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Columna
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Legitimidad

En uno de sus más inspirados momentos como político mesiánico, al término de una de las apocalípticas intervenciones con las que solía animar sus alucinantes mítines, Julio Anguita le dijo a su atónito auditorio: '¡Y ahora, después de haber venido aquí a escuchar lo que tenía que deciros, iros a votar al PSOE!'

Los simpatizantes de Izquierda Unida debieron de hacerle caso porque los resultados de la coalición fueron en aquella ocasión, como en tantas otras, similares a los del Barcelona.

El otro día, en una de esas mesas petitorias en las que, con la excusa de la festividad de Sant Jordi, los escritores son expuestos públicamente al cariño de sus lectores, al desprecio de sus no lectores y al escarnio de sus colegas, un relajado Fabián Estapé atendía a sus fieles con su mordaz e irónica doctrina.

En un momento dado, alguien, a cierta distancia, se le acercó y, con populista indignación, le espetó: 'España va mal, señor Estapé. Estamos cada vez peor. La economía es un desastre'. A lo que, tras anunciarle que nos quedaban cuatro años de cuaresma, el ilustre y docto economista y barcelonista de pro le respondió: 'Sí, es cierto. ¡Y ahora ya puede irse usted a votar a Aznar!'.

Todo esto viene a cuento del Barcelona, por supuesto. En estos días de vestiduras rasgadas, mientras unos constatan una vez más el desconcierto azulgrana, mientras otros lamentan el ridículo que se está haciendo, mientras los que más se preguntan si es pecado sentir cierta simpatía por Carles Rexach y otra abrumadora minoría insiste en considerarlo traidor por respeto a su ex amigo Johan Cruyff (¿cuántas veces habré escrito este nombre en mi vida?), la espiral mediática alimenta las frustraciones de una culerada que, a la hora de la verdad, cuando pudo elegir entre Núñez o Fernández o, más tarde, entre Gaspart y Bassat, eligió, por considerable mayoría, a los de siempre.

Por supuesto que podemos lamentarlo y elaborar sofisticadas teorías producto de nuestra insaciable tendencia al onanismo paradeportivo y tertuliano.

Claro que tenemos derecho a repetir lo que hace veintitrés años que venimos diciendo, con ciertos matices imperceptibles que confirman nuestro gusto por el interiorismo intelectual y la actualización de sus insípidos materiales.

Incluso, en tardes tan bochornosas como las del lunes durante la conferencia de prensa de Gaspart y Rexach, podemos vaciar una botella de whisky añejo para soportar tanta palabrería hueca y tantas penques.

Pero, al final, por más cosas que digamos, como los oyentes de Anguita y los admiradores de Estapé, va y votamos a Gaspart.

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