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Columna
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Palabra de vasco

'Nunca gobernaremos ni hemos gobernado, ni directa ni indirectamente, con personas que no acepten la vía pacífica y democrática para defender sus ideas'. Son palabras de Juan José Ibarretxe, candidato del PNV a presidir el Gobierno vasco, dichas en respuesta a la pregunta sobre la disponibilidad de ese partido a aceptar el apoyo de EH en una eventual votación de investidura tras las elecciones. Esta es justamente la cuestión cardinal a despejar hoy por parte de Ibarretxe y su partido ante el 14 de mayo. De ahí el eco que ha tenido y la centralidad que ha ocupado en el debate electoral. Aunque, la respuesta dada, no es precisamente una joya de claridad y consistencia. Yo diría que es la peor de las respuestas posibles; en Estados Unidos hubiera tenido que abandonar inmediatamente la carrera electoral por haber faltado a la verdad. Y lo es en un doble sentido.

Lo es en primer lugar -y no es algo baladí-, porque compromete la palabra dada por el candidato y afecta a su crédito. Ibarretxe, en cuyo buen sentido confiábamos algunos, demostró pronto su debilidad de carácter frente al partido, y, últimamente, da muestras de una irresponsable deriva hacia el cinismo más alevoso. Cómo, si no, calificar sus actuales llamadas a la unidad de los demócratas como si él fuera su adalid, cuando la saboteó sistemáticamente pactando estratégicamente con EH y ETA; cómo entender su apelación hoy a fórmulas de gobierno transversales -'es imposible sacar este país adelante si no lo sacamos entre todos', dice-, cuando ha sido lehendakari de parte, cabeza de una coalición abertzale con declarada vocación nacionalista. Para tener crédito, conviene no errar. Y, si se yerra, enmendar con dignidad. De manera que el uso del pasado en su respuesta ('ni hemos gobernado'), resta todo crédito a su afirmación. Se lo ha hecho notar hasta Otegi. ¿Palabra de vasco? Creo que el hombre de palabra -y todo político debiera serlo- resulta más consistente en lo que dice. Ibarretxe se descalifica entre la gente seria con esa nueva máscara de cínico optimismo que se coloca en campaña.

Y lo es, en segundo lugar, porque prolonga esta terrible incertidumbre más allá del 13 de mayo. La cuestión decisiva a dilucidar el día 14 es si los partidos lealmente democráticos trabajarán en sus cuentas para formar gobierno con un Parlamento de 75 diputados o lo harán con uno de 64-65; descartar decisivamente la capacidad de perversión de EH y de sus previsibles 10 u 11 diputados. Si alguna virtualidad tuvo la tregua fue la de meter de hoz y coz a EH en la vida política del país y poner a ésta a los pies de los caballos de ETA. Todo está, desde entonces, condicionado por los infames. Esa es la amenaza a despejar. Y ése el pacto a realizar por la democracia: excluir a EH del permanente chantaje parlamentario. Un partido o coalición que cuente con 33 diputados debiera ser capaz de formar gobierno estable en la actual situación, y saber que cuenta con una oposición leal que nunca le chantajeará con EH.

No es algo inédito. Funcionó mientras HB boicoteó el Parlamento vasco. Y funciona hoy en Francia, donde la derecha democrática (RPR-UDF) renuncia al apoyo del neofascista Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen. Ese fue el motivo de que perdiera el control de alguna de las 22 regiones metropolitanas francesas en marzo de 1992, y de que, en junio de 1997, la coalición de derechas arriesgara 45 de las 76 circunscripciones triangulares (con tres candidatos en segunda vuelta). Es decir, el pacto tiene un coste partidario, pero es estratégicamente impecable: preserva la democracia de una deriva fascistizante o xenófoba. De algo así está necesitado el País Vasco. Ello supondría, a buen seguro, que el PNV deba pasar a la oposición (34 del PP-PSE frente a 29 del PNV); o tal vez no (31 PP-PSE frente a 33 PNV-EA-IU). Pero es algo que se debe asumir como parte de un pacto de largo alcance.

Volviendo a Ibarretxe, hay quien considera que hay que tomarle la palabra, que, aunque ambigua, su respuesta fue positiva. Creo que, en absoluto. Del mismo modo que no hay nada peor que intentar derrotar al nacionalismo sociológico, estimo que hay que ser implacable con un nacionalismo político tentado por las sirenas ponzoñosas de EH. Ibarretxe y el PNV tienen aún que demostrar su lealtad democrática. Y lo deben hacer por su bien y el nuestro.

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