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Reportaje:

La vuelta a casa en 80 días y 11 horas

Las 150 'mujeres de Sintel' abandonan el encierro de la Almudena y amenazan con mudarse al paseo de la Castellana

Salían de la Almudena en fila, de tres en tres, cogidas de la mano, abrazadas, hombro con hombro. Muchas lloraban. En su rostro se veía el cansancio acumulado tras 80 días y 11 horas de encierro en la catedral. Despeinadas, con ojeras, las 150 mujeres de Sintel abandonaron ayer su encierro en la catedral y volvieron a sus respectivas casas. Más unidas que nunca, se separan. Unos 300 trabajadores de Sintel, entre ellos sus maridos o compañeros, abandonaron temporalmente el campamento del paseo de la Castellana para recibirlas: les hicieron un pasillo a las puertas de la Almudena y aplaudieron con fuerza cuando comenzaron a desfilar. Se escuchó el grito: '¡Vivan las mujeres de Sintel! ¡Vivan!' Y las mujeres seguían saliendo del templo. Muchas lloraban.

La penúltima gran lucha obrera obtuvo ayer una victoria parcial. 'Nos gustaría haber salido con el problema resuelto. No ha sido así, pero al menos hemos logrado que el Gobierno abra una mesa negociadora para buscar una solución al asunto', explicó ayer Ana Ramos, portavoz de las manifestantes.

Las 150 mujeres de Sintel abandonaron su encierro 'para que el Gobierno vea que hay buena fe y voluntad negociadora', añadió Ramos. Hoy se celebra la primera reunión entre representantes de los trabajadores, del Gobierno y de la empresa para buscar una salida pactada al conflicto. Sintel declaró suspensión de pagos en junio y adeuda 10 nóminas a sus casi 2.000 empleados. Las mujeres de estos trabajadores aseguran que, si no se soluciona el problema, se unirán a sus hijos y maridos en la acampada de la Castellana durante las vacaciones escolares del verano.

Las protestas comenzaron el 29 de enero, cuando un pequeño grupo de empleados levantó una decena de tiendas de campaña en el lateral del paseo de la Castellana, junto a la plaza de Cuzco. Ahora son ya 1.500. Sus esposas decidieron apoyarlos y, el 24 de febrero, se encerraron en la Almudena. En el suelo de mármol del templo han dormido hasta ayer, cuando hicieron el petate.

Algunas salían cargadas con bolsas. 'Aquí llevo un colchón, una almohada, una sábana y mi neceser'. A Mari Carmen Lozano, de 58 años y la cara arrugada, le cabía todo eso en una bolsa de plástico de supermercado. Iba, además, cargada de esperanza: 'Esperemos que todo este esfuerzo sirva para algo. Que lo hemos pasado muy mal, hemos sufrido mucho, nos hemos dejado mucho aquí dentro [en la catedral] como para que no nos hagan caso', subrayó.

El panorama doméstico que Lozano tiene por delante es 'para echarse a llorar'. Trabaja como pinche de cocina en el hospital Doce de Octubre. Su nómina, 'de 100.000 pesetas limpias', es el único ingreso que hay en su casa. 'Con eso tengo que pagar las 120.000 pesetas de la letra del piso [comprado hace más de un año en Vallecas], que no es un ático de la Gran Vía, y todos los gastos ordinarios de una casa', comenta con lágrimas en los ojos. Su marido -Florentino Alonso, ex técnico de telecomunicaciones de Sintel- y su hija, de 24 años, están en paro.

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Josefa del Álamo, de 53 años, cada noche, antes de irse a dormir -lo hacía en un saco dentro de la catedral-, rezaba por que se llegue a alcanzar una solución al conflicto. 'Dormía debajo de la Virgen y le decía: 'Virgencita, Virgencita, que estamos aquí contigo; por favor, ayúdanos. Que todo esto acabe bien'. Y me echaba a dormir', comentaba ayer Del Álamo.

Ángeles Boleas, de 51 años, estaba triste. 'En el encierro nos hemos conocido casi 200 mujeres y hemos pasado muy buenos y muy malos ratos. Pero esto es algo que no se olvida en la vida. Han sido 80 días y 80 noches de lucha, de llanto, de depresión y, ahora, de esperanza', relató.

Fregona y alitas de pollo

A Boleas y a su marido, Julián Arévalo, de 51 años, encargado de los equipos de instalación de Sintel, que lleva más de 100 días acampado en la Castellana, las protestas les han cambiado la vida. 'Ahora es él quien me trae comida caliente, quien barre la casa... Antes, Julián, en casa, no fregaba, y ahora friega. Y si tiene que freírse unas alitas de pollo para comer, se las fríe. Si no hay mal que por bien no venga...', se consuela Boleas.

El matrimonio sobrevive gracias a las 30.000 o 40.000 pesetas mensuales que les dan sus dos hijos. 'Mi hija, que tiene 22 años, es pescadera en un Ahorramás de Vicálvaro y me da una parte de su sueldo. Mi hijo, de 27, empleado como técnico informático del BSCH, nos da otra. Hasta sus dos abuelas nos dan algo cada mes. Nuestra situación es muy complicada', concluye.

Las mujeres de Sintel han matado el tiempo como han podido. Muchas hacían punto o ganchillo sentadas en los bancos de la catedral. 'De aquí han salido jerséis, gorritos y otras prendas a puñados. Vamos, han aprendido a hacer punto hasta las que no sabían', explicaba Almudena, de 30 años. 'De noche, como no teníamos a los maridos, hablábamos de sexo y nos reíamos mucho... por no echarnos a llorar', recordaba Teresa Costa, de 51 años, antes de añadir: 'Después de 80 días de estar aquí, amargados, desilusionados, de dejar nuestras casas, espero que todo esto sirva para algo. Que nos han robado diez nóminas. A ver si se les cae la cara de vergüenza'.

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