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Activistas contra el miedo

La plataforma ¡Basta Ya! intenta reunir a los vascos que no quieren seguir en silencio. Con pocos medios y una actividad casi clandestina, encabeza la revuelta cívica en Euskadi

Tras 15 años de protesta silenciosa, la rebelión ciudadana contra ETA ha acabado por quitarse la mordaza autoimpuesta desde sus orígenes y gritar ahora a los cuatro vientos que Euskadi vive bajo la dictadura del miedo y ante la amenaza de un proyecto segregacionista excluyente. Al igual que durante la pasada década, los vascos comprometidos siguen componiendo periódicamente en silencio los círculos característicos de Gesto por la Paz y asociaciones similares -en la misma postura defensiva que adoptan determinadas especies animales cuando detectan el peligro- pero el movimiento ciudadano cristalizado en ¡Basta Ya! ha recuperado, para sí y para muchas de las asociaciones que trabajan contra la intoleracia, la libertad de palabra, la iniciativa política y el derecho a la acusación. 'No soporto más el silencio, estaba hasta el gorro de los pudores y complejos, después de tantos años de estar callada, integrarme en ¡Basta Ya! ha sido para mí como una liberación', indica una mujer joven muy atareada estos días pasados en los preparativos del acto del Kursaal. 'No debemos esperar a que nos maten en silencio, las concentraciones clásicas fueron un gran avance, porque acabaron con la desidia general, pero ahora se trata también de extraer las consecuencias políticas de lo que está pasando y de marcar un nuevo rumbo', añade otro miembro del grupo.

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Quienes quieren creer que ¡Basta Ya! se ha convertido en una plataforma cívica de los partidos autonomistas y constitucionalistas (PP y PSOE) infravaloran el potencial enorme de rebeldía y conciencia ciudadana retenida durante tantos años en el dique del silencio, confunden el compromiso sincero que anima a sus promotores, ignoran que el movimiento ciudadano vasco siempre ha ido por delante de la clase política, de los partidos y de las instituciones. No, esas gentes, viejos sindicalistas y militantes, generalmente de izquierdas, profesores y estudiantes de universidad, familiares de asesinados por el terrorismo, no están aquí para hacer carrera política. 'Los aparatos de los partidos PSOE y PP no me atraen para nada, pero ojalá hubiera más fuerzas políticas con nosotros', apunta un miembro del colectivo que desde que empezó todo, en 1986, ha pasado por casi todas las asociaciones pacifistas. 'Yo sí milito, porque me parece necesario, pero es aquí donde ahora me siento verdaderamente útil', apostilla otro. La conversación transcurre en un pequeño local alquilado cuya dirección se guarda celosamente por evidentes razones de seguridad. Como el espacio es tan diminuto, los distintos colectivos pacifistas y ciudadanos que lo utilizan tienen que atenerse a un reparto horario. Los 50.000 euros del Premio Sarajov que les otorgó el 13 de diciembre la Unión Europea y los dos millones recogidos a través de pequeñas aportaciones individuales, que oscilan entre las 5.000 y las 25.000 pesetas, les ha permitido disponer de este local con teléfono y afrontar los cinco millones de gasto que acarreó el mitin de ayer. 'Esta militancia nos cuesta dinero, y si no hacemos más cosas es, simplemente, por eso, porque no tenemos con qué', indica un sindicalista de CC OO. No hay nombres, ni fotos, nada que dé pistas que permitan identificarlas. 'Sólo nos exponemos cuando resulta totalmente indispensable, nunca hay que dar facilidades a los asesinos'.

