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Los diarios de Keith Haring revelan las claves de la furia creativa del artista urbano

Desde los 17 años y hasta su muerte, el dibujante anotó sus inquietudes en cuadernos y servilletas

Elsa Fernández-Santos

Publicados en Estados Unidos en 1996, los diarios de Keith Haring (Kutztown, 1958-Nueva York, 1990) fueron escritos entre 1977 y 1989. Es decir, desde los 17 años hasta pocos meses antes de su muerte. El alegre recuerdo de un viaje a Pisa cierra el último manuscrito. 'La torre es imponente e histérica. Cada vez que uno la ve, no puede por menos que sonreír'. Poco antes ha visitado en Roma la Capilla Sixtina: 'La Iglesia parece que ha estado siempre en manos de una jerarquía gay omnipresente y muy antigua... Todas las esculturas glorifican la belleza sexual de una forma tremendamente masculina'. Haring mezcla estas reflexiones con la enumeración de sus rutinas diarias. Visita Madrid por Arco. Claude Picasso le recomienda que vea El Escorial. Lo hace y le impresiona. Arco le resulta 'aburridísimo'. 'Me ha creado justo el efecto opuesto al del Prado'. El pintor va a una fiesta 'en honor a un cantante español: Bosé'. 'Había un montón de paparazzis, aunque ninguno me ha reconocido; por supuesto, había un montón de pesados'.

De aeropuerto en aeropuerto, el pintor reconoce sus miedos: 'Me he preguntado si alguna vez seré aceptado en los museos o si desapareceré con mi generación'. Cuando Haring expresa este temor han pasado 10 años desde que, en un gesto de genio que se convirtió en icono de una época, había convertido las calles de Manhattan en su estudio privado. Haring había sido capaz de pintar un inmenso cuadro en plena calle en 20 segundos. Pero su verdadera fama había empezado bajo tierra. 'Un día, yendo en el metro, vi un panel negro vacío. Enseguida pensé que ése era el espacio más idóneo para dibujar. Subí a la calle, busqué una papelería, compré una caja de tizas blancas y volví al metro'. Allí, entre vagón y vagón, se catapultó su fama. Los coleccionistas robaban por las noches sus dibujos. Un día, un policía le detuvo. Al llegar a comisaría, y después de identificarse, Haring recibe los honores de un héroe. La leyenda está servida.

'Creo que el arte debe formar parte necesariamente de nuestro entorno, de nuestra sociedad. El arte es una idea, una forma de vivir, de ver y de ser, una actitud hacia la vida, es el respeto y la comprensión del orden', escribe en 1979. Ese mismo año copia en sus diarios citas de Cocteau, Artaud y Wittgenstein. Los versos de Whitman son recurrentes.

Haring descubrió su homosexualidad a los 14 años ('los tíos tan puñeteramente guapos me ponen de los nervios; esos chicos tan monos, tan monos, monísimos. No hago más que mirarlos'). Desde muy pronto, el artista reconoció en el sexo su mayor fuente de energía. 'La energía, la energía sexual, es quizá el impulso más fuerte que siento. ¿Más fuerte que el arte?', continúa escribiendo.

Si en los primeros diarios Haring piensa en voz alta, en los últimos se vuelve más telegráfico. Los lapsos de tiempo crecen y la desgana se hace evidente. El trabajo y el éxito se multiplican. Sus bebés resplandecientes, sus figuras danzantes, sus ovnis y orgías son populares en todo el mundo. El nacimiento y la muerte, el amor y el sexo, son los temas recurrentes. En 1988, el trabajo por los enfermos de sida se convierte en una obsesión para el pintor. Además de su famoso trabajo de mayo de 1989 Silencio=muerte, Haring se atrevió a personificar el virus en forma de esperma demoniaco.

Con la influencia de la visión popular mexicana de la muerte Haring representa su propio terror. En la introducción a los diarios, el especialista Robert Farris Thompson afirma: 'El esqueleto sonríe y expande las costillas. Haring acepta su propia muerte, porque ha encontrado en su arte la llave que transforma el deseo, esa fuerza que lo ha llevado a la muerte en una floreada elegancia que trascenderá su propio tiempo'.

Keith Haring, pintando un mural en el barrio chino de Barcelona en 1989.
Keith Haring, pintando un mural en el barrio chino de Barcelona en 1989.SILVIA T. COLMENERO

Sexo e inocencia

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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