El lujo de estar más de 100 minutos en la gloria
De Vitoria y del Alavés se había dicho casi todo. El triunfo del héroe pequeño; la ciudad deportiva de Europa; llegar es ganar; el título ya lo había ganado el equipo de Mané independienemente del resultado. Pero quedaba más. El Alavés también quiso pasar a la historia por algo más que poner su nombre en el catálogo de la Copa de la UEFA. Por ejemplo, por jugar la primera final con
gol de oro
y, probablemente, una de las más goleadoras de la historia. Más de cien minutos en la gloria no son un lujo menor. En el recuerdo son para toda la vida. Algo así como pasar del catálogo de la UEFA a los libros de historia.
Al sueño de Iván Alonso le faltó el punto final, pero tuvo algo que ver. A Iván Alonso se le abrió el cielo a los 22 minutos, cuando Mané le ordenó saltar al terreno de juego en detrimento del noruego Eggen. No se lo creía, porque no es habitual que los entrenadores reaccionen con tanta premura. Alonso, un joven procedente del River Plate de Montevideo, había jugado el partido ya 2.000 veces, según declaró, pero sólo en el escueto terreno de su almohada. La realidad le había enviado al banquillo cuando las urgencias del Alavés le rescataron del anonimato. También había soñado con el gol porque los delanteros viven casi exclusivamente de él. En cuatro minutos el sueño se había hecho realidad. Su abuela, que vive con él en Vitoria y le acompañó hasta Dortmund, debió de sentir un requiebro en el asiento.
A Javi Moreno también se le alegró el ojillo cuando vio salir a Iván Alonso. Vivía sólo y, de pronto, encontró a un compañero de piso para compartir gastos y esfuerzos. Javi Moreno no sólo sueña con el gol, sino que muere sin él. Así que un partido loco y roto debía rescatar al goleador valenciano. Ya no soñaba con un gol, sino con cinco. Así que, cuando se emborrachó de balón en una jugada que pudo haber sido el cuarto gol, Mané decidió que su fiesta había terminado. Moreno no ocultó su decepción y se reitiró moviendo la cabeza y mirando a Mané como un cordero degollado.
Pero el partido no estaba para fiestas. El Liverpool desatendió sus tradiciones y no devolvió un balón que Jordi Cruyff había tirado fuera para que se atendiera a un compañero golpeado. El Liverpool ha perdido algo más que la mística, pero no toda. Siempre le queda Fowler, un jugador de cine... independiente.
No solo resistió el Alavés. Vitoria, representada en la grada, aguantó el tirón en una pugna exigente. Las gradas eran como los equipos: desiguales. Sabido es que el rojo invade con mayor plenitud la visión. Así que el Liverpool parecía qu jugaba con más de los 11 permitidos. En el graderío no existía una transgresión visual, sino una constatación matemática. Pero, en realidad, se repartían el tiempo, los goles animaban a unos y deprimía a otros, así que hubo tiempo para todos. Lo que no hubo es una Copa para ambos. Quizá se la merecieron. ¿Y Owen? Sabe, pero no contesta.
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