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El campeón de la 'vieja economía', fiel a sus recetas inversoras

Warren Buffett, uno de los hombres más ricos del mundo, pasea por Europa sus recelos contra los especuladores, las modas de Wall Street y las falsas promesas vinculadas a Internet

Una vez al año, Warren Buffett, primera autoridad bursátil de Estados Unidos, desembarca en Europa. También esta primavera, Buffett ha protagonizado una gira por el Viejo Continente, paseando su figura de aspecto corriente y repitiendo sin descanso su filosofía de inversión a largo plazo, con tintes tecnófobos y alergia a la especulación, que durante tantos años le ha alejado de Wall Street y que, a base de paciencia y el cumplimiento de un puñado de normas, le ha convertido en uno de los hombres más ricos del mundo.

En los reservados de restaurantes y hoteles de ciudades como Londres, París, Milán o Francfort, los hombres de negocios han palpado su tarjeta en el bolsillo con la esperanza de hacer tratos con este inversor de 70 años que dice no querer jubilarse jamás, conocido desde hace tiempo con el sobrenombre de Oráculo de Omaha.

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Buffett aprovecha igualmente los contactos para vender, en la última de sus tournées, uno de los negocios de los que dice 'haberse enamorado': el mayor operador de jets privados para hombres de negocios del mundo, Executive Jet, que su holding Berkshire Hathaway controla al 100% tras haber pagado por él hace tres años 725 millones de dólares (unos 137.000 millones de pesetas). El programa de la compañía presidida por Richard T. Santulli enganchó en su día a Buffett porque los directivos y empresarios que se pasan media vida en un avión y que no quieren tirar la casa por la ventana comprándose un jet entero pueden adquirir una parte y tener un aparato disponible avisando con pocas horas de antelación, con un ahorro que puede llegar al 80%. Fue la esposa de Buffett quien dio el primer paso al hacerse clienta del programa NetJets, aunque su marido no tardó mucho en apuntarse, igual que tantos pesos pesados de los negocios como Jack Welch o Bill Gates.

Ahora bien, es inevitable allí por donde pasa, Buffett no puede evitar ser acribillado a preguntas sobre su visión de los mercados y de la economía americana, porque sus modales sencillos no consiguen disfrazar el aura de mago inversor que, tras la explosión de la burbuja tecnológica, se le ha vuelto a colocar este año sobre la cabeza. No en vano, este tipo con fama de accesible, honesto y de mensajes directos arrancó en 1956 una sociedad de inversiones con 100 dólares (menos de 20.000 pesetas) y hoy posee una de las mayores fortunas en América y en el mundo entero.

Su holding Berkhire Hathaway vale actualmente 9.900 millones de dólares (unos 18,4 billones de pesetas), y, aunque él controla directamente un 31%, lo que le situó en el cuarto lugar en el ránking de la revista Forbes sobre los hombres más ricos de EE UU, en su entorno se da por descontado que el cruce de participaciones indirectas, suyas y de sus familiares, le aúpa ya en el primer puesto.

Sin embargo, la franqueza de Warren Buffett desactiva, de entrada, la expectación que despierta su presencia. 'No tengo ni idea de qué pasará este año en los mercados, pero, mire, ni pienso en ello. Si cerrasen la Bolsa un par de años, yo continuaría igual, puesto que no pienso vender', señaló ante la prensa en Francfort hace pocos días.

No piensa en ello porque Buffett es un hombre que se mantiene fiel a sus principios, unos principios que ni siquiera la euforia de Internet consiguió reblandecer.

Para comprender la firmeza de su estrategia inversora, basta con rescatar una confesión del multimillonario, que vive en la misma casa que adquirió hace 40 años por unos seis millones de pesetas, hace unos pocos años: 'Si Alan Greenspan me susurrara al oído cuál iba a ser su política monetaria durante los próximos dos años, no cambiaría una sola cosa de las que hago'.

Sonaría arrogante en boca de cualquier inversor, pero en los labios de Buffett simplemente era una muestra de coherencia consigo mismo.

