Un bulevar para el disfrute de los libros con solera
El paseo de Recoletos acoge desde hoy y hasta el día 20 la XXV edición de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión
La sed por el disfrute de libros antiguos y de saldo encuentra a partir de hoy abierto un caudaloso caño en el paseo de Recoletos, donde podrá ser gratamente saciada. El bulevar madrileño abre hasta el 20 de mayo la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, en su edición vigésimoquinta. Según Francisco Javier Martínez Moncada, presidente de la Asociación de Libreros de Lance, la feria congrega a una cincuentena de libreros de Barcelona, Sevilla, Valencia, Granada y también de Madrid, cuya anfitrionía ha quedado señalada con la designación este año como Capital Mundial del Libro. El cartel anunciador ha sido obra de Carlos García-Alix, y el pregón inaugural, del poeta Luis García Montero.
Ramón Gómez de la Serna y Federico Carlos Sainz de Robles, entre los autores más cotizados
La distinción otorgada por la Organización de Naciones Unidas para la Cultura y la Educación (Unesco) la tiene Madrid bien ganada: es uno de los principales polos mundiales en la edición de títulos nuevos y también del comercio de libros antiguos, como la calidad y cantidad de los exhibidos en esta feria demuestra.
Pero no sólo de añejas ediciones trata esta edición, convertida ya en un ritual de la primavera de Madrid junto a otra muestra que se ofrece en este mismo bulevar cada otoño; el curioso podrá también hallar en sus 48 casetas libros no ha mucho editados que en su día no encontraron acogida inmediata por el público y que hoy afloran en este escenario con precios realmente únicos, en torno a las cien pesetas. Los libros antiguos se ven cotizados cada año por modas que prestigian colecciones, géneros y autores determinados según criterios que abarcan desde la personalidad de su artífice hasta la rareza de su contenido o su encuadernación. Así, en esta edición se confirma en Madrid la plusvalía de los libros sobre la historia de la ciudad, 'sobre todo si incluyen planos', comenta el librero Basilio Sánchez, más los de cocina y también los taurinos, amén de los que versan sobre la guerra civil y la República.
Son los bibliófilos buscadores de libros fácilmente reconocibles en la feria porque recorren las casetas absortos en la silenciosa contemplación de las estanterías y anaqueles, así como en el enjundioso calibrado de sus contenidos, incluso en el de sus cubiertas y caracteres de imprenta.
Entre los libros de autores más buscados prosigue la moda, transformada ya en tradición, de acopiar los que escribiera el más afamado de los madrileñistas, el escritor Ramón Gómez de la Serna. Sus títulos desaparecen de la circulación como por ensalmo. Se dice que hay unos trescientos bibliófilos consagrados a la tarea de reunir sus libros a toda costa, sin importarles mucho que los precios de algunas ediciones se disparen por encima de las 35.000 pesetas o más.
Las obras de otro de los grandes madrileñistas, Federico Carlos Sainz de Robles -que ejerciera de erudito y ameno cronista hace cinco décadas-, resultan raramente localizables, repletas de sabiduría y escritas con la frescura que da el amor apasionado por esta ciudad -bien que racionalmente limitado-, y se cotizan a precios que pueden adquirir cifras seguidas de hasta cuatro ceros. Los bibliófilos impregnan sus relatos de sabrosas anécdotas, como la de una pareja que consideraba imposible su divorcio por haber formado su espléndida biblioteca con ejemplares únicos, indivisibles pues. Hablan también de supuestos maleficios bibliofílicos como el que impide al comprador de colecciones incompletas completarlas íntegramente.
Hay quien piensa que la bibliofilia es una forma de fetichismo, pero nadie duda de que los libros se asemejan mucho a las más bellas metáforas de la imaginación. Quizá por ello, un bibliófilo puede recurrir incluso a la picaresca para recuperar un libro. Hubo quien, habiendo hallado tres tomos, malvendidos en la Cuesta de Moyano, de una edición del XVIII de Las Partidas de Alfonso X, buscó el cuarto en el Rastro. Lo halló. Ante el temor de que su interés por él alzara su precio, pidió al vendedor, ignorante de su valía, 'un libro con páginas bastas, para envolver fruta'. Eran de pergamino. Con tal treta y a precio módico, lo consiguió para siempre.
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