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Columna
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Sensación de lleno en los vacios

La mayoría de las esculturas abstractas de Dora Salazar (Alsasua, 1963), realizadas en el pasado, carecían de peso. Dora se enfrentaba a las leyes de la gravedad mostrando en sus trabajos una suerte de equilibrio anticonvencional. Todo lo cual, más el añadido de la extrema delgadez de algunas esculturas suyas, invitaba a pensar que iban a salir volando de un momento a otro. Fue un tiempo en el que se servía de materiales de desecho para fabricar sus esculturas.

En la exposición de sus últimos trabajos mostrados en la bilbaína galería Windsor, la escultora navarra se ha inclinado hacia la figura humana. Para ello ha utilizado diversos materiales como hilos de cobre, estaño, cordeles, estopa y pasta de papel, además de distintas variedades de cuero. En sus figuras existe un componente artesanal muy grande. Parece como si las manos que tejen las cuerdas o trenzan los hilos de cobre fueran el motor pensante de las creaciones finales. También puede explicarse de otro modo: en tanto la cabeza propone, las manos disponen.

Mas analicemos tres figuras ejecutadas con hilos de cobre. Son tres maniquíes, por decirlo así, donde el primero ha sido laborado todo él con un fuerte trenzado homogéneo. El segundo se convierte en un maniquí de formas abiertamente femeninas, sobre la base de un doble trenzado, con hilos sueltos a partir de la cintura para abajo. Para el tercer maniquí, también de anatomía femenina y con parecidos hilos sueltos en la zona inferior, Dora aplica una mayor sutilidad: le sugiere como portador de un vestido de noche, para lo cual no hay trenzado alguno -digamos mejor que es un trenzado liviano- en su casi totalidad, excepto en lo que sería el escote y los tirantes que recortan los hombros; esas líneas del escote y los tirantes comportan nítidamente un triple trenzado o muy retorcido trenzado. Las tres figuras penden del techo y son proclives a moverse a nada que una tenue corriente de aire o una mano inocente llegue a tocarlas siquiera de manera suavísima. Hay un mucho de etéreo en ellas.

Otras tres figuras femeninas se muestran en la exposición. Están realizadas con cuerdas de diferente cuño. Dos de ellas aparecen colocadas sobre la pared. Una de frente y otra de espaldas. La tercera cuelga del techo. La figura de frente, sirviéndose de una pequeña porción de alambre -apenas vista-, presenta unas formas anatómicas de belleza y elegancia supremas. La de espaldas ofrece una bien trazada anatomía del medio cuerpo. La parte baja de ese cuerpo, hecha de hilachas sueltas, se torna seductoramente suave, dulce, sensualoide. La tercera escultura, aún no siendo tan eficaz en cuanto a sus cualidades anatómicas, posee una esbeltez enormemente etérea a partir del busto, pues ahora los trenzados sueltos imprimen a la figura un carácter un tanto espectral, y si no espectral, al menos evocan las guerejas soñadas de un personaje fantástico.

Otras piezas más se añaden a las seis figuras aquí descritas, y algunas de indudable valor e interés. No obstante, resulta imperdonable dejar de mencionar algo que nos parece fundamental en determinadas obras expuestas en Windsor. Esto es, la sensación de lleno que parece haber en los interiores vacíos de los maniquíes. Se trataría de una corporeidad imaginaria que aspira a comportarse como si fuera un volumen real. En todo caso, sería estupendo llegar a sentir aquello que, al parecer, Dora ha dejado como proyecto abierto de cara a la sensitividad pensante de los espectadores.

Por si sirviera para comprender más a plenitud su propio arte, incluyo unas palabras suyas en relación consigo misma: 'La escultura está hecha a medida de quien la proyecta. No sólo es una relación física; también es una relación mental la que tienes con ella. Puede que mi mente no posea una construcción muy sólida, sino que es bastante más etérea. Me gusta lo liviano, porque es menos rotundo, es más transitorio, se impone menos'.

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