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Reportaje:

En busca de los excluidos

Viaje en la unidad móvil de Médicos del Mundo por las zonas de prostitución y drogadicción de Valencia

Como cada día, la unidad móvil de Médicos del Mundo se pone en marcha. Desde la calle del Doctor Monserrat se desplaza por los barrios de Valencia donde hay mayor concentración de drogadictos y prostitutas para seguir un programa establecido desde hace seis años. 'Nuestro trabajo es de carácter humanitario', explica Blanca Nogués, vocal del programa, 'y está dirigido a personas del cuarto mundo, es decir, a gente excluida del primer mundo. Nos centramos en la reducción de daños para evitar las enfermedades de transmisión sexual y la prevención del sida'.

La primera parada es en la zona del río, frente a Na Jordana. Un joven en bicicleta se acerca a la furgoneta y les pregunta si llevan metadona. 'No, ya sabes que no llevamos', le responde Raúl Soriano, trabajador social. 'Si quieres podemos darte un pack para pincharte, pero no llevamos nada más', le dice. El drogadicto desaparece.

'Llevan años pinchándose y muchos de ellos aún no saben utilizar la jeringuilla'
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No se sabe de dónde salen, seguramente del mismo cauce del Turia. Casi todos llegan solos, con un perro como única compañía. 'El problema', recalca Nogués, 'es que llevan años pinchándose y muchos de ellos aún no saben como utilizar la jeringuilla. Si se pinchan mal, pueden producirse llagas, infecciones y acabar con alguna enfermedad. Organizamos talleres de 15 minutos en la móvil para enseñarles a inyectarse y prevenir el sida'.

Al momento llega una pareja con unas cuantas jeringas usadas. '¿Lleváis el carné?', les pregunta Margarita Sánchez, la educadora. 'Se me ha olvidado en casa', responde la chica. 'Recordad', les insiste Sánchez, 'que lo tenéis que traer siempre. ¿Cuántas jeringuillas traes? Diez, vale pues ahora te doy doce'. Van depositando las cánulas en un contenedor. Mientras Soriano las cuenta, el chico le pregunta: '¿Qué tenemos que hacer para que nos dés veinte?'. 'Pues traer dieciocho como mínimo. Ya sabéis que siempre os damos dos más de las que traigáis. ¿Está claro?', le aclara.

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'¿Habéis ido al centro para saber el resultado de los análisis?', les pregunta Sánchez. '¿El centro es el sitio ése donde nos dieron un café con leche?', inquieren. 'Sí', confirma la educadora. 'No. Iremos esta semana', aseguran.

'Normalmente siempre es igual', comenta Sánchez, 'les hacemos un carné de intercambio de Médicos del Mundo, les pedimos los datos básicos y muchas veces nos dan nombres o fechas falsas, aunque no importa: lo importante es que se acuerden de lo que nos dicen porque si no, resulta imposible hacerles un seguimiento y poder ayudarles'.

Estos datos sirven de control para los trabajadores de la unidad móvil. Llevan unas cuantas cajas con ficheros que intentan cotejar cada vez que se acerca alguien. 'Así podemos saber cómo se encuentran, si son portadores del VIH o si ya tienen la enfermedad. Ahora, en el centro, queremos poner en marcha una sala de medicina preventiva para hacer extracciones y tenemos en proyecto montar una consulta de planificación familiar. Pero resulta muy complicado saber cuál es la población real, porque muchas veces se olvidan de los datos que nos dieron la primera vez', explica.

Pero, a pesar de las dificultades, el programa funciona: 'A algunos se les nota que tienen interés en cambiar los hábitos, si no no vendrían. El hecho de que traigan las jeringuillas usadas ya es importante y cuantas más circulen, mejor. Siempre se evitarán riesgos'.

Llega otro drogodependiente, Sánchez le saluda como a un viejo conocido. Le pregunta qué tal está y cómo va su compañera: '¿Sigue en el hospital?'. El chico responde: 'De ese tema no quiero hablar'. La educadora empieza a preguntarse qué habrá ocurrido. 'Tenía las defensas muy bajas, quizás esté peor y por eso no quiere hablar'. Pero al final, él reacciona y le responde: 'Sigue en el hospital', sin más explicaciones.

Sánchez lleva seis años haciendo este trabajo. Aunque los marginales suelen ser una población flotante, la educadora reconoce que hay gente que la conoce desde el primer día y siguen por aquí. 'A algunos les pierdes la pista un tiempo y de repente vuelven o no les ves más y nunca acabas de saber qué les ha pasado', explica.

Van llegando poco a poco. Ya conocen la furgoneta y saben lo que quieren y lo que van a buscar. Si no traen jeringuillas usadas, el trabajador social les da un pack que contiene una inyección, ácido cítrico, alcohol y agua esterilizada. '¿Quieres papel de aluminio?', les pregunta Soriano.

