podido comprender lo sucedido en la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento, ni lo ocurrido tras el asesinato de Buesa, ni muchas otras cosas. Y ello, seguramente, habrá influido también en el profundo desánimo que ahora sienten.

Para salir de esta situación, para que los sectores más amenazados de esta sociedad puedan percibir la esperanza que muchos otros perciben ahora, bueno sería que los análisis fueran más racionales y la comunicación y el diálogo, más fluidos. Pero, en todo caso, las víctimas necesitan desde ya sentir el apoyo y la comprensión de sus conciudadanos. Nadie que no sea un demagogo puede garantizarles su plena seguridad, pero todos podemos hacer más visible que la sociedad no les ha dado la espalda.

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