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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Pasteles amargos

Hace días leí en este medio algo sobre el acoso moral en el trabajo, y lo que más me llamó la atención fue los perfiles psicológicos, tanto el del hostigador como el del hostigado.

En el perfil del hostigado o víctima recuerdo que uno de los puntos era el siguiente: los compañeros creían que era la víctima quien tenía la culpa de lo que le pasaba. Personalmente he podido comprobar en lo cierto que está dicho perfil psicológico cuando uno de mis compañeros me dijo: 'Tengo yo acaso la culpa de las situaciones que tú mismo te creas'.

Pienso que además del hostigado y la víctima está también los protegidos, aquellos que son intocables, esos que miran lo que a otros les sucede y se hacen los nuevos, aquellos que te dicen: 'Será mamón el tío mierda', pero que no pasan de ahí. Porque cuando los gritos del hostigador llegan a sus oídos no escuchan nada, cuando miran con qué impunidad actúa el hostigador sobre uno de sus compañeros, con qué despotismo es tratado, ellos no ven nada.

Creía en los compañeros, creí que el compañerismo realmente existía, pero veo que lo único que existe es el miedo, el miedo al que no me toque a mí. Si estoy cuatro meses y medio en el turno de noche en contra de mi voluntad, siendo el máximo 15 días rotativos según el estatuto de los trabajadores.

Si para volver al turno de día que tengo que decir: sindicato. Si me echa continuamente, el hostigador, en cara lo que gano. Si mi puesto habitual lo ocupa una persona nueva y yo paso a realizar el trabajo más humillante o que el hostigador cree que es humillante.

Si no aparezco ni en la lista de vacaciones, siendo el último en poder elegir y sin tiempo para planificarlas y, para colmo, me dice uno de mis compañeros que esas situaciones las creo yo. Sólo puedo escribir una cosa: hostigados, mandar a la mierda a los hostigadores. Trabajo en una famosa pastelería de Sevilla que, como tantas otras, tiene nombre de santo y sus pasteles, para mí, son amargos.

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