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Crónica:Final de la Copa de la UEFA | FÚTBOL
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Alavés cae repleto de gloria

Un gol en propia meta a dos minutos de los penaltis concede el título al Liverpool tras una final maravillosa

José Sámano

Las páginas de oro del fútbol tienen desde ayer un capítulo de honor para una final imborrable, para un encuentro cuya crónica se transmitirá de generación en generación sin que el relato pierda un ápice de incertidumbre. Porque no cabe conjugar más pasiones sobre un campo de fútbol convertido en una fiesta de gala con un invitado de abolengo y un comensal sin galones pero con espíritu heroico envidiable. Sólo así se explica la gesta de un Alavés que supo mantenerse de pie ante un ilustre enemigo que le tuvo al borde del precipicio una y otra vez, pero al que devolvió golpe por golpe tras un ejercicio de autoestima mayúsculo, que terminó trágicamente con un autogol de oro en una prórroga pasional como pocas.

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Para empezar, con un nudo en la garganta, el Alavés se desplomó recién abierto el telón. Pálido por la relevancia del evento, como si saliera descosido desde el vestuario, el equipo vitoriano vio como su rival le atropellaba en un santiamén, los tres minutos que tardó el Liverpool en sondear el área de Herrera y su tropa de centrales, que tiritaban, como todos sus compañeros, desde la ronda de calentamiento previa. Mientras Tomic pedía instrucciones al banquillo sobre cuál era el marcaje adecuado, Babbel estiró el cuello y, sin escolta alguna, empinó la noche para el Alavés. Los de Mané se quedaron aún más destemplados. A los tres centrales les quemaba la pelota y cada aliento de Heskey y Owen les suponía una tortura. Apenas cumplido el cuarto de hora y con el Alavés hecho trizas, Eggen se la dio a un enemigo y Owen exprimió toda su clase para asistir a Gerrard, que no perdonó a Herrera. Dos azotes tan súbitos que hacían prever que el Alavés quedaría definitivamente sepultado.

Pero Mané reaccionó con valentía y decidió pujar con Iván Alonso a costa de un central (Eggen). Un sencillo trueque que sirvió como toque de diana en todo el equipo. Jordi, el más clarividente, comenzó a reclamar la pelota, hizo de faro para todos su compañeros, que a su amparo se quitaron el polvo, levantaron la barbilla y se lanzaron a una aventura quimérica mientras el Liverpool bajaba la persiana durante un rato. Sólo sostenido por un increíble acto de fe -cualquier otro novato simplemente hubiera rezado por que el baile acabara pronto-, los alaveses se la jugaron y contribuyeron a sellar en la retina de todos los aficionados un partido esquizofrénico, pero inolvidable. El empeño alavesista derivó en un soberbio remate de Iván Alonso, un argentino con muelles en los pies para remediar su poca estatura que posee un excelente remate de cabeza.

Su gol espabiló más si cabe a los de Mané, que, con más remango que otra cosa, asfixiaron por momentos a Westerveld, decisivo en dos remates de Téllez y en un mano a mano con Javi Moreno. Pero no era la noche de los vitorianos, que cuando masticaban el empate por la heroica se vieron con un penalti en contra. A un suspiro del descanso, McAllister abrió otro boquete en el marcador.

Otro palo durísimo para el Alavés, pero del que volvió a levantarse a base de coraje y decisión, porque la noche nunca estuvo para exquisiteces. Lejos de entregar los trastos definitivamente tocó de nuevo la corneta y pegó otro arreón. Nada de achicarse ante un contrario de semejante talla, con un escudo de muchos quilates y las vitrinas empapeladas de oro. Un enemigo que para entonces manejaba el partido como le gusta en estos tiempos, con los riesgos justos y el freno de mano caliente. El Alavés metió el partido en la caldera y encontró la inspiración de Javi Moreno, que con dos goles casi encadenados incendió el partido. Otra gesta de un modesto equipo que ha sido capaz de marcarle nueve goles al Kaiserslautern, cinco al Inter y cuatro al Liverpool. Una hazaña que ni siquiera el traspié ante Fowler pudo empañar, porque a Jordi Cruyff y todos sus colegas aún le quedaba un gramo de fe para alimentar un marcador que parpadeaba dígitos impensables mientras millones de aficionados se frotaban los ojos al tiempo, en Dortmund o frente al televisor. La prórroga, con el jaque mate del gol de oro en el reglamento, exigió un nuevo sacrificio a los de Mané, que terminaron con nueve jugadores y una desgracia increíble: un gol en propia puerta para cerrar un partido dislocado e insuperable que justificó el sobrenombre de los vitorianos: Glorioso Alavés.

<b><Font size="2">El Alavés cae ante el Liverpool (4-5) en una final épica.</B></Font> (Foto: MABEL GARCÍA)
El Alavés cae ante el Liverpool (4-5) en una final épica. (Foto: MABEL GARCÍA)MABEL GARCÍA

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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