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Columna
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El eje y el yo

El foco, el centro, el eje de la ciudad. Así es como describía William Faulkner los juzgados de Oxford, Misisipi. No está mal pensado: el corazón de un sitio puede ser, sin duda, el lugar donde se defiende y administra la ley, donde -al menos en teoría- se salvaguardan los derechos de los ciudadanos, se dirimen los pleitos, se castiga a los malhechores y se separan las manzanas podridas de las sanas. Pero, si lo pensamos bien, nos daremos cuenta de que ésa no es una idea irrebatible; de que, en el fondo, el eje de una ciudad lo decide cada uno de sus habitantes, según cuáles sean sus intereses. Para el aficionado a la pintura, el eje de Madrid estará en ese triángulo mágico que forman el Museo del Prado, el Centro Reina Sofía y la galería Thyssen; para el amante del fútbol, no habrá más eje que el Santiago Bernabéu, el Vicente Calderón o cualquiera que sea el campo de su equipo; para el amante de la naturaleza, el eje será el Retiro, el parque del Oeste o la Casa de Campo; para el delegado del Gobierno en Madrid, el eje indiscutible de la capital está en los cuarteles de la policía, en las botas y porras con que los agentes disuelven, con extraordinario valor, a peligrosísimas amas de casa desahuciadas o temibles estudiantes universitarios.

Personalmente, me gusta más situar el eje de la ciudad en las personas que en los lugares. Para mí, el centro de Madrid está en la casa del maestro Francisco Ayala, donde a veces uno tiene el privilegio de ir a charlar un rato y a tomar una copa; o en la casa de Almudena Grandes y Luis García Montero, donde uno es siempre bien recibido; o en la librería Rafael Alberti, donde siempre es posible encontrar todo lo que quieres y algo más de lo que buscas; o en cualquiera de los bares o restaurantes donde uno queda, siempre que es posible, con Ángel González, Pepa y Pepe Caballero Bonald, Luis Antonio de Villena y el resto de los amigos. Por no hablar de los ejes migratorios o ejes a tiempo parcial, como pueden ser el sitio donde esa noche va a tocar Bob Dylan, o la sala donde va a leer sus poemas un escritor que te gusta, o el paseo de Recoletos, donde cada año por esta época ponen la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión. ¿Qué otro lugar puede haber hoy mismo en Madrid, este mismo jueves, con un magnetismo semejante al que ejercen sobre muchos de nosotros algunas de esas casetas llenas de tesoros, de primeras ediciones, libros rarísimos o libros humildes pero buscados desde hace tiempo, que hacen temblar un poco las manos de quien los encuentra?

El eje de la ciudad. El sitio sobre el que gira todo, desde el que todo se construye. El punto que convierte todo lo demás en simples alrededores. Pregúntenle a una persona cuál es para ella el centro de la ciudad y sabrán quién es. Pregúntenselo, por ejemplo, antes de casarse con ella. Es fácil e infalible. Ustedes le miran a los ojos y le preguntan: '¿Cuál es para ti el eje de la ciudad, cariño?' Y toman la decisión según lo que les conteste, dependiendo de si elige la Biblioteca Nacional o el Canódromo, los cines Alphaville o el Museo del Jamón. Así descubrirán, sin duda, qué clase de persona es ésa a quien están a punto de entregarle su vida.

Por cierto, que hay grandes novedades acerca de ese viejo tema de quiénes somos y por qué, de dónde, hacia dónde, hasta cuándo, para qué, etcétera, etcétera. Resulta que un neurólogo norteamericano dice haber descubierto la sede del yo. ¿Se dan cuenta? El yo, aquella cosa escurridiza a medio camino entre nosotros y nuestra sombra; ese laberinto que somos y del que a menudo no sabemos cómo salir. El yo, según el doctor Bruce Miller, está encima de la ceja derecha, situado en una diminuta zona del lóbulo frontal de nuestro cerebro. Se me ocurre otra prueba para antes de casarse, un experimento basado en la teoría de ese neurólogo de la Universidad de California, San Francisco: le ponen a su pretendiente, por ejemplo, un tomo de Borges en la mano izquierda y un bocadillo de panceta en la otra y le sacuden un buen puñetazo en la ceja de Miller, a ver a cuál de las dos cosas se agarra su auténtico yo y cuál deja caer. Es importante saber esas cosas, descubrir cuál es nuestro verdadero yo y el de los demás, cuál es el eje en torno al que ocurre todo, del que parte todo.

El eje es importante. Si sabes dónde está el centro, sabrás dónde quieres ir.

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