'Somos el mejor equipo de Vitoria'
El suplente y dicharachero Gañán fue el gran animador de la larguísima noche de la derrota
Se preveía un funeral en el Casino de Dortmund. Allí había citado el Alavés en la madrugada del jueves, al término de la final, ocurriera lo que ocurriese, a directivos, técnicos, jugadores, familiares, personalidades del fútbol y la política y periodistas. Una vigilia para la victoria o la derrota, hasta el punto de que se adelantó el vuelo de regreso a las seis de la mañana con el fin de empalmar la cena con el traslado al aeropuerto, en Padenborn, a una hora de distancia.
Nada más lejos de la realidad. Ni reinó la alegría ni imperó la tristeza. La decisión del Alavés de invitar a los familiares de los jugadores atemperó la decepción de la derrota ante el Liverpool. Cada cual, con los suyos, hablando probablemente de asuntos intrascendentes o propios de la vida cotidiana que convertían lo sucedido en un asunto más de la vida deportiva.
El grupo de Mané empalmó la cena en el Casino de Dortmund con el regreso a las seis de la mañana
Sólo una mesa rompía la tranquilidad de la monotonía. Allí estaban los suplentes: Epitié, Rosas y Gañán, junto al masajista del equipo, Indalecio Aguado, entre otros.
Hay una máxima estricta en el fútbol que dice que los títulos los gana el vestuario. La mística del Liverpool se basa en el cuarto de las botas que parió la filosofía de Bill Shankly. El vestuario del Alavés se ha convertido en un paradigma español. Ayer dio muestras de su existencia. En pleno runruneo de conversaciones pausadas surgió la voz explosiva de Gañán, un fútbolista vizcaíno con pocos minutos, pero que guarda en la retina un gol al Kaiserslautern. Micrófono en mano, levantó los corazones y la sonrisa del nutrido auditorio, unas 200 personas, al hablar 'en nombre de Raúl Gañán' y declarar al Alavés 'el mejor equipo de...Vitoria'. Gañán también reclamó el estrellato de los primeros jugadores que le vinieron a la boca: Karmona, Azkoitia, Iker [Sarriegi], Vucko... Todos, naturalmente, después de él, convertidos en 'the best players (los mejores jugadores) de Europa'.
Gañán rescató el espíritu de la final, voluntariamente aparcado por los protagonistas para no hurgar en la herida de un partido heroico y una derrota injusta.
Las frases se entremezclaban entre plato y plato porque el Casino daba abasto para atender a los comensales y fomentaba las conversaciones, los paseíllos de mesa en mesa. Todo, menos la discusión. Se diría, que nadie hablaba del partido hasta que irrumpió la ironía de Gañán para mostrar un resquicio del encuentro disputado, de la final perdida.
Entonces se explicaba la efusividad de los abrazos que recibió de sus compañeros cuando marcó el quinto gol, intrascendente, al Kaiserlautern en la vuelta de las semifinales. El equipo lo celebró casi como lo habría hecho ayer de haber ganado su primer título europeo.
Fue la anécdota de una cena tranquila, de una convivencia ejemplar de un club singular. Hasta Geli pudo olvidarse por unas horas de su infortunio. Los titulares con sus gentes -mujeres y, en muchos casos hijos, por pequeños que fueran-, el presidente Gonzalo Antón con las autoridades presentes -el alcalde de Vitoria, Adolfo Alonso-; en otra mesa, los presidentes de Primera División invitados por el Alavés al encuentro -José María Arrate, del Athletic; Luis Uranga, de la Real Sociedad; Miguel Ángel Diaz, del Racing, entre otros-, junto al ex entrenador alavesista Txutxi Aranguren y el ex jugador Julio Salinas.
A las cinco menos cuarto de la mañana la expedición emprendía camino al aeropuerto para salir de Padenborn con destino a Vitoria. La vigilia, entonces, sí dio paso a un símil de funeral. El cansancio había agotado las reservas comunes y llegaba el momento de la soledad, como el del uruguayo Iván Alonso, que, con los párpados rebajados, murmuraba: 'Ha sido increíble'.
Mientras el pasaje dormía, agotado por la intensidad y el esfuerzo físico, los jugadores -ninguno consigue dormir tras un partido- rumiaban su pena. La final volvía a la cabeza de forma obsesiva. A la de Geli, a la de Desio -con sus hijos en brazos-, a la de todos. Sólo Gañán mantenía las constantes vitales. Abandonó las filas destinadas a los jugadores y se fue a la parte trasera, junto a sus familiares, con su aire zascandil, hasta que le venció el exceso de sueño.
Entonces, sí, el avión se asemejó a un funeral, silencioso, derrumbado, con conversaciones que parecían bisbiseos entre el sonido ambiente de las turbinas. Por vez primera, cuando accedieron al avión, los jugadores caminaban solos, entremezclados con la comitiva, sin ganas de hablar del partido.
En Vitoria les despertó el sonido de ambiente. Ya no eran las turbinas del avión, sino los gritos de ánimo de un centenar de aficionados, que habían regresado de Dortmund con anterioridad y decidieron esperar la llegada de sus ídolos... Ánimos para todos, especialmente para Geli, cuando enfilaban hacia el autobús que les llevaría a casa. Desió cogió a su hijo -el más despierto de la expedición- y no lo soltó, como Martín Herrera. Contra se sentó en la terminal del aeropuerto junto a su esposa, embarazada, que sufrió un pequeño mareo fruto de un día demasiado largo. Si Gañán había levantado los ánimos en la cena, el centenar de aficionados de Foronda devolvió a los jugadores a la condición de héroes de Vitoria.
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