Que se quede el Tireless
Ahora que todos piden que se vaya el Tireless, yo, quizá sea por algo de síndrome de Estocolmo, pido que no se vaya, que se quede. Que le quiten las tripas negras que nos tiene acongojados a los andaluces, que las envuelvan con total seguridad y se las lleven al país de las tripas negras, para completar el trío con las vacas locas y la fiebre aftosa.
Una vez limpito, inofensivo y libre de peligro, que se invite a los niños andaluces a pintarlo de colores para cambiarle su feo aspecto, mitad misterioso, mitad amenazador. Que le den un toque de amarillo, en homenaje a quien, con tanta gracia, ridiculizaba nuestros temores con aquello del 'submarino amarillo'. Y que nos lo dejen en un puerto andaluz.
Así, al igual que en otros puertos como en Helsinki o San Petersburgo, donde existen submarinos rememorando algún hito histórico, quedará este submarino como recuerdo permanente del mayor fracaso diplomático de quien no pinta nada en el mundo y aún se permite presumir de buenas relaciones con el país que nos ha chuleado y humillado durante un año con una amenaza tan cercana para tantísimos ciudadanos.
Esto no debe olvidarse nunca. Por eso quiero que se quede.
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