Los obispos ante el terrorismo
Muy alterados andan los ánimos en la Conferencia Episcopal Española (CEE) desde el pasado febrero. Con gesto airado respondió entonces su comité ejecutivo a las presiones del Gobierno para que mostrara su apoyo al pacto por la libertad y contra el terrorismo firmado por PP y PSOE. Y ahora, con ocasión de la filtración, o lo que fuere, de un presunto proyecto de decreto de excomunión cotra los miembros de ETA, tampoco han faltado las reacciones inusualmente sarcásticas de algunos de sus miembros. Revueltas bajan hoy las tranquilas aguas por las que suele discurrir el quehacer episcopal.
A las acusaciones de tibieza ante el terrorismo de ETA, el comité ejecutivo de la Conferencia no se ha cansado de responder afirmando que la Iglesia lo ha condenado antes que nadie y de la forma más enérgica posible. ¿De verdad? Ni en Documentos de la Conferencia Episcopal Española (1965-1983), ni en los 35 documentos que la CEE mantiene en la red, y que abarcan el periodo 1979-2000, podrá encontrarse uno solo en el que se mencione a ETA. En unos cuantos, hay condenas del terrorismo: el comunicado final de la Asamblea de 1974; un repudio y una nota de la comisión permanente de 1975, y otra más, que mezcla terrorismo y paro, de 1981; un documento publicado con motivo del 50 aniversario de la guerra civil y una instrucción de 1990 sobre la situación moral de la sociedad. Todos condenan la violencia sin mentar a ETA para nada; y en el último, el terrorismo aparece, como uno más de los atentados contra la vida, tras el aborto y la eutanasia y antes que la droga y el tráfico de armas: su condena se despacha en dos líneas y se coloca en medio, como la virtud. En medio ¿de qué? La CEE ha navegado durante años entre las tesis políticas defendidas por una parte significativa del clero vasco -resumidas en la célebre 'fórmula': si ETA no deja las armas, algún precio habrá que pagar- y una opinión pública crecientemente soliviantada contra el hábito de mirar al cielo por ver si de la montaña viene la salvación. Esa navegación tenía un objetivo: impedir que se abriera un brecha irreparable entre el clero vasco y la Conferencia. Y ha tenido un precio: permitir a los sacerdotes vascos celebrar y hablar lo que quisieran en relación con ETA y conceder a sus obispos un derecho de veto sobre lo que la CEE podía o no podía decir sobre la cuestión.
Así, hasta febrero de este año, cuando Setién, ya jubilado, blandió por última vez su derecho de veto y la comisión permanente de la CEE, en la nota de prensa de su CLXXXIV reunión, no dijo ni pío de ETA ni del terrorismo. Algunos obispos no pudieron aguantar más y explotaron: la cesión tenía un límite, sobre todo porque la gente se había dado cuenta de ese mercadeo de condenas ponderadas, de medias palabras y de salirse por la tangente convocando marchas a santuarios marianos. Algo había que hacer y , en efecto, no pasa ahora ni un solo atentado sin que el comité ejecutivo de la CEE emita una nota condenando la 'violencia criminal de ETA', 'las acciones sanguinarias, injustificadas y execrables de ETA'.
¿Puede hacer la CEE algo más y diferente? En una sociedad secularizada, la cuestión ni siquiera se palantearía. Pero en una que celebra el día de la patria en domingo de resurrección, que cuenta con altos clérigos nacionalistas y con curas que han manifestado su cercanía y su acuerdo de fondo con ETA, que está habituada a leer en periódicos de HB y de EH artículos de colaboradores que firman como cristianos, licenciados en teología, sacerdotes y hasta obispos, la CEE no sólo puede sino que debe hacer algo más: mostrar con palabras y actos su desacuerdo radical, de fondo, ético y teológico, con quienes, haciendo valer su condición de miembros de la Iglesia católica, alimentan desde hace más de treinta años ideologías y prácticas cómplices y encubridoras del terrorismo. Y esto es lo que nunca ha hecho, ni hará en su próxima reunión, la Conferencia Episcopal Española.
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