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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Blair se decide

Convocando elecciones generales en junio, con un año de antelación -se hubieran celebrado este mes de permitirlo la glosopeda-, Tony Blair espera aprovechar las cimas de popularidad laborista, 20 puntos por encima de la oposición conservadora, tanto como evitar las consecuencias en el Reino Unido del frenazo económico estadounidense. El primer ministro británico, según todos los sondeos, culminará la hazaña sin precedentes de mantener al laborismo en el poder dos mandatos consecutivos; lo que no estaría nada mal para una formación que llevaba 18 años a la sombra hasta que Blair y su retórica tercera vía lo llevaran a su abultada victoria de 1997. El momento elegido para celebrar los comicios es tanto más dulce cuanto que Gran Bretaña disfruta de niveles envidiables de estabilidad económica, con la inflación y los tipos de interés en su nivel más bajo en 40 años, el menor desempleo en 25 y 8 años seguidos de crecimiento.

El mérito principal de Blair ha sido el de forjar, a partir de 1995, un partido moderno capaz de responder al desgraciado thatcherismo y a los retos del cambio económico y tecnológico sobre las ruinas de lo que llegó a ser un modelo casi caricaturesco y doctrinario de la izquierda británica, amamantada en el movimiento sindical. Es cierto que el Nuevo Laborismo ha hecho mucho menos de lo anunciado para mejorar los hospitales, el transporte o la educación. Pero ha sido mucho más realista sobre Irlanda del Norte, y, para su respiro, tiene frente a sí a unos conservadores desarticulados y enfeudados en peleas internas. Los tories de William Hague, con un escaso 30% en las preferencias populares, han fracasado estrepitosamente en su intento de construir una oposición real. Sus marcas de fábrica se reducen a la defensa del particularismo británico frente a la Unión Europea y a preservar la libra esterlina.

Blair debe aclarar en un eventual segundo mandato cuáles serán las relaciones de su país con la UE y pronunciarse sobre la adhesión a la Unión Monetaria. Su campaña, sin embargo, se centrará presumiblemente en temas domésticos, básicamente porque sabe bien que la mayoría de sus conciudadanos siente poco entusiasmo por Bruselas, y menos aún por el euro. Aparte la muy trompeteada mejora de los servicios públicos, el líder laborista tiene en la reforma del Estado, cada vez menos ambiciosa, un vasto campo de actuación: desde la suerte de la Cámara de los Lores o la situación de Escocia y Gales hasta llegar a un verdadero debate sobre el futuro de la controvertida monarquía británica.

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