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Columna
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Conjura en Las Rozas

Si no existiesen los conjurados, quizá tampoco existieran los reyes, parecen pensar algunos políticos, sobre todo los más megalómanos, aquéllos que no se consideran simples funcionarios o gestores de la voluntad popular, sino auténticos monarcas y hasta guías espirituales de su comunidad autónoma, su ciudad o su pueblo, esos desdichados lugares que ellos transforman en virreinatos o, gracias a las antidemocráticas -deberían estar prohibidas- mayorías absolutas, en auténticas propiedades feudales gobernadas de norte a sur y de izquierda a derecha por su señor todopoderoso, quien puede hacer con ellas lo que quiera mientras le dure el cargo: poner y quitar estatuas, levantar o demoler edificios, cambiarle el nombre a las calles, hacer túneles, talar bosques o cualquier otra cosa que se le ocurra. Pero, como digo, un rey o reyezuelo necesita de los conjurados para parecer más auténtico, para desviar la atención de ciertos asuntos y para echarles la culpa de todos sus errores. Cuando algo sale bien se debe a la inteligencia y la mesura del soberano; cuando algo sale mal, o resulta a todas luces vergonzoso, es por causa de los saboteadores, de los rebeldes, de los conjurados.

¿Quiénes son y qué son esos conspiradores? Podrían ser lo que dicen que son sus enemigos, los reyes o los reyezuelos; o podrían ser lo que dice que son Jorge Luis Borges en este poema que da título a un libro suyo de poemas llamado, precisamente, Los conjurados: 'En el centro de Europa están conspirando. / El hecho data de 1291. / Se trata de hombres de diversas estirpes que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas. / Han tomado la extraña resolución de ser razonables. / Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades. / Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios, porque eran pobres y tenían el hábito de la guerra y no ignoraban que todas las empresas del hombre son igualmente vanas. / Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las lanzas enemigas para que sus camaradas avancen. / Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son Paracelso y Amiel y Jung y Paul Klee. / En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre de razón y de firme fe. / Los cantores ahora son veintidós. El de Ginebra, el último, es una de mis patrias. / Mañana serán todo el planeta. / Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético'. Qué gran poeta y qué mal adivino resultó el interminable Borges.

La conjura ha llegado, ahora, a Las Rozas, y su alcalde acaba de acusar a una mano negra de cometer desmanes en el municipio para desacreditar su tarea de gobierno: jardines devastados con vehículos todoterreno, parques en los que se vuelcan por las noches desperdicios y fuentes públicas rotas son el triste resultado de la cruzada vandálica. Pero la pregunta vuelve a ser la misma: ¿quiénes son los destructores? ¿Se trata de simples gamberros o de grupos organizados cuyo fin sería, según intuye el regidor del PP, netamente político? Para empezar, hay que decir que si algo le sobra a Las Rozas son imbéciles dedicados a destrozar los muros de las casas ajenas a base de pintadas -ya se sabe, la libertad artística de los chavales y todo eso- o a machacar las zonas verdes y el mobiliario urbano de mil modos distintos. El descaro y la impunidad con que actúan esos memos es, sin duda, indignante. Sin embargo, me apostaría algo a que los destrozones -desde luego, muy lejanos a Paracelso o Jung- son simples tontos con spray, no grupos organizados ideológicamente.

El que sí pretende ser un grupo organizado es el Partido Popular y, sin embargo, cualquiera que se dé un paseo por Las Rozas verá que los destrozos de su alcalde son mucho mayores e irremediables que los de los vándalos. Menuda híper, mega o ultragamberrada han hecho el PP y su alcalde, Bonifacio de Santiago, consistente en convertir un modesto pero bonito pueblo, donde la vida era sana y tranquila, en un lugar infernal, saturado, enloquecedor, construido para el enriquecimiento de unos cuantos hasta en el último metro cuadrado, lleno de espantosos bloques de viviendas levantadas sin ningún plan, sin ningún cuidado, sin ninguna norma estética. Con gobernantes así, no se necesitan conspiradores. Bonifacio, no busques más: la mano negra eres tú.

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