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PANORAMA | INTERNACIONAL
Columna
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El plan alemán

Xavier Vidal-Folch

El canciller alemán, Gerhard Schröder, ha removido el debate de la Unión Europea lanzando un plan de reforma federalista que a nadie dejará indiferente. Eso es lo mejor. Eso y que sea al fin el propio canciller quien se moja. Una iniciativa así, en solitario, sin el concurso de Francia, era impensable hace un segundo. Subraya el renqueo de la locomotora germanofrancesa. Y al coincidir con la inauguración de la nueva sede de la cancillería, simboliza el liderazgo que la Alemania desacomplejada enervó en Niza.

La propuesta acarrea marchamo interno. Pretende trasladar el modelo institucional alemán a la construcción europea, igual que se edificó el BCE según la topografía del Bundesbank. Y sirve a Berlín para rehacer el consenso interno (la líder democristiana, Angela Merkel, la aplaude por 'interesante') y para diluir las preocupaciones por el lento crecimiento económico. Una baza exterior de cara a las elecciones de 2002.

La acumulación de calendarios electorales en Italia, Reino Unido y Francia da razón, en parte, junto a la germanoangustia, de la suspicacia o el desdén con que Roma, Londres y París recogen el guante. Pero no los explica enteramente.

Ocurre que los otros Gobiernos se aferran a la melancolía de unas soberanías nacionales ya fantasmagóricas al intergubernamentalismo. Tony Blair, hamletiano entre el imperativo del euro y su impotencia para convencer a sus conciudadanos, defiende una 'superpotencia' europea, pero sólo basada en los declinantes poderes estatales, y no en las instituciones comunes. Los confusos cohabitantes franceses propugnan una 'federación de Estados' sin saber qué significa: por eso, el ministro Pierre Moscovici chapotea replicando que conviene mostrarse 'un poco más equilibrado'. Y la derecha nacionalista austriaca responde, por boca de Wolfgang Schüssel, que Austria no quiere 'ningún superestado europeo'. Bélgica suscribe, pero nadie (España, ni está ni se la espera) ofrece alternativas. Todos están sorprendidos del acelerón alemán.

El canciller propugna convertir a la Comisión en un Ejecutivo europeo. Bien. Al Consejo, en una segunda Cámara. Bien. Propone dotar al Parlamento de más poderes presupuestarios. Bien. Pero en este viaje a la Europa política -comunitarizando la política exterior y de defensa- deja jirones de la Europa económica, en aras de los länder, revirados por la absorción de competencias a cargo de Bruselas: pretende renacionalizar la política agrícola, dar a los Estados el control de las ayudas a las regiones desfavorecidas -bueno para los ricos, que se lo podrán pagar, malo para los pobres-, lo que supondría sustraer al poder supranacional casi todo el presupuesto común, en beneficio de caciquismos locales. Y también neutralizar la combativa política procompetencia de Bruselas, así como castrar el aumento de sus atribuciones. Muy mal. Pero está muy bien que se discuta.

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