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Columna
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Un gobierno para la libertad

Imagínense escribiendo desde el frente -y no es un recurso dramático-, imagínense intentando mantener una pizca de lucidez y sentido racional de las cosas mientras cae el compañero. Resulta difícil. El analista no es tal; se convierte en resuello y eco de los suyos, en su improvisada voz. Debe hacerlo. Se lo debe a sí mismo, se lo debe a los suyos, y se lo debe a los potenciales destinatarios de sus palabras.

Esto es lo que nos ha quedado tras las elecciones: una gente desolada, necesitada de protección eficaz (de momento, espero) y de toda nuestra solidaridad para que no caigan en el abatimiento. Mis primeras líneas son para ellos y para Gorka Landaburu. Para ellos deberán ser las primeras palabras de cualquier lehendakari que aspire a representarme (a representarnos), que sea digno de tal nombre. Primero las víctimas, por Dios, si queremos fundar nuestra convivencia sobre principios humanistas (y no simplemente humanitarios). Ellos son quienes han ganado estos comicios para todos nosotros, nacionalistas o no. Son quienes han derrotado a ETA en las urnas. Y con esto queda dicho casi todo.

Nuestro problema es fundacional. ¿Queremos una convivencia libre?, ¿queremos sentirnos emancipados de toda amenaza totalitaria? En ese caso, seamos consecuentes. La prioridad hoy es la libertad plena. Y, para ella, la unidad de los demócratas; recrear el principio constitutivo de esta comunidad binaria; saberse parte de ella (cosa aún no conseguida tras veinte años de jugar en el marco de Euskadi). El no nacionalismo, desde el momento en que acepta el Estatuto y conoce que los asuntos se debaten esencialmente dentro del contexto vasco, debe saberse y sentirse parte de ella. Y el nacionalismo, si aspira a ser democrático, debe contar con cada ciudadano, con cada individuo; ampliar su comunidad de referencia a ese mundo binario; no pretender un principio étnico y homogenizador (piénsese en la EITB y en tantas otras cosas concretas). Todo es bastante simple en el terreno de los principios.

Las urnas han hablado. Los análisis de resultados están hechos (movilización del electorado nacionalista; opción por Ibarretxe del electorado ajeno; pérdida por el PSE de la Margen Izquierda; de Álava por el PP; efecto rebote de la campaña del PP). Ahora deben convertirse en decisiones políticas. Se trata de formar un gobierno fuerte 'para frenar a los violentos, para buscar la paz, para garantizar la libertad' (J.J. Baños Loinaz, director de Deia). Para ello es necesario dejar fuera del consenso democrático (hasta cuando ellos quieran) a quienes admiten la coacción totalitaria (se llamen éstos Fuerza Nueva o Euskal Herritarrok). Éste debe ser un acuerdo fundacional, una decisión constituyente (¿qué sociedad se constituye aceptando xenófobos y autoritarios en su seno?). Si éste fuera un acuerdo sustantivo (que requerirá de largas conversaciones), hoy la mayoría estaría en 35 diputados. Con el PP y el PSE en la oposición (el segundo, por salud cívica), sólo caben dos opciones de gobierno: el formado por el PNV-EA con apoyo parlamentario de IU (36 diputados, una posibilidad poco probable), o un gobierno en minoría del PNV-EA (33 diputados) buscando apoyos exteriores para cada ley.

Si ésta última fuera la fórmula de gobierno (la más realista y saludable), debiera aspirar a una amplia representación que le garantizara cierta independencia respecto al aparato de su partido (no puede estar al albur del EBB, como estuvo el Gobierno anterior, formado por funcionarios y burócratas del partido). No siendo uno partidario genéricamente de esta fórmula, creo que un gobierno de Ibarretxe ganaría mucho si contara con independientes de verdadero peso social entre sus miembros. Parece que el PNV quiere ajustarse a los tiempos. Si así fuera, sería una excelente noticia para todos los que se sienten amenazados (que somos, uno a uno, todos nosotros). Y, también, para quien aspire a una Euskadi situada en el siglo XXI.

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