El meollo de la cuestión es qué cosas hace y que nunca cambiaría este guru como poder permitirse el lujo de ignorar los planes del presidente de la Reserva Federal mientras los mercados del mundo entero no pegan ojo con cada uno de sus movimientos. Este hombre fascinado desde pequeño por los números, sobre el que se han publicado decenas de libros y alrededor del que han proliferado como setas páginas web de Internet, es un mago sin varita mágica.

Sus recetas han sido las mismas desde que se empapó de la filosofía del financiero Ben Graham, su tutor y amigo de toda la vida, y desde que más tarde la aliñara con las ideas de Philip Fisher.

Buffett, capaz de declinar el mejor vino al magnate Sèrge Dassaut a cambio de una coca-cola y de escoger una hamburguesa frente a los manjares más selectos, acostumbrado a conducir su propio coche y a hacerse las declaraciones de impuestos, adora lo simple: sólo invierte en los negocios que dice poder entender. Por ello, a menudo se ha inspirado antes de escoger una empresa donde poner su dinero por los pasillos del supermercado y en los productos expuestos.

Cuando coloca a una empresa en su punto de mira, imagina que la compra entera, y no un puñado de acciones. Si el valor total de la compañía no se revela en relación a sus beneficios, mejor dejarlo correr. Buffett es un inversor a largo plazo que no se deja atrapar por las emociones de la Bolsa. La histeria de Wall Street le subleva casi tanto como 'los estúpidos' y 'codiciosos' que esperaron forrarse enredándose en la burbuja tecnológica que lleva un año pinchándose. 'Si no puedes ver cómo bajan tus acciones un 50% sin pánico, no debes estar en Bolsa', ha advertido más de una vez.

Repartir poco dinero en muchas compañías le parece una protección inútil para la propia ignorancia. Buffet prefiere tomar el control de unas pocas sociedades. Eso sí, tienen que contar con una dirección de calidad probada y por lo menos haber generado una tasa de rentabilidad anual del 15% (la media de Berkshire Hathaway ha sido, durante más de tres décadas, del 23,8%) y poder así determinar su valor futuro. En estas condiciones, una vez detectada la compañía a comprar, hay que esperar a poder comprar barato. La clave es la paciencia. No hay más varita mágica.

Pese a las diferencias con el nuevo presidente de Coca-Cola sobre la estrategia a seguir en la diversificación, no venderá. Y lo mismo en Gillette, donde controla un 9% del capital, o la aseguradora Geico, o en The Washington Post, donde cuenta con un 18% de las acciones y a pesar de admitir que 'no puede saber cómo será' el periódico dentro de 10 años, porque no cierra los ojos a las transformaciones que traerá consigo la tecnología.

El tiempo le da la razón

De paso por Alemania, pocas semanas después de que las bolsas cayeran por una rebaja de tipos que los inversores consideraron insuficiente (sólo de medio punto), se ha permitido comentar que la importancia que los mercados suelen dar a los recortes de tipos de interés está 'sobredimensionada'. 'No esperemos milagros de un simple acto. Las mismas medidas pueden tener distinto impacto según las circunstancias. Esto no es una ciencia exacta', dijo. Las recetas de Warren Buffett, consideradas conservadoras y miopes durante los años en los que la burbuja vinculada a Internet enriquecía a los que buscaban plusvalías rápidas, crearon cierto clima de desconfianza entre los accionistas de Berkshire antes del pinchazo de marzo de 2000. El año 1999 había sido, en particular, un mal ejercicio para la sociedad de Buffett, y en la reunión anual de accionistas de ese año -como siempre, en su Omaha natal -, muchas voces interrogaron al presidente sobre su desapego con los valores tecnológicos. Tras el batacazo del Nasdaq, que en un año ha perdido un 60% de su valor, la acción de Berkshire Hathaway subía un 75% y los beneficios de la empresa crecían un 114%, para situarse en 3.320 millones de dólares. Este año, ninguno de sus accionistas ha abierto la boca para cuestionarse la eterna receta de Warren Buffett.

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