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Columna
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Prisioneros del dilema

El dilema del prisionero es, según la teoría de los juegos o la simple lógica, una situación en la que los jugadores no encuentran salida ganadora u óptima a su partida, por lo que tienen que optar siempre por el mal menor al que sus contrincantes o las reglas del juego les obligan. No puede haber peor horizonte que aquel en el que uno no tiene casi bazas para jugar. Aunque, incluso éste puede empeorarse tirando del tapete o rompiendo la baraja, si no intentando la trampa. Ésta parece ser la situación de los principales jugadores de la partida electoral vasca, que ha de dirimirse con la formación de la mayoría de gobierno, cuya proyección es la expectativa que condicionará el diseño y el desarrollo de la campaña electoral pensada para competir, ya sea en las mejores, ya sea en las menos malas condiciones posibles.

En nuestro pluralismo, como se ha podido comprobar reiteradamente, no basta con ganar al resto de los competidores en la foto finish, además hay que ganarse a alguno o algunos de ellos como socio seguro. Hasta la fecha, el PNV siempre ha ganado, incluso cuando ha perdido, y siempre ha encontrado socios (el PSE, EA, EE, EH y hasta el PP, UA, IU y HB en los niveles locales o territoriales), de uno en uno o de dos en dos. De todas ellas, sin embargo, ha sido la coalición PNV-PSE, incluso sin mayoría absoluta (algo muy excepcional en la política vasca), la de mayor alcance temporal, extensión territorial y rendimiento político. Y ello porque ambos encarnaban la centralidad de la política vasca, imponiendo una dinámica centrípeta a la competición bidimensional (identitaria e ideológica), conjurando el peligro de polarización y las tensiones centrífugas que los extremos, sobre todo el antisistema terrorista, no dudaban en azuzar como única forma de maximizar sus oportunidades en la partida.

Mientras que la tensión bipolar fue asimétrica, antisistema y externa al juego institucional, las cosas han podido funcionar, pudiendo el PNV jugar como el rey del mambo en un escenario repleto de figurantes. Pero, bastó que el otro polo irrumpiese con fuerza en la competición -esta vez desde el corazón del juego institucional- para que el equilibrio se desestabilizase. El PNV, temeroso de perder en las nuevas condiciones de la competición y queriendo maximizar sus ganancias, no solo optó por romper el equilibrio al orientarse hacia una alianza centrífuga, sino también quebró las reglas del juego al aliarse con un jugador tramposo. Éste, primero le descolocó, después le aisló y, finalmente, le convirtió en su prisionero. En realidad, prisionero del, a su vez, prisionero, porque no otra cosa es EH respecto del terrorismo.

No menos desubicado, además de traicionado por la política de exclusión etnicista, quedó el otro gran protagonista de esta interesante y fructífera, aunque contradictoria, etapa de coaliciones mixtas (izquierda-derecha y nacionalistas-autonomistas). Al final, el PSE-EE se encontró prisionero del dilema entre su política estratégica de cesión para contentar al nacionalismo, persiguiendo el objetivo de su acomodo en el sistema institucional, y su atención preferente a los sentimientos de lealtad y solidaridad constitucional. Y es que la irrupción centrífuga y desleal de su competidor natural en la política nacional arruinó su espacio de moderación política, interpretada en términos de dejación de los principios de defensa de lo estato-nacional. Atrapado por la dinámica polarizadora, amenazado de exterminio físico y convertido en actor secundario, no tiene más salida que apostar por el cambio pendular de mayoría, como única vía para que la gobernabilidad y la competición le permitan recuperar su papel de protagonista en una dinámica que volverá a ser centrípeta.

El PP, el único ganador seguro de esta partida, no deja de ser también prisionero de su pasado y, sobre todo, de su posición centrífuga, que limitan, sin duda, sus posibilidades de éxito. En efecto, instalado en la dinámica de la política de adversarios, lo que puede haber sido bueno para competir en la arena nacional, puede que no sea lo mejor para hacerlo en la vasca. Por eso, aunque tenga muchas probabilidades de contar con un socio viable, el equilibrio crítico de su umbral de éxito depende casi tanto del buen resultado de su socio, como de su propia capacidad para competir por el mismo electorado.

Prisioneros, también, del voto útil y de la presión simplificadora son las opciones menores, ya sea que hayan optado por lo menos malo, que es diluir su identidad en coaliciones para no perder (EA) o para ganar (UA), ya sea que lo hayan hecho para lo peor (IU) al perder su identidad y su espacio.

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En fin, prisioneros del dilema somos todos los ciudadanos al tener que optar entre el fatigoso más de lo mismo y la incertidumbre de lo otro por experimentar, entre lo malo conocido y lo bueno por conocer (que algunos nos amenazan como peor), en definitiva, entre la continuidad y el cambio.

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