Hoy como ayer, o mejor, hoy mucho más que ayer, el miedo a las posibles agresiones físicas, a la denuncia de los chivatos de ETA, al asesinato en última instancia hace flaquear los ánimos y muerde en la firmeza ciudadana, pero estos luchadores por la democracia -una veintena en el núcleo duro, 200 colaboradores en el área de San Sebastián- se han forjado un voluntad de hierro. Han cambiado mucho las cosas desde los tiempos (1986) en los que Cristina Cuesta, hija de un delegado de Telefónica asesinado, y otros pocos familiares de víctimas del terrorismo se reunieron silenciosamente en la calle embargados por la agobiante sensación de 'miedo al ridículo'. Del Dilo con tu silencio se ha pasado en ¡Basta Ya! al Dilo con tu acción. Porque los integrantes de esta asociación, que movilizó a 100.000 manifestantes el pasado 23 de septiembre en San Sebastián y ha devuelto la iniciativa política al marco estatutario y constitucional, son antes que nada activistas. 'No somos, sólo actuamos, y cuando actuamos, somos. Somos militantes y es la hora de la acción'.

En el grupo hay una mujer, antigua nacionalista, muy conocida por su papel en la lucha antifranquista. Es ella la que captó para el grupo el grito de '¡Basta Ya!', surgido espontáneamente en las manifestaciones contra ETA. A modo de insignia lleva una chapa con el perfil de un roedor, porque no quiere olvidar la metáfora utilizada por un dirigente del PNV que comparó a los manifestantes de ¡Basta Ya! con las ratas que seguían al flautista de Hamelin. 'A nuestra edad estamos más para los cursillos de macramé o de pintura, para la gimnasia o la sauna que para el activismo, pero qué vas a hacer, tenemos lo que tenemos en este país, un fascismo-leninismo en marcha y unos Gobiernos que no nos defienden suficientemente', dice. 'Hay tres opciones para los vascos', añade, a su lado, otra mujer que procede de Euskadiko Ezkerra: 'Mirar hacia otro lado y seguir viviendo, decir que esto no tiene remedio y marcharse, o reconocer que se tiene miedo e intentar superarlo'. Ella sí confiesa 'tener más miedo que nunca' a expresarse con su nombre y apellido. 'Me siento rabiosa y humillada por tener que pedirte que no me identifiques en tu artículo', dice.

El regreso de las viejas vanguardias

Muchos de los vascos que encarnan la rebelión política ciudadana son antiguos izquierdistas bregados en la lucha contra el franquismo y por las libertades, antifascistas veteranos, gentes que lucharon generosamente contra el régimen anterior. Pertenecen a las viejas vanguardias de la izquierda y la extrema izquierda antifranquistas, a la ETA de los primeros años. Son, si se permite la expresión, esos tontos valientes y desprendidos que, contra lo que aconseja la prudencia, surgen cuando las situaciones se vuelven comprometidas, que se rebelan y se la juegan cuando la sociedad tiende a mirar hacia otro lado. El exterminio físico de los disidentes, la limpieza ideológica y política desatada en Euskadi, la denuncia de la 'traición' del nacionalismo pergeñada en el acuerdo con ETA en los pactos de Lizarra, han despertado un sentimiento compartido por estos veteranos que han vuelto al activismo y a los viejos usos clandestinos. Porque estos grupos ciudadanos actúan de manera verdaderamente clandestina. 'Ya sabe, los carteles hay que llevarlos enrollados y ocultos en las bolsas. Te metes en un portal y allí les das cola; si no hay nadie a la vista, sales a la calle, lo colocas y te largas a otro sitio'. Últimamente, desde que EH presenta en su propaganda a un mujer embarazada a punto de dar a luz a una nación, ¡Basta ya! ha pasado a reivindicar el aborto invocando el segundo supuesto, el de la violación. En la reciente Korrika, carrera de relevos en apoyo al euskera que organiza AEK (Coordinadora de Alfabetización de Adultos), ¡Basta ya! sorprendió a los corredores que portaban carteles con las caras de presos de ETA con la instalación relámpago de pancartas que decían Korrika, korrika, ETAren kontra (Corre, corre contra ETA). Las horas de las citas se dan de una reunión a otra, pero el lugar sólo se conoce en el último momento.

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