Gentes de cristal
La incorporación de ETA a las reflexiones postelectorales mediante sus técnicas de expresión habituales ha hecho que el principio de realidad quebrara súbitamente las fantasías de los vencedores y las melancolías de los perdedores. Por si la tendencia humana a olvidar rápidamente lo que no nos gusta o apartar de nuestra vista el cáliz del dolor ajeno había empezado ya a funcionar en la conciencia de la ciudadanía, ETA se ha apresurado a poner en primer plano las semejanzas entre el día antes y el días después. Y así emerge a la superficie algo que parecía haber quedado por unas horas soterrado entre la euforia de unos y las frustración de otros: la situación de las personas que viven bajo el fundado temor de un atentado.
Dice el lehendakari Ibarretxe que la totalidad de los votantes del PNV se sienten solidarios de los ciudadanos sometidos al terror. Pero hay una cosa cierta que el lehendakari no puede olvidar: la mayoría de las personas amenazadas no se han sentido hasta ahora suficientemente amparadas por su Gobierno. El lehendakari puede creer que este recelo no es fundado. Aunque espero que me conceda que las rutas trazadas por el PNV en el laberinto vasco durante el proceso conocido como la crisis de la tregua no son precisamente para dar confianza a quien se sabe en el punto de mira del terrorismo. El lehendakari sabe que en política la percepción es tanto o más importante que la realidad de los hechos. Como decía en una expresiva metáfora uno de los amenazados, Teo Uriarte, hay días en 'que tienes la sensación de que eres de cristal y los demás no te ven'. Que estas gentes se sientan protegidas físicamente y amparadas moralmente forma parte también de las obligaciones de quien gobierna Euskadi. Los primeros pasos que el lehendakari ha dado apuntan a una clara apuesta por la reconstrucción de la unidad democrática y a una ordenación de las prioridades que pone el fin de la violencia por delante de los objetivos soberanistas del propio PNV. Ibarretxe no depende de nadie externo a su coalición para trazar su camino. Los problemas los tendrá en casa. Desde la misma noche electoral ha insistido en que se abre una nueva etapa. Lo cual parece indicar que entiende que hay que rectificar estrategias anteriores. Todo ello lo veremos cuando Ibarretxe defina su política aniterrorista e invite a los demás a compartirla.
Ibarretxe insiste en las buenas palabras: diálogo, debate, paz, consenso, modelo de convivencia. Una retórica habitual en el lehendakari que siempre me ha parecido meliflua en una situación tan grave pero que sin duda resultó atractiva y tranquilizadora para muchos votantes. Pero Ibarretxe sigue sin precisar el qué y el cómo del rosario de buenas intenciones. Las elecciones han dejado los círculos concéntricos de ETA bajo mínimos en cuanto a apoyos. Ibarretxe debe aprovechar esta debilidad, sin darles oportunidad de reoxigenarse. Para ello no bastan las mesas de la paz. Dando por supuesto que Ibarretxe considera deseable la derrota política y policial de ETA, debe instrumentar todos los mecanismos para hacerla posible. Y transmitir la confianza de una acción de Gobierno orientada en esta dirección a los demás partidos. Es así como se podrá realmente construir la unidad democrática. Los tiempos del bla,bla,bla deberían estar tan agotados como los tiempos de los insultos y de los rencores.
Ibarretxe debe tener entre sus prioridades superar el desaliento que hoy cunde entre muchos de los que viven amenazados por el terrorismo. Cuando lleguen las municipales, ¿encontrarán el PP y el PSOE gente dispuesta a jugársela en sus candidaturas a los ayuntamientos de los pueblos y ciudades más hostiles? Es una pregunta que se repite estos días y que expresa una legítima ansiedad ante el panorama poselectoral. Será una medida del éxito o del fracaso de Ibarretxe, porque si dos partidos que representan el 42% de los votantes tuvieran que renunciar a presentarse en algunos lugares -como ahora han tenido que renunciar a poner carteles y a hacer mítines- la precariedad de la democracia vasca seria incuestionable. Ni siquiera los más cegados ideológicamente podrían ya negarlo.
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