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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Las cosas, como Dios manda

No se extrañe ni recele el lector ante este título que tiene resonancias tan variadas. Simplemente se trata de una llamada al sentido común que en la mentalidad popular dice que las cosas hechas 'como Dios manda', son las cosas bien hechas. En este caso las cosas que tienen relación con los pueblos, con la agricultura y la ganadería, con el mundo rural. A quien suponga que nos estamos refiriendo a las vacas locas y demás pestes le diremos que tiene razón pero que se queda corto. En los asuntos alimenticios o de seguridad alimentaria hay que hacer las cosas 'como Dios manda', porque con las cosas de comer no se juega. Todo el mundo comprende que poner la salud pública, la correcta alimentación por debajo y en función de intereses comerciales y de rendimientos económicos no está bien, no es legítimo. El fracaso del sistema económico neoliberal en las políticas agrarias es más que evidente.

Pero no nos quedemos simplemente en las cosas de comer, tenemos que empezar a hablar seriamente, como dice Josetxu Martínez Montoya (La nueva ruralidad: de la comunidad a lo local), de lo que significa hoy nuestra relación con el espacio, de lo que es la cultura, la comunidad, la tradición. Somos un grupo humano y tenemos que definir con claridad cuáles queremos que sean nuestras relaciones con el territorio. El modelo tradicional de nuestros pueblos ya no sirve, el pasado no ha sido renovado; se ha producido un desenganche: los agricultores modernos no siguen los caminos de sus abuelos, sus esposas trabajan en la ciudad y sus hijos se educan en el cemento. Sólo los fines de semana y grandes vacaciones se llenan los pueblos de vida y de actividades. En este momento es cuando la casa paterna y el pueblo empiezan a llenarse de sentido y de relaciones vivas. Otros vecinos (foráneos) han venido a llenar el vacío de los que no pueden renovar el espacio habitado y traen sus propias lógicas.

Hablamos de que hay que poner sentido común en nuestras relaciones, equilibrio para afrontar los problemas, sensatez para trazar un futuro en el que la sociedad encuentre armonía en su relación con lo que atañe al mundo rural, a los pueblos y a sus gentes. Es un asunto que toca nuestra identidad: responder a la pregunta sobre quién somos, implica contestar dónde somos y cómo nos comportamos con ese entorno y con sus gentes. Es de personas inteligentes el rescatar y preservar lo que de antiguo se entienda como válido y crear los modos y maneras que nos sirvan para hoy. Hay mucho en juego: las explotaciones familiares están en franca regresión, los pueblos sufren presiones encontradas que amenazan con destruirlos, los recursos naturales están sobre explotados y nuestra sociedad mayoritariamente urbana no puede contemplar impasible cómo el recurso de espacio y de sentido que aporta el medio rural se malgasta para satisfacer las ambiciones de los de siempre.

Si siempre ha sido válida la máxima que coloca los intereses de la colectividad sobre los particulares, hoy más que nunca es prioritario 'hacer las cosas como Dios manda' y privilegiar el bien común.

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