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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mal juego español

En materia de bloqueos en la UE, Aznar se está ganando una reputación de intransigencia; de exigir sin construir. Aunque las razones que apoyan sus argumentos estén justificadas, su manera de negociar le está atrayendo animosidades que algún día pasarán factura a la posición general de España. Bloquear a estas alturas un acuerdo entre los Quince sobre la libertad de movimiento de trabajadores de los ciudadanos de los futuros miembros de la UE como una forma de presión para que se reconozcan las demandas españolas en materia de acceso a los fondos estructurales resulta descabellado. Supone mezclar temas no relacionados, de especial sensibilidad humana en el caso de las migraciones. No sólo crea serias tensiones con Alemania y frena la ampliación, sino que envía un mensaje negativo a los futuros socios en la UE.

Las relaciones del Gobierno español con el alemán están en un nivel preocupantemente bajo. Las personales de Schröder con Aznar están incluso en valores negativos. No es lo más propicio para negociar con vistas a 2004 nuevas estructuras europeas para las que Schröder ya ha adelantado su visión, un federalismo más barato para Berlín. Es una fórmula que no necesariamente le conviene a España, pero a la que es preciso ofrecer una alternativa coherente.

La actual disputa entre Madrid y Bonn es mucho más concreta. La próxima ampliación (contrariamente a la anterior de 1993) supondrá el ingreso de países más pobres, con lo que, en términos estadísticos, España será proporcionalmente más rica y muchas de sus regiones pueden quedar excluidas de algunos de los fondos comunitarios. España aspira razonablemente a que el acceso futuro a tales fondos tenga también en cuenta la convergencia real de la economía del país y de sus regiones con la media de los Quince, y no sólo la convergencia estadística en una Europa ampliada. De hecho, los dineros están ya prácticamente repartidos hasta 2006, por lo que el problema real se planteará a partir del siguiente ejercicio. Cuando un país es receptor neto de transferencias comunitarias y aspira a seguir siéndolo, no parece lo más adecuado alardear en Berlín, y ante el propio Schröder, de haber logrado un déficit cero en las cuentas del Estado, como hizo recientemente Aznar.

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El Gobierno quiere que este contencioso se resuelva a más tardar en el próximo Consejo Europeo de junio para quitarse este punto, difícil de lidiar, antes de que en enero de 2002 empiece su presidencia semestral del Consejo de la UE, en la que, dado el calendario establecido, tendrá que abordar el capítulo financiero de la ampliación. Previsiblemente no lo resolverá, porque los puntos más conflictivos de la negociación quedarán para el final, como ha ocurrido con anteriores ampliaciones, incluida la española. Pero equivocándose en la forma, reclamando fondos de ayuda directa sin una visión global de lo que debe ser una política de cohesión económica y social que ha de permear todas las otras de la UE, Aznar presta un mal servicio a la imagen de una España que él pretendía hacer grande, pero que acaba resultando inoportuna y mezquina.

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