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Tribuna
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Los sofocos de Jaione

'¿Pero, tú quieres la independencia? Pues no, responde ella, pero hasta que me lo pregunten hago como si la quisiera'

Jaione es, por supuesto, de aquí. Y eso le otorga su estatus ontológico, estatus que es todo un Estado. Pues ser de aquí no es exactamente lo mismo que ser vasco. Pregúntenselo si no a ella de dónde es y verán cómo sabe optar por la respuesta adecuada según sean la situación y la circunstancia. A veces será vasca, y a veces será de aquí. En realidad, lo de ser de aquí casi nunca será una respuesta a una pregunta, sino más bien un argumento. La escucharán contar lo que hace y deja de hacer, y de pronto les soltará un convencido 'porque soy de aquí' que no dejará lugar a dudas sobre lo acertado de sus hechos y opiniones.

Y es que eso de ser de aquí es incontestable. Entre la ciudad terrena y la ciudad de Dios, está la ciudad de aquí, que tampoco es una ciudad, ni mucho menos un campo florido. Es un tanque argumentativo cuya placenta flota sobre nuestras cabezas hasta que nos lo apropiamos y nacemos así al más sólido mundo posible. Jaione, de hecho, piensa lo que piensa y hace lo que hace para poder afirmar rotundamente que es de aquí. Lo fundamental es el argumento. La vida por un argumento. Por lo demás, Jaione es una mujer encantadora.

'¿Pero, tú quieres la independencia? Pues no, responde ella, pero hasta que me lo pregunten hago como si la quisiera'

Ultimamente, sin embargo, la veo preocupada. Siempre había mostrado cierto candor al hablar de su vida, pues ésta, como las dalias y los robles, pertenecía al orden de lo natural y nada tenía que regatear a nadie. Y es que lo de aquí y lo natural tienen el mismo label, y con ese label no hay peligro de contraer el mal de las vacas locas.

Ella no ocultaba nada, y si alguien la miraba mal, pensaba que algo malo debía de haber en aquella mirada, una recóndita perturbación ante la que no tenía por qué ocultarse. Ella estaba en regla. Pero no era intransigente ni rencorosa. Estaba convencida de la bondad general de los seres humanos, aunque no fueran de aquí; y en cuanto a la bondad particular, pues había de todo, también aunque no fueran de aquí.

Eso sí, en lo que hacía a las cosas de aquí, le dolía que los de allí o de vaya usted a saber dónde, gente tan buena por lo demás, siguieran pensando como si no fueran de aquí, aunque lo sobrellevaba con paciencia. Estaba convencida de que la evidencia se iría imponiendo, de que lo bueno siempre triunfa, y nada en el mundo era mejor que esto. Su marido, Kepa, es también vasco. Ella hubiera jurado que era también de aquí, pero últimamente no está tan segura. Kepa ha empezado a decir cosas raras, y hasta le tienta votar a los de fuera. Él le asegura que no son de fuera y que son tan de aquí como ellos, pero Jaione no consigue comprender esos argumentos. Sabe muy bien quiénes son los de aquí, lo han sido siempre y no han dejado de serlo ahora.

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Sabe también perfectamente que ésos que ahora llama los suyos aman su tierra por encima de todas las cosas y que casi no necesita palabras para entenderse con ellos, no necesita dar explicaciones para convencerles de que las cosas van bien o van mal, de que lo que hace es correcto. Son de aquí, y se entienden, y punto. Sospecha también que, aunque ella es comprensiva con los de allí, éstos no les entienden y les tienen un punto de ganas. Y defender lo de aquí exige estar con los de aquí.

Por eso le produce malestar que Kepa le salga diciendo que todos son de aquí, y que todos aman esta tierra, y que todos han de tener oportunidades para demostrarlo. Toda opinión es discutible y todas han de tener su chance, le asegura él, y Jaione le encuentra un toquecillo pedante que nunca le había pasado desapercibido, pero que ahora no está dispuesta a dejarlo pasar.

Si todos son de aquí y todas las opiniones son igualmente de aquí, Jaione siente que se le escapa el argumento principal y que la vida se le tambalea. Tendrá que afilar su ingenio. Y recurre al folclore, a la lengua, a los Conciertos económicos y a los otros, al amor a los caseríos, a lo que sea; pero Kepa se lo desbarata todo e insiste en que los otros también. Echa mano por fin de lo que considera el argumento definitivo y le suelta la pregunta: ¿ésos que tú dices que son de aquí, puestos a elegir entre esto y otra cosa, optarían por esto y querrían la independencia?

Su marido la mira con cara de fastidio y le pregunta a su vez: ¿pero, tú quieres la independencia? Pues no, responde ella, pero hasta que me lo pregunten hago como si la quisiera. Le mira después a su marido y respira hondo. Ha reencontrado el argumento, y sabe que es ese sí es no es íntimo el que les da ese aire a los que son de aquí.

Sospecha que con eso no le va a convencer a su marido, pero tendrá paciencia.

Luis Daniel Izpizua es escritor.

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