Cuando se van, todos escudriñan la bolsita por si a los de la móvil se les ha olvidado algo. Lo controlan con el mismo detenimiento que cuando van a buscar la droga. De ello depende que puedan meterse la dosis sin problemas y con todo lo necesario.

De pronto aparecen dos transexuales. Suelen estar por la zona de Nuevo Centro, pero como ya saben que el furgón aparca en el río, se acercan: 'Mira, vengo con el pijama porque me he despertado hace un rato y si me duchaba y arreglaba antes de venir, seguro que cuando llego ya no estáis', justifica.

-¿Qué queréis, condones?

-Sí.

-Toma, 24 para cada una..

'¿Porqué 24?', se pregunta Soriano, y se responde: 'Bueno, es lo que hemos calculado que pueden necesitar hasta que volvamos a venir por aquí'. Los transexuales vienen a buscar gomas para ejercer la prostitución. Para ellos, Médicos del Mundo ha creado grupos de autoestima en el centro, dirigidos por un psicólogo, puesto que los cambios hormonales y la aceptación social les afectan más que a cualquier otro grupo.

Después de hora y media, hay que cambiar de lugar. Son las 11 de la noche y en la zona del Puerto la prostitución comienza la jornada. Hacia allí se dirige la móvil. 'Aquí es mas difícil todavía hacer un seguimiento', comenta Nogués. 'En los últimos años, debido a la emigración, podría decirse que el 70% de prostitutas son extranjeras. Ha aumentado mucho el número de africanas, casi todas son subsaharianas de la zona de Sierra Leona. Son las más jóvenes y el 100% trabaja en la calle mientras que las españolas y suramericanas son mayores y muchas de ellas prefieren trabajar en clubes de alterne. Nosotros nos hemos puesto de acuerdo con algunos de los dueños de estos locales y vamos una vez al mes para hacer talleres de prevención', expone.

También se desplazan algunas tardes al llamado Barrio Chino, en Velluters. 'El barrio tiene la ventaja', explica Soriano, 'de tener una población más estable y por lo tanto, es más fácil de controlar'.

Pero la zona del Puerto cada vez es más problemática. Los vecinos vuelven a patrullar por la calles. 'Aunque no se meten con nosotras', describe Nogués, 'espantan a la clientela. Hacen más difícil nuestro trabajo'. Aún así, empiezan a llegar las primeras prostitutas. Se acercan dos españolas. Una tiene el brazo hinchado y comenta que un señor le pinchó con un cuchillo. El asistente social le limpia la herida pequeña, pero profunda, y le recomienda que se cuide. 'Sí, pero si tengo el brazo inmovilizado no puedo trabajar. Todo lo que puedo hacer es vigilar para que no se infecte más', replica.

Aparecen las africanas, su zona está delimitada por la policía y no las dejan mezclarse con las otras. Vienen en grupos reducidos. Salen de un coche conducido por un hombre y pensamos si son sus chulos. Según aclara Soriano no lo son. 'Ellas no necesitan que nadie las vigile mientras trabajan porque las mismas mafias que las han traído, les retienen el pasaporte y, por lo tanto, no necesitan estar detrás de ellas. Yo creo que son chicos que se dedican a traerlas y llevarlas porque cambian mucho de sector. En otros casos, son los mismos clientes los que les acompañan', ilustra.

Como el hombre las espera, no pueden hablar. Tienen el tiempo justo para recoger los preservativos y seguir trabajando. El mismo problema tienen algunas españolas. Josefa sale de un coche, se le nota que se ha metido alguna droga en el cuerpo. Además de los condones, pide un poco de papel de plata. El hombre que la ha traído empieza a llamarla, no le da tiempo ni a guardarse los preservativos en el bolso: 'Josefa, sal de ahí, venga vámonos'. No tiene más remedio que salir corriendo.

Margarita Sánchez sabe que su trabajo es duro, pero cree que están recogiendo algunos frutos. 'Está claro que si vienen es porque están utilizando lo que les damos, si no, no vendrían, eso es evidente. Se les nota que tienen interés en cambiar de hábitos y en recibir los talleres que hacemos aquí en la móvil. En 15 minutos les enseñamos a utilizar bien los preservativos. Aunque parezca increíble, muchas no saben ni cómo se ponen', razona.

La noche termina en el barrio de L'Hemisfèric. En total habrán realizado unas 10 atenciones entre la población del cuarto mundo. Mañana habrá que volver a empezar porque, tal como apunta Blanca Nogués, 'mientras no se legalicen las drogas ni la prostitución', ellos tendrán que seguir aquí.

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