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CRÓNICAS
Columna
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Abrevie, profesor

Juan Cruz

El otro día se quejaba el filósofo Emilio Lledó del relativo silencio con el que en España se había saludado la presencia de Ernest Tugenhadt, según él, uno de los filósofos más importantes del mundo; otros, como Habermas, son más conocidos fuera de Alemania, donde ambos desarrollan su actividad intelectual y docente. Pero, en todo el mundo, este hombre menudo y resuelto, bromista y descreído de su propio poder como pensador, es apreciado por el carácter controvertido de sus opiniones sobre la moral, la política y la ética, que es el fundamento de su esfuerzo de pensar incorrectamente. Ha sido un agitador universitario, y también moral; sus libros y sus artículos, así como sus intervenciones públicas, tienen que ver con la actualidad del compromiso ético, y, por citar sólo algunos de los títulos de sus preocupaciones vertidas en libros, citemos uno que editó Gedisa en España, Principios de ética, y otro que publicó en México el Fondo de Cultura Económica, Autoconciencia e identidad, un volumen en el que podríamos encontrar una guía para quitarnos telarañas; y algún título de los capítulos del volumen recopilatorio que ahora prepara la citada editorial Gedisa convienen, cómo no, a nuestra propia conciencia nacional: 'Judíos y gitanos. ¿Es la República Federal un país xenófobo?'.

De esas cosas y de Niestzche, su gran preocupación de siempre como filósofo, habló Tugenhadt en tres conferencias, dos de ellas en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y una en la Universidad Carlos III. A la Carlos III fueron algunos filósofos avisados, pero, en el Círculo, esos filósofos -o los que haya- no debieron de encontrarse con el aviso a tiempo, de modo que este hombre tan activo y locuaz como polémico, que en otros lugares desata multitudes interesadas en la controversia que genera, aquí habló para los que caben en la aireada y recoleta sala María Zambrano.

Lledó sí estuvo en todas partes. Aunque es un hombre casi de su edad (nació Tugenhadt en 1930, en Checoslovaquia -allí, en Brno, tiene su casa familiar, que hizo Mies Van der Rohe y que él ha donado ahora al Gobierno de su país-, vivió en Venezuela huyendo de los nazis), lo escucha y lo divulga como a uno de sus maestros, como Gadamer, que ya hizo cien años. Por donde estuvo Tugenhadt en España, Emilio Lledó, que ya dejó de ser estudiante, al menos formalmente hace tantos años, le siguió como si tuviera bajo el brazo la carpeta donde fuera a contar luego en cualquier parte las novedades que ese esfuerzo de pensar de Tugenhadt dejara por los lugares donde habló. Así que el profesor Lledó estuvo como un devoto hooligan, como un fan similar a los que ahora le siguen a él mismo en sus propias conferencias.

A las conferencias ya van sólo los hooligans. Si la conferencia es de un filósofo como Tugenhadt, irán los convencidos de su calidad, que conocerán la presencia del pensador gracias al diminuto boca a boca que circula como el sonido de la flauta de Hamelin. A veces, entre nosotros se producen multitudes -como en el caso del propio Lledó-, pero es porque la flauta lleva funcionando desde hace mucho tiempo. Luego hay filósofos falsos o postizos que impostan la voz y llenan de huecos los sonidos de la flauta, y entonces la gente acude en masa como si presentara su última tesis Santiago Segura, dicho con todos los respetos para las tesis de Santiago Segura. Se ha adelgazado, y cómo, el tiempo, el espacio y el interés para el pensamiento verdadero; se subraya lo postizo, lo falso o aquello que no requiere el esfuerzo de ser pensado para ser dicho; se elabora sobre rieles ya conocidos y se extraen consecuencias de los lugares que se convierten en lugares comunes cuando ni siquiera son ya rayas en el mapa del cerebro.

Digamos que no son buenos tiempos para el pensamiento, ni siquiera para pensar. Pensar es ahora subrayar libros ajenos u ocultar simplemente el pensamiento. Al pensador se le pide que abrevie, o que no exista. La última vez que habló en público Emilio Lledó fue en la inauguración de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Tenerife: ahí habló el académico de Platón, de la amistad y de la memoria. Antes de que se pusiera con sus folios ante el micrófono, una autoridad allí presente le habló en voz baja al oído: 'Abrevie, profesor, que tengo que irme a una cena'.

Pues eso, vamos a vivir en lo breve.

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