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Columna
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El cráter

Al consejero casi le da un ataque. El habitual aplomo que exhibe quedó quebrado cuando su interlocutor le comunicaba, el pasado martes por la mañana, que acababa de abrirse un socavón de 70 metros justo encima del túnel de la línea 10 del metro y en plena M-30. Apenas tres días antes se abría paso, por aquel trazado que unirá Barajas con Nuevos Ministerios, La Paloma, una de las grandes tuneladoras que horadan Madrid por orden de Alberto Ruiz-Gallardón. Desde que el presidente regional decidió convertir la extensión y modernización de la red subterránea en la bandera de su acción de gobierno, el temor a un accidente grave ha sido constante. El subsuelo de la ciudad fue sembrado de sofisticados sensores a los que se atribuye la capacidad de detectar cualquier movimiento del terreno que pueda derivarse de las excavaciones. La mañana en que se abrió el cráter de la M-30, el sistema los registró, aunque dentro de los márgenes que los técnicos consideraban de seguridad. Cuando advirtieron que los espasmos iban a más y pidieron a la Policía Municipal y a los bomberos que procedieran a cortar el tráfico era ya demasiado tarde. El conductor de un Mercedes sintió que el asfalto comenzaba a engullirle y, en un alarde de reflejos, pisó el acelerador, levantó el embrague y, arrastrando los bajos, sacó de allí el vehículo in extremis. De haber sido un volcán, la demorada alarma no habría evitado que la lava quemara el trasero de quienes transitaban por la M-30. Todo parecía indicar que los movimientos de tierra habían dejado huecos bajo el asfalto y que el firme dejó de serlo, cediendo al paso de los vehículos. El propio alcalde de Madrid atribuía a esas obras el aparatoso incidente, mientras la oposición reaccionaba criticando la falta de seguridad en los trabajos y acusando a Ruiz-Gallardón de meter prisa a los técnicos para colgarse medallas inaugurando estaciones. En el intento de salvar la cara, el consejero de Obras, Luis Eduardo Cortés, encontraba en sus técnicos una explicación que podría derivar al menos en parte la responsabilidad de lo ocurrido. Aquel tramo de la M-30, antiguo lecho del arroyo Abroñigal, fue rellenado artificialmente hace 29 años para construir la circunvalación y, con el tiempo, las vías de agua lo han ido vaciando.

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Es decir, que allí abajo se juntaron el hambre y las ganas de comer. No hubo una sola víctima ni nadie sufrió un rasguño, pero las imágenes que recogieron las televisiones resultaban estremecedoras. Al día siguiente, todos los periódicos de tirada nacional recogían en su primera página la foto del socavón. Un impresionante documento gráfico que, de haber estado acompañado de un balance, por corto que fuera, de muertos y heridos, habría sumido en su mayor crisis al Gobierno regional. Sería injusto. La ampliación del metro de Madrid, a pesar de su enorme complejidad y envergadura, está siendo ejecutada con unos niveles más que razonables de seguridad. No existen obras de este calibre sin riesgo y basta ver el estado lamentable en que se encuentra el metro de Londres para comprender la audacia y el esfuerzo que requiere lo que se está haciendo en el subsuelo de Madrid. Es cierto que la estructura de muchos edificios de la ciudad se ha resentido con la actividad subterránea y que el Gobierno regional no ha sido demasiado sensible con los perjudicados; sin embargo, en términos generales, el proyecto se está realizando de forma ejemplar.

No creo que Ruiz-Gallardón pueda presumir de presidir el Gobierno de los mejores como prometió, pero de lo acontecido bajo tierra tiene motivos para estar orgulloso. A pesar de los piques personales, así lo ha debido entender también el alcalde Manzano cuando el miércoles decidió rectificar y achacar a la falta de solidez del terreno la apertura del socavón. Es más, a juzgar por lo que cuentan los especialistas, con tuneladoras o sin ellas, tal y como está el subsuelo de la M-30 en algunos tramos, es fácil que surjan en cualquier momento nuevos cráteres. Urge, en consecuencia, una intervención que consolide los basamentos del cinturón de circunvalación, cuyo mantenimiento aún gestiona el Ministerio de Fomento. Es hora ya de que Álvarez Cascos disponga los 14.000 millones que reclama el Ayuntamiento para las mejoras de la M-30 y que esa vía pase a la gestión municipal. Los socavones acechan y no hay que tentar más a la suerte.

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